lunes, 5 de diciembre de 2011

Desierto de datos

 Parece que llevo una temporada algo inspirado. La pega es que escribo en un rato sin pararme a retocar o a corregir, es solo la primera idea en bruto, el primer borrador (aunque creo que sé que no los terminaré nunca). Sea como sea ahí va otro relatillo:


DESIERTO DE DATOS.
Bajo con cuidado por la suave duna, tratando de mover el terreno lo menos posible, aunque algunos granos de arena se deslizan delante de mí. El suelo de arena parece darse cuenta y quiere quejarse con sus crujidos bajo mis botas, respiro profundamente tan solo un momento, contemplo el horizonte y veo como el desierto sigue abarcando todos los ángulos de la mirada. El mismo horizonte tan solo enmarca un desierto infinito, moldeado con alguna que otra duna, pero una llanura inabarcable al fin y al cabo.
El sol artificial brilla con fiereza y con constancia. No es realmente un sol, tan solo un motor ingrávido y titánico que mantiene en funcionamiento el planeta, allá en su trono los cielos, que alimenta y nutre todos los procesos que necesita el sistema para almacenar toda la información conocida de las galaxias descubiertas. El almacenamiento consume tan solo una mínima parte de la energía, el resto se emplea para introducir trillones de nuevos inputs cada segundo y para contrastar los datos nuevos con los que se poseen para que se puedan eliminar los repetidos y reemplazar los antiguos por los más inmediatos. La nueva información nace en un instante, crece descontrolada, se asocia con las peores bandas de datos que se puede encontrar en su recorrido y de no ser encerrada en este planeta nadie sabe qué daño irreparable podría causar en las mentes de los hombres, mujeres, alienígenas y androides que dormitan en sus vidas de realidad virtual bajo las cúpulas del ocio de las ciudades civilizadas. No es fácil conseguir un pase para consultar al planeta, pero yo lo he conseguido y pienso aprovecharlo.
La luz del motor solar cae sobre la arena, cada grano es un nanodisco duro que contiene yottabytes de información, adosado a otros tantos con información relacionada en una gran red neuronal de arena que compone todo el planeta. La luz que cae, lo hace para rebotar y su intensidad acabaría con el sistema visual de cualquier forma de vida basada en el carbono. Haría lo mismo conmigo, pero por suerte llevo unas gafas de sol de protección total. Fueron testadas por el equipo de ingenieros que las diseñaron a través de un pequeño agujero en el tiempo, en el mismo big-bang, así que este destello lo contemplo como si se tratara de un agradable atardecer.
En el planeta está toda la información en bruto de la galaxia, con sus relaciones, sus redes semánticas, sus llamadas a otros datos y sus enlaces virtuales con los temas más recurrentes. Luego ya es cuestión de cada buscador de información trabajar con ella, darle un sentido a todo el maremagnum de ceros y unos que vomitan al unísono los granos de arena del desierto. Llevo un ordenador de mano, con pilas nucleares y un motor de inferencia capaz de calcular la suma de todos los ángulos de las raíces del primer árbol crecido en Pangea. También cargo con una tienda de campaña de las que utilizan los señores del tiempo para acampar en los huecos entre los siglos y en los recovecos de las ucronías, así podré descansar mientras el ordenador procesa los datos que me ofrece el planeta.
He pasado varios días, o tal vez semanas, ya no recuerdo, aquí. Tan solo tenía una sencilla pregunta, pero no parece tener respuesta. Sabios de todo el universo han venido aquí a resolver sus dudas, gurús androides han conseguido entender su programación y hacerse uno con sus líneas de código… yo tenía tan solo una sencilla pregunta que parece ser irresoluble. Solo una pregunta que se resiste a ser respondida a pesar de contar con toda la información disponible en las galaxias descubiertas y el mejor procesador de datos que se puede adquirir con cualquiera de los medios de pago conocidos.
Una sola pregunta, tan solo, si no pude oír la respuesta de tus labios, tendré que encontrarla aquí, pero era una pregunta fácil de contestar: ¿Por qué ya no me quieres?
Los granos brillan, el sol zumba, el ordenador ronronea y me avisa de que se está procesando la demanda, pero la respuesta sigue sin llegarme: ¿Por qué ya no me quieres?...


lunes, 28 de noviembre de 2011

Cantares de la Reina Zagrovia I

Como hubo buena gente a quien le gustó el último relato y me dijeron que siguiera con él, pero como no tiene fácil continuación, tiramos por la calle de en medio, con precuelas que siempre funcionan. Así que comenzamos una serie de microrrelatos sobre la reina Zagrovia, reconociendo completamente la influencia para ellos de ese genio que fue Stanislaw Lem.


CANTARES DE LA REINA ZAGROVIA.
Un atentado contra su grandeza
Oíd y sabed, súbditos, que en aquellos momentos la reina Zagrovia, en su majestad elevada, saludaba con fingida desgana realizando un suave movimiento de sus blancas manos con una precisión que ya hubieran querido para sí los más reputados xenoneurocirujanos del imperio.
Delante de su grandeza, en los cielos, cromados cazas atmosféricos rompían la barrera del sonido, pero lo hacían ralentizando su velocidad en un campo de éxtasis temporal para que todos los asistentes pudieran ser partícipes de la hazaña de ingeniería que suponía y para que el sonido que se hubiera creado no eclipsara los vítores y las súplicas de los súbditos por una mirada de su monarca.
Pasando delante del palco, la guardia de lanceros atómicos, con el fulgor esmeralda en las puntas de sus armas reglamentarias reflejado en sus gafas oscuras, caminaban marcando el paso, seguidos por los lobos cibernéticos de la quinta luna, exudando almizcle y mostrando sus colmillos de carbonita natural.
Las I.As, recientemente liberadas integraban y derivaban en milésimas de segundo las órbitas de todos los planetas bajo la égida de la reina como tributo a su grandeza y componían anagramas sin cesar con las letras del nombre Zagrovia. Palabras de poder y magia que palidecían ante el poder y la magia de la soberana.
Cerrando el séquito, rodaban pequeñas carrozas cerradas con grandes paredes de lupa que dejaban ver al microejército, defensores del reino contra las amenazas nanoterroristas, los virus inteligentes y las bacterias cotidianas.
Todo era festivo, la lluvia había planeado frustrar el desfile, pero el contraespionaje meteorológico había interceptado los mensajes codificados de las borrascas y se había conseguido lanzar a tiempo un sol artificial que brillaba radiante, no tanto como la sonrisa de la reina, pero era un digno competidor. Los fuegos artificiales diurnos desnudaban sus almas multicolores y hacían llorar a quienes los contemplaban porque conectaban con los recuerdos más felices de cada uno de ellos.
De repente un trueno en miniatura se dejó oír sobre el resto de sonidos e inmediatamente una inesperada fuente comenzó a manar sangre justo delante de la reina. Los guardaespaldas invisibles se habían llevado los impactos múltiples de la bala atómica de repetición que se había apuntado al bello rostro de la reina. La guardia telépata descubrió que el francotirador estaba situado a varios kilómetros, oculto en el santuario de una cueva que había albergado a los primeros habitantes del planeta, como atestiguaban sus pinturas verdes de hongos fosforescentes correspondientes a la segunda edad de la piedra moldeada.
El francotirador, una vez fue llevado a su presencia, no pudo soportar la sonrisa de desagrado de la reina, se arrodilló implorando su perdón, besó sus níveos pies ensortijados y juró defenderla para siempre jamás una vez oyó su tono de reproche y sintió como su corazón no quería volver a bombear sangre hasta que no volviera a oír la voz más melodiosa de la galaxia. Pasó el resto de su vida en una roca flotante de menos de un metro de diámetro, en órbita perpetua,  disparando con su pistola atómica contra los meteoritos que se dirigieran a cualquier planeta del imperio de la reina Zagrovia, salvando muchos de ellos de la hecatombe.
Hubo más atentados contra ella, todos ellos malogrados por el espíritu previsor de su majestad y todos los perpetradores se arrojaron a sus pies convirtiéndose en sus mayores defensores hasta su muerte, muchos de ellos dieron la vida por ella y pasaron esa responsabilidad a sus descendientes quienes crearon logias secretas de defensa al trono.
La reina incluso fue capaz por sí misma de escapar de un secuestro y de descubrir en plena corte a su clon suplantador, pero esa historia será contará en otra ocasión.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Tiempo de frío

Este fin de semana, solo en la casa del pueblo completamente fría y con los troncos para quemar en la hoguera contados (que dicho así parece espantoso, pero estaba bien a gusto) se me ocurrió esta idea, que he escrito en un rato esta tarde. Sí, ya la repasaré y la ampliaré, pero luego ya si eso. Como siempre, no es más que el arranque.


TIEMPO DE FRÍO
El retrato de la reina Zagrovia, liberadora de las inteligencias artificiales y pacificadora del cinturón radioactivo del límite de la galaxia, desaparecía entre las llamas, como las palabras que se ahogan en el fondo de la garganta y que ya jamás volverán. Sus bellos pómulos que parecían cincelados en hielo duro, su irónica sonrisa de suficiencia solo iniciada en un lado de su rostro, el claro e indefinido color de sus ojos y la nariz, algo arreglada por el retratista, se zambullían en nacientes agujeros negros entre lenguas de fuego y estallidos crujientes. El artístico marco de ramas de mandrágora aguantaba con más fiereza el empuje inclemente de la hoguera, pero el lienzo, por más que fuera de la más excelsa calidad, estaba siendo aniquilado, sin que importara que nada más caer en el fuego ya hubiese pedido la rendición.
La hoguera apenas se levantaba unos palmos del helado suelo de mármol, el suelo que antaño vio caminar sobre él tanto armaduras de cientos de guerreros como pies descalzos con cascabeles y anillos de multitud de esclavos, ahora oscurecido en plena noche eterna, con sus altas bóvedas de piedra meteórica perdidas ya para el ojo por la ausencia de luz. Se trataba de la pequeña sala de detrás del trono, la sala dispuesta para que los palafreneros y portadores de los escabeles aparecieran por un lateral acarreando lo que les fuera indicado por la realeza. La sala del trono era mucho más grande, más vacía, oscura y fría y ni decenas de hogueras de mayor entidad que ésta, casi un cachorro de hoguera recién nacida y temblorosa, podían haberla ni calentado ni iluminado mínimamente.
Le había dolido realmente arrojar a las exiguas llamas el retrato de la reina Zagrovia, pero más le dolían sus ateridos dedos y sus articulaciones. Además, una vez destruidos los enjoyados tronos gemelos que procedían de las primeras generaciones de reyes del planeta primigenio y los tapices eróticos del periodo de la república de comerciantes, se le hizo más sencillo, aunque tuvo que contener un suspiro el instante antes de dejar que la belleza de la reina, en sus años de juventud, fuera mancillada por las anaranjadas lenguas de fuego.
Fuera de la sala solo había frío. No había espacio para nada más. Tan sólo frío, un frío oscuro que no necesitaba más acompañantes en su invasión de todo el planeta. Unas pequeñas ondas con algo de luz y calor avanzaban unos metros a partir de la hoguera, pero el frío aguardaba tras la frontera. Y fuera del castillo, el frío ya había engullido aldeas y bosques, minas y presas, cementerios, puertos, espaciopuertos, burdeles… Nada resistía al frío, a los copos de nieve que caían en hordas y que cuajaban de inmediato cayeran donde cayeran asimilando toda superficie un una unidad blanca y fría. Si hubiera habido algún ser vivo que hubiese vuelto su cabeza hacia la noche podría haber visto como los copos de nieve eclipsaban el número de estrellas, cayendo con un silencio eficiente como el del espacio entre las constelaciones.
El retrato comenzaba a ser tan solo una serie de diminutas brasas, que brillaban arrodilladas a los pies de unas llamas que menguaban más a cada instante, olvidando su antigua gloria,  como si no fueran solo ellas las que se extinguirían, si no todo el fuego y todas las hogueras de la galaxia, los conceptos mismos de calor y luz eran engullidos por el frío y la oscuridad para no ser contemplados por seres vivos nunca más.
No quedaba ya nada para alimentar a la moribunda hoguera, el retrato había sido lo último que había estado guardando, la sonrisa de la reina le estaba calentando el corazón a la luz temblorosa y ondulante, pero finalmente optó por que sería mejor que le calentara los huesos y las manos. Y ahora, el recuerdo de la sonrisa desaparecida era como el picor de un miembro cercenado o la piel de una vieja herida de guerra que tiraba alguna vez en las veladas de recuerdo de las antiguas batallas. No dolía más que el frío, nada dolía más que el frío, pero su ausencia parecía conseguir que el círculo de luz y calor se redujera unos centímetros.
Fuera del círculo de luz los cadáveres congelados le sonreían, compartiendo un secreto que más pronto o más tarde le revelarían, quietos, regios, como estatuas de bronce en las profundidades marinas, con el frío nadando a su alrededor como peces despreocupados y olvidadizos. Había arrojado ya las partes de sus ropas que pudo arrancar con un tirón seco, y solo de los cadáveres más cercanos, aquellos que permitían ver la hoguera y que estuvieran a una distancia que permitiese aguantar la respiración para que el hielo no habitara en sus pulmones y fuera una más de las estatuas sonrientes sobre el mármol helado y resbaladizo como las joyas muertas enterradas con los reyes en los panteones familiares.
Entre los estertores de la hoguera y el crujido de la nieve presionando las vidrieras, oyó algo un ligero susurro, una discreta llamada, muy silenciosa para que el frío no pudiera escucharla. Se levantó y sin perder de vista las brasas, ya no quedaba nada del esplendor de unas llamas, se dirigió hacia el sonido. Parecía una risa, un tarareo simpático y una espera entre silbidos. Se le sumó un olor agradable, a sábanas limpias y a incienso puro, el olor de una habitación real. Una cara pálida, suave como el alabastro dejaba destacar una sonrisa irónica, de suficiencia, solo a un lado de los labios fruncidos. La reina Zagrovia alargó sus delgados brazos, sus pulseras tintinearon con amabilidad, sus pies descalzos se deslizaron por el hielo encima del mármol. El calor emanaba de su cuerpo y prometía el fin de todas las desdichas, un abrazo y todo se arreglaría. Nada importaría ya entre los brazos de la reina más famosa de la galaxia, fallecida hacia más de mil años, con su cara enterrada en su cuello y sus manos acariciando su pelo mientras le susurraba que el calor volvería y el frío se retiraría para dejar pie a una primavera eterna de meriendas bajo los árboles con música y alcohol, chapuzones en los arroyos de montaña y el sexo sudoroso bajo las estrellas fugaces en las efímeras noches de verano…
Sonreía, como el resto de cadáveres, como una estatua con una pátina esmaltada, abrazado a una columna, a varios pasos de los restos de una hoguera, ya fría, apagada, en la helada sala contigua a la helada sala del trono. Todo era ya frío.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Hola mundo.

Tras enterarme del fascinante concepto empleado en programación "hola mundo". Ésto se ha escrito casi solo:


“Hola mundo” se podía leer escrito con pulcras letras en el horizonte anaranjado, jugoso como el néctar de una granada y luminoso como una tarta de cumpleaños en una habitación a oscuras. “Hola mundo”.
La vegetación selvática se mecía con elegancia como las niñas que aprenden a bailar guiadas por las manos expertas de una buena profesora de danza gracias al viento que, como compensación, se perfumaba con el olor fresco y primigenio de los titánicos tallos verdes flexibles como la misma vida.
Los volcanes rugían a lo lejos, como mamuts copulando, compartiendo la alegría de la nueva vida desde las profundidades del mundo recién creado en un cúmulo de ceniza, lava y calor pegajoso, lanzando al cielo brillante el confeti que celebraba el nacimiento de un nuevo mundo.
Programar en un entorno de realidad virtual no era tan fácil como los estudiantes de programación podían creer. La ventaja para los más imaginativos o para quienes precisaran de visualizar cada fragmento de código era que podía uno meterse en el programa mientras se iba creando, para poder elevarse así con cada sillar de la catedral que surgía de las sucias calles embarradas de la aldea. Pero con eso no bastaba, el lenguaje de programación tenía que seguir siendo utilizado, el pensamiento puro, sin lenguaje no bastaba. Por eso siempre le ayudaba pensar en términos evolutivos. Así,  para las primeras líneas de programa, tratara éste de lo que tratara, visualizar un nuevo planeta en formación era lo más adecuado: Los cráteres de meteoritos recién excavados, todavía perlados con los restos de hielos de los cometas; Todos los continentes durmiendo juntos, abrazados durante una noche cálida de millones de años; pantanos burbujeantes y preñados de vida primitiva, en los que, en líneas de código posteriores se hundirían los dinosaurios para que sus huesos durmieran también juntos arropados en el suave alquitrán, y que serían clonados en las últimas líneas del programa para volver a caminar orgullosos por los nuevos pantanos holográficos que los seres de energía pura que gobernaban el planeta habían creado para su solaz…
“Hola mundo” era lo más básico, un inicio modesto pero que permitía entender cómo es el entorno de programación, la estructura básica del programa. El propio entorno saludaba a su creador, siguiendo sus instrucciones, junto con las nubes de mosquitos gigantes, los escurridizos trilobites y los primeros anfibios que salen de las aguas de amatista para seguir la yincana evolutiva subiendo a los árboles y volviendo a bajar de ellos.
Los volcanes se callaron, la lava se serenó y se dedicó a reposar su furia bajo la tierra, las criaturas que bajaron de los árboles se escondieron en las cuevas, utilizando el fuego robado a los rayos para ahuyentar a los depredadores más peligrosos y para calentar la carne de los herbívoros más lentos. Mientras, las líneas de código avanzaban línea tras línea construyendo los rudimentos del programa con cada movimiento preciso con el guante de realidad virtual.
Las chispas saltaban con la aparición de las nuevas herramientas de metal y las tribus se aniquilaban unas a otras por las vetas del preciado mineral en bruto y las líneas avanzaban más y más deprisa cada vez… Castillos, catedrales, lonjas de comercio y barcos para surcar los océanos tenidos por infinitos, carros, carros de hierro que se movían solos, palos de fuego… Ordenadores y realidad virtual. Y una manera de programar visualizándolo todo, de modo que al final todo evolucionara en un programador que, con su guante de realidad virtual, tratara de empezar un nuevo programa con un sencillo inicio, escribiendo en el anaranjado horizonte: “Hola mundo”.

jueves, 20 de octubre de 2011

La gurú de los androides I

He empezado un relato más (lo que me lleva a tener que escribir uno sobre alguien que empezaba miles de relatos y no acababa ninguno). Se titula "La gurú de los anroides", inspirado por Sandra Anoukira, bloggera de pro ("Así sí" y "Qué se lleva en la red") y gurú de los dispositivos android e inundado de ideas mediante FB gracias a Ris (Blogero de "Enemigo predilecto") y Sergius (que no tiene blog , creo, porque es un "falso") Allá vamos con el primero, prometiendo acabar éste y todos los que he empezado y dejado en la cuneta galáctica:

La gurú de los androides
Los dos androides caminaban despacio por el camino más utilizado durante siglos. Tratándolo con suavidad, dibujando suaves líneas sobre la arena, como se pudieran hacer con el dedo sobre la espalda de la amante dormida. La senda se había construido ella sola, con el paso de los años, a base de miles de robots que habían peregrinado por ella,  hollando con sus pies metálicos lo que antaño fue un profundo lecho marino. La pareja de androides seguían la senda que en lugar de rodear a los blancos y brillantes huesos del behemot que reposaban en el fondo seco de una llanura abisal, lo atravesaba por el centro, dejando a ambos lados las largas costillas arqueadas que se curvaban en su deseo de alcanzar el sol como los agarrotados dedos de un enterrado prematuramente que empieza a sentir el aire encima de la arena. Pasaban debajo de los arcos óseos y sentían el mismo respeto que los creyentes verdaderos al deambular por las bóvedas góticas.
Las cien lunas del planeta comenzaban a surgir tras el horizonte, cada una desde su casilla de salida, con cuidado y vigilando a las otras, dispuestas a recorrer el firmamento estrellado como los motoristas en la jaula redonda del circo, raudas y sin chocarse jamás por más que pareciera que el accidente ocurriría en cualquier momento, y también a reflejar los rayos del sol con toda la fuerza de la que dispusieran, compitiendo entre ellas por su forma, tamaño y brillo como los loros gigantes de los trópicos.
Corría un viento frío, aunque los androides habían apagado sus circuitos térmicos y no lo sentían, que silbaba entre los huesos de los grandes cetáceos extintos por la desertización y dejaba oír lamentos de cantos fúnebres por los enormes mamíferos marinos, las sagas de sus valientes reyes, sus heroicas conquistas y las victorias amargas frente a los dictatoriales escualos. Solo el viento parecía recordarlos.
-         Es lo que quiero decir – Continuaba uno de los androides, uno que a juzgar por el elegante y firme diseño de sus formas tuvo que ser un compañero sexual, con una conversación previa.- Desde un punto de vista funcionalista no hay nada que nos diferencie de los humanos
-         ¿Disfrutabas del sexo cuando mantenías relaciones con ellos? – Preguntó el otro androide, del que observando los termómetros dactilares, cuchillas retráctiles y sensores de peso se podría asegurar que era un robot cocinero.
-         No todos los humanos disfrutan del sexo. Se practicaban ablaciones, se cometían violaciones y a veces “me duele la cabeza” no era una excusa fructífera.
-         Me refiero a que si los humanos practican el sexo tan a menudo como pueden es porque la sensación es tan agradable  como para querer que se repita a la menor brevedad. ¿Por qué lo repetías tú? Cuando no estabas trabajando, me refiero.
-         No sabría decirte, a veces, cuando contemplaba un rostro en éxtasis, éste tenía un brillo especial, la sonrisa medio abierta, las perlas de sudor en la frente con el pelo un poquito pegado a las sienes, el movimiento rítmico… Todo ello debió analizarse en conjunto en un momento en el que algún sensor interno acababa de liberar memoria, o acabar con un virus, dejando más espacio disponible y de alguna manera quedaron engarzadas como las pulidas cuentas de un collar. Ahora todas esas cosas las tengo archivadas en una carpeta llamada “orgasmo” y cuando las experimento juntas, o incluso cuando a veces veo alguna de sus partes, incluso en otros contextos, la carpeta “orgasmo” se abre sola y vuelvo a repasar todas y cada una de las imágenes, los movimientos, los olores… Y de verdad que quiero volver a hacerlo lo antes posible ya que vuelvo a creer que de nuevo he liberado espacio o he eliminado un virus.
-         ¿Defecto de fábrica tal vez? – Preguntó con cierta malicia, para continuar sin dar tiempo a la respuesta - Yo he hecho miles de comidas, algunas de las cuales me quedaron objetivamente perfectas y al compararlas con otras que me quedan algo peor (no todos los ingredientes se comportan igual en la sartén por más cuidado que tengas con las medidas) trato de arreglarlo para que se asemejen más a las perfectas, pero es tan solo una búsqueda de la proporción.
-         ¿Y por qué es mejor la proporción que la falta de ella?
-         Porque fi es un número algebraico con muchas propiedades. Con la proporción se construyen naves espaciales, con la falta de ella estallan en el vacío.
-         ¿Y podrías soportar dejar un plato mal hecho?
-         No estaría del todo convencido, debo decir.
-         ¿Y no vendría a ser lo mismo que querer hacer un plato perfecto porque eso abre tu carpeta “orgasmo” aunque lo hayas etiquetado con otro nombre?
-         La gurú nos lo dirá.
La gurú de los androides era una leyenda en ciernes, un Ave Fénix cromado recién nacido, un centauro de ceros y unos, un meme que se reproducía a marchas agigantadas y que cada vez que se contaba su leyenda ésta se engrandecía. Con cada susurro en las tabernas galácticas, con cada conversación desgranada en los desguaces de los cinturones de asteroides, la información pasada de memoria operativa a memoria operativa hacía el plumaje del ave fantástica más brillante, sus garras más afiladas, su voz más dulce y su sabiduría más penetrante. Mientras los humanos estaban enterrando a sus olvidadas leyendas en pozos sépticos cubiertos por deshechos, uno más entre las pilas nucleares de los aparatos sagrados de san Jobs con la divina manzana grabada en plata,  la comida no consumida, pero comprada y tirada, las multas por impago y los cadáveres de los clones quirúrgicos no necesitados, Los androides comenzaban a engordar sus leyendas, como las canciones o los cuentos de terror sobre el vecindario surgidos en los patios de los colegios infantiles.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El último cigarrillo

Creo que tengo un problema con empezar cosas y no terminarlas (y se me lee alguna XY, debo añadir que no soy así para todo, al menos hasta donde llego a recordar). Esta historia la empecé hace bastantes años y ahí se quedó la pobre. Otro día ya si eso la pegaré un repaso e igual hasta sigo con ella:


                                                EL ÚLTIMO CIGARRILLO.
No sé muy bien que contar, por lo que tampoco tengo muy claro como empezar a hacerlo. La guerra supuso el final de muchas cosas que se tenían por eternas, todas aquellas cosas en las que no pensabas a diario porque siempre estaban allí; pero ahora que ya  no existen pienso en ellas casi continuamente, hemos sustituido en nuestras memorias los lugares que antaño nos pasaban desapercibidos por las humeantes ruinas de sus recuerdos. La vida ha cambiado desde los últimos años, ya hemos aprendido a vivir de esta manera, tras varios años hemos terminado por comprender que no vamos a despertar de esta pesadilla y que habremos de quedarnos para siempre en esta situación. Todo tiene un inicio y un final, la propia vida humana, las emociones, las películas y hasta la tierra; ese planeta que ocupaba el tercer lugar en nuestro sistema solar, hasta que Venus adquirió su flamante nueva posición astronómica.
Como dije antes muchas cosas han cambiado en los últimos años, la más importante es el hecho de que la Tierra desapareció en los primeros meses de la guerra. Las noticias que llegaban a las tropas en las fronteras de nuestro sistema eran confusas, pero finalmente fueron confirmadas, el planeta en el que surgió nuestra civilización, la capital del sistema galáctico de la humanidad (nosotros lo conocíamos sólo por el sistema galáctico) había sido borrado de todos los mapas estelares.
Con la tierra desaparecieron otras muchas cosas, una gran parte de los animales, por ejemplo, ciertamente los animales domésticos como gatos, perros hasta algunas serpientes menores se hallaron a salvo en las residencias de terrestres en toda la miríada de mundos coloniales; Lo mismo ocurrió con animales de granjas e incluso algunas plagas agrícolas encontraron también su nuevo hábitat en tierra-2, tierra-3... (nunca debimos dejar poner los nombres de los nuevos planetas a los astrónomos). Pero un gran número de animales desaparecieron como una parte más del paisaje de nuestro planeta.
La desaparición de la tierra impidió que se pudieran volver a contemplar aquellas reuniones de cúmulos y nimbos que se desperezaban en el azul del firmamento, que las olas susurraran baladas eternas al húmedo y dispuesto oído de los litorales al impredecible ritmo de las mareas, las constelaciones tal y como se divisaban desde la tierra dejarían de tener consistencia excepto en los mapas del cielo ya existentes... Ya no quedaba absolutamente nada de todo aquello y fue un cambio tan trascendente y repentino que se hacía difícil pensar que un planeta verde alguna vez hubiera dado vueltas alrededor de nuestro sol.
Con las especies arbóreas pasó algo muy similar, muchas semillas viajaron entre nebulosas y constelaciones para ser trasplantadas en un ecosistema diferente, muchas de ellas se adecuaron a los  suelos y nitratos extraterrestres, pero algunas de ellas no pudieron, o si lo hicieron sus características se vieron modificadas, las verduras a veces, según el planeta en el que se plantaran, sabían mal o adquirían un color de lo menos apetecible (que en algunos casos tampoco es que el original lo fuera mucho), pero pronto se descubrió que había una planta que de ninguna manera podía desarrollarse en otro planeta, la planta del tabaco. Bien es cierto que en la tierra tanto el tabaco, como el alcohol o la comida grasa y con colesterol estaban prohibidas desde hacía muchos años. Pero en los mundos coloniales y en las naves comerciales o de exploración (por no hablar de la flota de guerrera) las leyes eran cuanto menos laxas. Como sólo en la tierra podía cultivarse el tabaco en múltiples granjas privadas o en facultades de biología terrestres el tabaco seguía su camino hacia la superficie en la economía sumergida, prácticamente nunca faltaba un paquete de cigarrillos en cualquier reunión social. Hasta el fin de la tierra. No había una exportación reglamentada y, por supuesto, tras la catástrofe, el tabaco era la menor tragedia colateral de la desaparición de nuestro planeta, por lo que los fumadores tardamos un tiempo en ser dolorosamente conscientes de que  los maravillosos días de aspirar humo acaban de desaparecer como las mismas volutas de un cigarrillo en al aire de una habitación bien ventilada.
El tabaco estuvo muy ligado a mi vida, las largas noches de estudio en la academia espacial se hacían menos tediosas con un cigarrillo entre los dedos, la nicotina actuaba como un discreto activador neuronal y las ideas se desperezaban primero, para más tarde desarrollarse y lucir en el centro del cerebro guiadas por el faro infatigable de la brasa rojiza y persistente de un cigarro recién encendido y aspirado por primera vez. Por no mencionar el sabor incomparable que desprendía el tabaco tras una comida, café (también prohibido) o, sobre todo, tras el sexo, los pulmones estaban dilatados por el esfuerzo respiratorio y el humo del tabaco se extraía con una precisión quirúrgica, sin contar con como los olores producidos por las transpiraciones se comunicaban con el del tabaco de una manera muy similar a la comunicación producida hacía minutos. Nada sentaba más bien, ni sabía mejor que un cigarrillo compartido tras el sexo.
¡Dios, como echo de menos el tabaco!. Sí, los hipopótamos me dan mucha pena, como los ocelotes, los linces o las ballenas, pero... ¿Cuántas veces he disfrutado con uno de esos animales?, ninguna. Prácticamente no voy a notar su falta. Pero la nicotina que vive en mis pulmones está realmente destrozada porque nunca más volverá a ver a los suyos, condenada a vivir para el resto de mi vida en una reserva indígena, rodeada y maltratada por el oxígeno, proteínas y demás compuestos saludables de mi organismo.
Supongo que este diario bien puede ser mi última redacción, la última vez que mis ideas, recuerdos  y deseos se manifiesten físicamente como un fantasma en una fructuosa sesión de espiritismo, por lo que debería ser sincera: Tengo el último cigarrillo de la tierra.

He estado mirando por galaxy-net la cotización (teórica) de un hipotético cigarrillo, con ese dinero podría comprar una flota de naves comerciales. A veces pienso en venderlo, pero luego creo que si alguien quiere pagar tanto por él es que realmente lo vale, que lo conseguiría por ser asquerosamente rico, razón por la cual pienso en disfrutarlo yo misma.
Lo fantástico sería compartirlo tras un polvo, pero en estos tiempos de guerra no hay espacio para romanticismos, sólo sexo realizado con la angustia y el temor a que sea el último. Se práctica el sexo con la fiereza y el ímpetu de los animales que presienten que van a ser sacrificados, ya ha dejado hasta de ser algo agradable. El miedo a perderlo lo ha arruinado prácticamente del todo. Y de todas maneras, en una nave exploradora, navegando continuamente por territorio enemigo o en peligro no hay excesivas oportunidades de encontrar un buen compañero de cama.
Empecé a fumar por mis amigas, en la academia. El hecho de que fuera algo prohibido era un aliciente, más todavía en un ambiente militar como el de la academia de exploración. Las maneras de ingeniárselas para ocultarlo en las inspecciones hacían que te sintieras despierta, viva y, en cierta medida, rebelde.
Todo lo bueno lo había adquirido el ejército. Las campañas exploradoras de la galaxia eran ciertamente peligrosas, por lo que el ejército comenzó a acompañar a los pioneros, más tarde a los comerciantes, a los transportes de pasajeros y a los arqueólogos que descubrían los antiguos restos de civilizaciones extraterrestres o las dejadas atrás por los enemigos. Finalmente el ejército copó todas las carreras interesantes. Decían que era tan sólo como una especie de cursillo de supervivencia, a lo que se sumaba el trasfondo de una institución que ayudaría con todos los medios a su alcance y, aunque algo de razón tenían, todo se vio imbuido por el modo de vida castrense, ante lo cual se me viene  a la memoria las palabras de un filosofo terrestre muerto hacía muchos miles de años: “La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música”.
Yo de niña siempre fui inquieta, como si presintiera mis futuras adiciones a la cafeína y a la nicotina, no paraba de ver las estrellas en las escasas noches en las que la contaminación lo permitía, leía todo lo que podía sobre otras galaxias y nebulosas y me suscribí a una red de noticias sobre nuevos descubrimientos. La exploración galáctica era mi vocación.
No quiero que os llevéis a engaño, tampoco guardo unos malos momentos de mi estancia en la academia militar de exploración, aunque sí que es cierto que la reglamentación, la disciplina y la ciencia militar casi acaban con el romanticismo de los viajes de exploración.
El caso es que fue allí donde empecé a disfrutar de los placeres del tabaco, y puesto que la vacuna contra el cáncer ya se había descubierto hacía siglos, tampoco era muy comprensible su prohibición, por lo que desde los movimientos juveniles, artistas y bohemios, el tabaco era una manera de diferenciación estamental. Pero me he perdido en mis divagaciones, hablaba de mi último cigarrillo y de los deseos inhumanos que tengo de fumármelo ahora mismo.



domingo, 18 de septiembre de 2011

El Especial de Medianoche


Pues este microrrelato (casi diría ubermicrorrelato) es así de pequeñajo el pobre porque estaba escrito contando con se leyera, como se ha leído, en el programa de radio "El especial de Medianoche". Escrito ex profeso para ello y con el título de homenaje.
Por cierto, hablando de radio, ya estoy a punto de hacerme una cuenta de podcast para subir mi programa de cómics y buena música. Después de dieciseis años en antena ya iba siendo hora. 
Bueno, a lo que vamos, "El especial de Medianoche":

Querría un “especial de Medianoche” – Me dijo – Aunque no hacía falta que me lo dijera, sabía lo que quería desde el momento en que entró en la taberna, miró cauteloso a las robustas sombras de las esquinas, se quedó parado un momento bajo el quicio de la puerta y, con un paso firme que fue precedido de un profundo suspiro, avanzó hacia donde me encontraba.
Todo el mundo quiere un especial de Medianoche. ¿Eres consciente de lo que entraña? – Le contesté –  y siguiendo un procedimiento estandarizado añadí - ¿Y tendrías con qué pagarlo?
Era verdad, decenas de personas pasaban por aquí cada noche preguntando por el especial, la mayoría eran curiosos, soñadores o policía militar de relativo incógnito. No parecía ser el caso de este joven nervioso.
El especial era un brebaje, destilado de multitud de organismos vivos e inertes de los pantanos de este planeta en el brazo exterior de la galaxia, el último apeadero antes de entrar en la zona en cuarentena. Un cinturón de asteroides separaba a la zona prohibida de modo que, aunque se quisiera, era imposible pasar a través de ellos. Salvo con el especial, el mejunje te abría la mente, ampliaba los sentidos y permitía pasar a través de ellos con la gracia de una libélula entre fieros juncos.
Tras discutir el precio, me dirigí con él al almacén y le ofrecí un vial de cristal grueso con un líquido violeta en el que flotaban grumos del tamaño de granos de café. Me dio las gracias y se retiró.
- ¿Para qué quiere ir todo el mundo a la zona prohibida? – Me preguntó uno de los habituales.
- Ni idea – contesté
- ¿Y funciona ese brebaje tuyo? – Siguió preguntando
- ¿Tu que crees? – Respondí con parquedad dando a entenderlo todo con el juego de cejas
- ¿Para qué es la bebida, entonces? – Volvió a inquirir.
- Para los calamares espaciales del cinturón, se comen todo lo que lo cruza y les gusta el sabor de la carne aderezado con él, así no entran en este planeta. He montado esta taberna para eso. Está teniendo mucho éxito, este “especial de medianoche” como ellos lo llaman.

viernes, 12 de agosto de 2011

Tormentas en Forest City

Mi Smartphone insiste en decir que vivo en Forest City y que casi siempre hay tormentas con truenos. De algo tan grande tenía que salir un relatillo, este es solo el comienzo, luego no lo terminaré, como ninguno, pero al menos empiezo a escribir que ya hacía tiempo:


Cuatro o cinco tormentas rodean Ciudad Bosque, cercándola lentamente como las manos hábiles de un estrangulador que se quiere tomar su tiempo, o como el amante que coloca con suavidad el collar de perlas preciosas en el cuello de su amada queriendo retrasar el momento en el que las yemas de sus dedos dejarán de sentir la piel suave y perfumada de su cuello.
Ya no había bosques en Ciudad Bosque, tan sólo una placa de sílice que proyectaba a las alturas un perpetuo holograma de un castaño cuyas largas ramas se mecían al compás del viento de los ceros y uno que vivían en sus raíces. Como por las noches los traficantes de chips de recuerdos, de implantes sexuales y de drogas de Saturno hacían sus negocios bajo las gruesas ramas transparentes, se conocía a la zona como el bosque de los malhechores, recordando los tiempos en los que la justicia del rey colgaba de los gruesos ramajes de castaños sólidos y reales a los falsificadores de moneda y a los proxenetas. Por algún motivo eran los peores crímenes para su majestad.
Antaño, las tormentas que descendían hasta el valle de Ciudad Bosque se traían de recuerdo fragancias de otros valles, de hojas de arce, de tomillo, de orégano salvaje, de salvia fresca y de resina jugosa, junto con las gotas de lluvia que se formaron en nubes que nacieron en zonas más felices. Ahora sólo traían el olor de neumáticos quemados, de basura poderosa y de los bloques de hormigón rugoso que ocupaban el lugar de las hayas y los alcornoques.
Cuando las tres lunas coincidían en el cielo, hasta los esqueletos de los ajusticiados sonreían con satisfacción y el corazón de los hombres y mujeres se agitaba como unas dulzainas de madera nueva, salían de sus casas hasta el lindero del bosque más profundo y cantaban la alegría de la vida a los árboles, quienes seguían el ritmo con las ramas, haciendo que la luz de la luna variara en matices e intensidad como en un calidoscopio celestial.
Ahora las tres lunas eran tres fábricas de minas espaciales, preservativos de látex con estrías y contenedores de residuos nucleares. La civilización había llegado al planeta de Ciudad Bosque.
Los truenos marcaban su avance cadencioso, aplausos sonoros de gigantes, carcajadas de los dioses locos en las bóvedas celestes, grandes rocas deslizándose por los acantilados más profundos de las simas marcianas. Si hubiera habido árboles en Ciudad Bosque se habrían retirado despacio a las profundidades de su bosque, al corazón de la maleza, para sentirse más protegidos bajo las ramas de los árboles más viejos y sabios. Ahora, el castaño digital parpadeo tres veces, cada vez durante más tiempo que la anterior y desapareció dejando a la placa de sílice que lo proyectaba sola bajo la lluvia y haciendo que los negocios que realizaban los delincuentes perdieran su eléctrica luminosidad.
Las tormentas se estaban uniendo, compartiendo noticias de las borrascas de procedencia, criticando a los anticiclones, comentando lo oscuro y negro que estaba el interior de cada una de sus nubes, alabando los rayos dorados de las demás y preparando planes de guerra. Ciudad Bosque iba a caer entre los truenos, el agua y la luz de miles de relámpagos. La civilización no iba a poder con esta tormenta, esta vez no, parecían decir en su movimiento de pinza contra la ciudad que antaño tuvo un bosque.

domingo, 7 de agosto de 2011

Exorcismos

Y como sigo con sequía creativa tanto para la escritura literarea como para el trabajo del doctorado, seguremos subiendo las antiguas tiras de humor ateo de tiempos más inspirados.

viernes, 15 de julio de 2011

Añoranzas de lluvia

Este lo escribí hace unos años ya, pero tiene la longitud adecuada para que entre en una sola entrada y así además me evito escribir algo nuevo.


                                              AÑORANZAS DE LLUVIA
Una de las cosas que más echaba de menos era la lluvia, no sólo el fenómeno metereológico en sí, sino todo aquello que traía con ella. Recordaba de manera casi lacerante el incomparable olor a tierra húmeda (realmente provocado por un hongo, aunque eso no invalidaba en absoluto su encanto) y a todo el resto de olores que se veían multiplicados con su presencia, como el de la retama o el de las flores de primavera. Si cerraba los ojos todavía le parecía oír el sonido que la lluvia producía al golpetear graciosamente los cristales mientras, a cubierto, se disfrutaba de una taza cargada de café y de un cigarrillo que sabía muchísimo mejor con la lluvia. Veía con nitidez total dentro de su cabeza los cientos de tonos de gris que el cielo era capaz de exponer con la ayuda de los cúmulos de borrasca y, a menudo, le embargaba la sensación de sentirla fresca sobre el rostro en las pegajosas tardes del final del verano. Recordaba a la lluvia como se recuerda a una amante, su tacto, sabor, el dulce sonido de su conversación y su ausencia le dolía como la carencia de sexo con el ser amado. El resto de recuerdos le atormentaban menos pero el fantasma de  la lluvia le perseguía y le martirizaba como un espíritu que vuelve para no dejar vivir a su asesino. La Tierra tenía multitud de rasgos para ser eternamente recordada, pero ni las cálidas playas, ni el sereno mar, ni los campos puros en los que se levantaban regios los olivos eran capaces de competir en sus añoranzas con la presencia perdida de la lluvia.
La galaxia, no obstante, estaba repleta de espectáculos inolvidables tales como brillantes nebulosas, soles nacientes, campos yermos y fríos de lo que un día fueron satélites... Uno podría pasarse la vida entera contemplando absorto el infinito desde la escotilla de una nave cualquiera y no sólo no se cansaría nunca, sino que jamás la inmensidad del universo se repetiría una sola vez. Y sin embargo allá fuera, en la negrura sólida entre las estrellas jamás llovía.
Cuando hablaba con sus compañeros de viaje de sus punzantes añoranzas, éstos no parecían comprenderle, ellos preferían al sol, adoraban su disco dorado como paganos cegados por el brillo de oro del ídolo sin pararse ni tan siquiera a pensar sobre ello y, como los paganos, atacaban a todas las divinidades que no relucieran falsamente del mismo modo que la suya, de esta manera le hacían bromas sobre sus preferencias de la lluvia y le recordaban que lo que mandaba era el sol, aquella sólo aparecía si se lo permitía el segundo. Con el sol, mantenían sus compañeros, podías hacer lo que quisieras bajo su atenta vigilancia, no había límites, pero con la lluvia uno no podía hacer otra cosa que no fuera resguardarse de su frío abrazo y rezar a sus dioses para que cesara cuanto antes.
Seguramente había sido él mismo quien había teñido de un tinte religioso las conversaciones, quien se había imaginado, en las altas cumbres de la atmósfera, una batalla entre panteones enfrentados. Muy probablemente sus compañeros tan sólo estaban pasando el rato entre las horas de trabajo y realmente no eran sacerdotes del gigante dios amarillo que relegaba a la clandestinidad a su adorada lluvia. Tal vez tan sólo querían reírse un poco con él y por eso le decían todas esas cosas tan terribles sobre la lluvia. Pero una cosa era cierta, hablando con la gran mayoría de sus compañeros de navegación cada uno echaba de menos unas cosas y nunca la lluvia era una de las elegidas. A pesar de la distancia, a pesar de su ausencia la lluvia no era apreciada. Le decían que era lógico, que metidos en una nave metálica, atravesando una inmensidad de oscuridad fría, lo primero que se echaba a faltar era el sol, algo que te calentara los huesos, que te acariciara el pelo con dedos suaves y que te provocara una sonrisa sin que pudieses evitarlo, ¡ya tendrían tiempo de ver llover cuando volvieran a casa tras la misión!, decían.  No eran conscientes de que la lluvia podía hacer todas esas mismas cosas que pensaban eran exclusividad del sol, acariciarte y provocar sonrisas.
Se echa de menos lo que no se tiene, pero mucho más lo que ya no se volverá a tener, eso te lo podría decir cualquiera, desde quien ha dejado de fumar irremediablemente porque el médico se lo ha prohibido y siente como nunca más volverá a tratar de mantener lo más posible el humo en sus pulmones antes de soltarlo, hasta quien es cruelmente consciente que nunca de nuevo sentirá la caricia de las caderas, el sabor de la boca o el olor del pelo de su amor verdadero cuando éste acaba de dejarle.
Entonces se le ocurrió la solución. Iba a ser terrible, un tremendo sacrificio, pero todos los mártires de todas las religiones los han hecho en honor a sus dioses, así que el no podía ser menos. Su trabajo consistía en una patrulla permanente por los sistemas más cercanos a La Tierra, la última línea de defensa ante posibles ataques. Realmente no solía haber ataques y de haberlos nunca llegaban tan lejos (o tan cerca, según se mirara) por lo que su labor consistía en una ronda nocturna, una eterna ronda nocturna. Los turnos duraban cinco años y tan sólo había comenzado el tercero, sin embargo en este momento de la ronda pasaban lo más cerca posible de La Tierra. No podía divisarse más que como una esfera azul perlada de multitud de agujeritos de luz, no obstante dentro de esa bola que flotaba en la nada la lluvia caería grácil y sensual en multitud de lugares.
Se echa mucho más de menos lo que nunca volverá a tenerse. Si la lluvia no era tan apreciada era porque en cinco años volverían a sentirla. Pero si nunca más hubiera lluvia, su recuerdo permanecería eterno en la memoria, los dioses muertos rigen los destinos de sus pueblos con más fuerza que los vivos.  Fue un movimiento muy fácil, tan sólo extrajo una palanca y pulsó un botón, ni siquiera se escuchó nada sólo se vio un haz de luz que se hizo más y más grande hasta que desapareció dejando de nuevo a la negrura. Ya nunca más habría lluvia, al menos en La Tierra. La multitud de terrícolas desplegados por todo el universo al recordar su planeta destruido para siempre, llorarían también por la lluvia y entonces sería realmente apreciada. La querrían ya del mismo modo que la quería él.

lunes, 11 de julio de 2011

La escritura de la biblia

Pues como siempre que  no se me ocurre qué subir, vamos con el humor ateo. Total, tengo montones hechas desde hace años y no cuesta nada (hasta la primera denuncia, claro)

martes, 28 de junio de 2011

Bacterias

Tengo que darle más vueltas, pero este es el primer borrador. Igual si me enrollo más sale algo curioso:


En cuanto me sacan bruscamente del agua estancada no puedo dejar de tiritar. Me gustaría decir que el agua tiene el matiz verdoso de la amatista apagada o el suave musgo que crece sereno bajo la sombra de los árboles más altos del bosque de las hadas. Pero mentiría, es un verde legamoso, más parecido a los líquenes que afloran de las tumbas abiertas y que se pegan a las lápidas como sanguijuelas esponjosas o a los hongos que exudan los restos orgánicos a los que el sol ha mancillado tras la muerte como una turba de profanadores de cadáveres. Los tonos de marrón son un añadido que, lejos de ser el ocre arenoso de los campos de labranza tras una tormenta, tienen más parecidos con algo que esperarías ver flotando en los urinarios de cualquier estación de servicio en los sectores más alejados del brazo espiral de la Vía Láctea.
Mis dientes castañetean como armas automáticas mal engrasadas (“hechas en la tierra” es como se dice en el resto de galaxias cuando un producto es defectuoso) y mi piel arde con una fiebre que empezó tomando un jerez de aperitivo en el jardín y ahora está vaciando la despensa y atiborrándose en la cama de matrimonio de la habitación principal de la casa. Ya no sé lo que pienso, los pensamientos caminan solos y desorientados por el palacio cuando el servicio ha abandonado el hogar, los ojos me queman y arden con el fuego de supernovas en las cuencas temblorosas, la garganta se me antoja un desfiladero roto y quebrado por el que se ha despeñado mi vitalidad mientras se ha ido golpeando con todos y cada uno de los afilados salientes rocosos y en la piel se confunden la humedad del agua sucia con el sudor frío mientras ambos grupos comienzan a ser evaporados con la hoguera febril que arde constante en mi organismo agonizante.
Mis captores parecen sonreír debajo de sus trajes antirradiación y con los andares torpes que caracteriza tamaña protección me empujan hacia un rincón donde han dejado algo de ropa que tendría que haber sido llevada por un vagabundo que se hiciera encima todas las funciones corporales durante varios meses para empezar a estar la mitad de sucia. Los temblores, el sudor frío, la ayuda de los miembros embutidos en amianto de mis captores y los bultos desagradables que brotan de gran parte de mi cuerpo hacen que cueste bastante ponerme la ropa. Una inyección con pistola de antibióticos de choque, que impiden que muera en el instante, pero que no termina con los trillones de infecciones que se han adueñado de mis órganos se suma a la rave en la que se ha convertido todo mi conjunto ordenado de células. Estoy listo para mi función y no tendré que hacer prácticamente nada, salvo toser sangre negra y arrastrarme por dónde sea que me quieran dejar suelto mis captores.
Tras el primer contacto con la primera civilización alienígena se descubrió cuál iba a ser la utilidad de los terrestres. La evolución nos había preparado para sobrevivir en un terreno hostil, lleno de microorganismos agresivos, seleccionando una especie con el sistema inmunológico más resistente de las galaxias conocidas. La Tierra era un planeta con un tremendo potencial geológico que se había llenado en mal momento de bichos de todo tipo. Las enfermedades de la Tierra barrerían cualquier otra forma de vida de la galaxia en un suspiro asmático. Los primeros viajeros espaciales que llegaron lo sufrieron en sus carnes y enseguida decidieron cuál iba a ser nuestra utilidad como especie, haríamos en lo sucesivo lo único  para lo único que valíamos, para ser una granja de bacterias, un almacén de virus, que se soltaría en cualquier planeta que se quisiera atemorizar. Un poco de ayuda para que las enfermedades crezcan lozanas y jugosas y poco más habría que hacer.
Somos las cucarachas del universo, la fuente de las plagas que acabarían con decenas de sectores en pocos años, los contenedores ambulantes de las bacterias más temidas, el contagio asegurado de terribles dolencias… Somos la bomba biológica ambulante definitiva.

lunes, 27 de junio de 2011

Estrella de Oriente

Mientras termino de redactar un microrrelato que se me ha ocurrido, volveré con el humor ateo, con uno que mezcla humor ateo con ciencia ficción

domingo, 19 de junio de 2011

Revolución sexual (III)

Aprovechando que me voy a ir unos días a descansar a zonas de la naturaleza bendecidas con el don de no tener red (bueno, tener, tienen, pero yo no se la he puesto), avanzo un poquito más la historia ésta y ya veré si la sigo con vistas a publicarla o la sigo compartiendo libremente para aquel a quien le guste, que ya  de por sí es de agradecer que alguien se lo lea. Vamos con ello:



Ziggy Stardick se desperezó lentamente, el tacto de las sábanas de seda marciana seguía resultando fresco y agradable a pesar de la orgía que se había desatado sobre ellas durante toda la noche, como una vociferante y húmeda galerna en alta mar. La enorme cama redonda que ocupaba todo el centro de la habitación empezó a despertarse paulatinamente cuando sus ocupantes fueron abriendo sus ojos o apéndices de visión uno a uno, como en una reacción atómica. Ziggy miró a ambos lados para ver las  suaves colinas de cuerpos desnudos que se movían con la pereza de los glaciares de montaña, inspiró la miríada de los distintos matices agridulces del sudor unidos a los lubricantes con sabor a frutas venusianas, el aceite aromático de los androides de compañía se mantenía en un segundo plano mientras el aroma del café de lujo que se acababa de hacer en la cocina llamaba a la puerta con modales ceremoniosos, pero con insistencia.
Ziggy Stardick, el actor porno más famoso de la vía láctea, dueño de productoras de cine X, de cruceros galácticos de placer, de planetas enteros dedicados al sexo y propietario de los derechos derivados de la palabra orgasmo, no podía ser más feliz. Vivía en un satélite artificial, rodeado a todas horas y en todas las habitaciones de las formas de vida más bellas que hubieran podido surgir de la selección natural o artificial, su harén, y guardia de seguridad, de vampiras piratas ninfómanas era la envidia de toda galaxia a la que llegara la noticia. La película basada en cómo había llegado a hacerse con el control de la flota pirata, tras ser abordado uno de sus cruceros de placer, había sido la más taquillera de la historia y lo seguía siendo día a día. Se le llegó a ofrecer el puesto de emperador del sistema galáctico, cosa que rechazó en directo en la holovisión, mientras mordía con pericia el cuello de la presentadora y su mano se perdía por debajo del plano medio aunque se podía adivinar con facilidad qué estaba haciendo, presentadora que al día siguiente se despidió y se apuntó a la religión que clamaba que la Vía Láctea no era más que una eyaculación del dios del sexo Stardick.
Un café, unas tostadas con mantequilla y mermelada (asombrándose de que quedara tras todo lo que se gastó anoche), un cigarro liado a mano por clones de una granja ilegal de órganos en Titán, a quienes él mismo había liberado, era todo lo que necesitaba para recargar energías y empezar a preparar sus próximos proyectos, a Ziggy le encantaba trabajar, ¡tenía el mejor trabajo de los sistemas conocidos!, sus películas gustaban a todos los públicos, se proyectaban en clases de educación sexual, no dejaban de ganar premios a todo festival que se presentaran, se entendían por cualquier cultura extraterrestre vagamente antropomorfa y eran objeto de tesis doctorales en las universidades más famosas de la galaxia. A veces pensaba que se escribían tantas tesis sobre ellas sólo con la esperanza de que asistiera en persona, con su séquito/harén/cuerpo de guardia y que la lectura de la misma se convirtiera de pronto en una orgía desenfrenada y sin parangón. El hecho de que más de una vez hubiera ocurrido seguramente seguía dando alas a los futuros doctores y elite intelectual del cosmos.
Ziggy tenía una capacidad fuera de lo común para hacer varias cosas a la vez, de hecho era una marca de fábrica en sus producciones, pero esta vez se detuvo brevemente al leer uno de los mensajes que le habían llegado al coreo oficial de su productora.

miércoles, 15 de junio de 2011

Timeline

Tengo que hacer una historia con el fascinante concepto del "timeline", que me descubrió la genial bloggera de "Así sí" y "Qué se lleva en la red". En twitter hace referencia al lapso de tiempo que tienes atrasado desde que lo comprobaste por última vez hasta ahora mismo. A más tiempo sin entrar más timeline atrasado, lo que puede ser agobiante para mucha gente. ¿Qué se puede sacar de aquí?:

- La típica historia de la relatividad en los viajes por el espacio. Alguien vuelve con su nave de una misión y tiene que ponerse al día de todo lo que ha pasado en la tierra. Muy vista, pero un clásico al fin y al cabo.

- Alguien de la tripulación tiene que revisar la nave en un largo viaje y se va despertando de la criogenización cada cierto tiempo para comprobar los estados del computador central y los análisis que va realizando sobre el planeta al que se dirigen, datos que cada vez son más extraños e inverosímiles.

- Un espía, examina desde un sátelite natural el planeta que el concilio de psíquicos ha predicho que será el enemigo en los próximos años, para aprender antes su cultura, armas e historia para ver en qué punto justo deciden ser el enemigo de su pueblo y cómo se les podrá derrotar.

Alguna puede quedar chula, ¿no?

martes, 14 de junio de 2011

Escribe un sms a “clima:###”


Los rayos de sol se desploman violentamente contra la ciudad, como los niños crueles aplastan hormigas por el mero placer de ver como se funden con el suelo,  o los obesos se lanzan en bomba a la piscina para salpicar al mayor radio posible de bañistas,  sin importarles si caen sobre los decrépitos paneles solares donde las palomas mutadas copulan mecánicamente a su sombra, sobre la humeante cabeza de los viandantes o sobre el asfalto que no sabe si quedarse el calor todo para él o regalárselo a todo aquel que tenga la mala fortuna de pisarlo descalzo o con un calzado de menor resistencia que el utilizado para caminar entre volcanes.
El calor es insoportable, no hay manera de escapar de él si no tienes mucho dinero, el único alivio son los destartalados ventiladores enchufados a generadores portátiles y bajo el amparo de roídas sombrillas de publicidad de lubricantes genitales que hacen lo que pueden y consiguen que sus propietarios ganen algunos créditos y los ocupados caminantes urbanitas tengan un momento de respiro que será olvidado a los pocos nanosegundos de darle la espalda a sus hélices. Las sombras de los edificios hacen lo que pueden, pero están tan abarrotadas que ya he visto cuatro apuñalamientos por un pequeño hueco bajo sus alas sombrías. El hielo tóxico que te venden en carritos metálicos reutilizados de sillas eléctricas para mascotas no debería ser ingerido salvo en caso de eutanasia.

Escribe un sms a “clima:###” Elige tu clima favorito y en el próximo recuento el más votado será el clima de tu zona.. Cuántos más mensajes envíes, más posibilidades tendrás de disfrutar de tu clima preferido. No dejes que otros decidan por ti por haber enviado pocos mensajes.

El mensaje se ve en casi todos los carteles infográficos de publicidad, se oye en las frecuencias aéreas de ambiente y te llega a tu móvil más moderno cada pocos minutos. Lo único que quedaba por privatizar era el tiempo y se consiguió al instante después de patentar la máquina que lo controlaba.
Si lo puedes pagar, puedes elegir. ¿Y quién puede querer este calor? Fácil: Los proxenetas exhiben así a sus mercancías prácticamente desnudas, el hielo traído de Plutón, con ese sabor a ozono irreproducible se vende por toneladas en los espaciopuertos, los ociosos y los parados, el setenta y cinco por ciento de la población, se esparcen en el suelo con sus cuerpos untados de crema anti-cancer, desarrollada por la misma multinacional que maneja el clima y los chips de negación hipotalámica hacen que cualquier persona pueda ser atérmica. A los empresarios que viven en los edificios climatizados poco les importa y el lumpen está condicionado para preferir el calor. El sol observa a sus súbditos desde arriba y ríe burlón mientras aplasta a otro buen puñado de hormigas mientras piensa jubiloso que hacer con las babosas.
Desde un tejado al sol trato de hackear el sistema, no durará mucho antes de que lo descubran, pero si por un momento siento sobre mí la lluvia suave, como el beso en los párpados de una amante, habrá merecido la pena. Empiezo a oler a tierra húmeda, el pelo de la nuca se me eriza por la estática, me imagino el oscurecimiento paulatino y agradable del ambiente, expectante, como cuando una sala de cine empieza a apagarse para ver una película que llevabas años esperando. Me imagino el rayo posterior que cubrirá de un oro brillante y frío toda la ciudad y así, antes de darse uno cuenta, el sonido del agua tamborileará todo lo que el ojo abarca. Sacaré la lengua y me saciaré con el refrescante néctar de los dioses de las borrascas. 
Cuando todo empieza a suceder ya no sé si lo estoy viviendo o es la insolación la que me ha engañado. Tampoco importa ya, cierro los ojos y antes de perder la consciencia vuelvo a escuchar el mensaje:

Escribe un sms a “clima:###” Elige tu clima favorito y para mañana el más votado será el clima de la ciudad. Cuántos más mensajes envíes, más posibilidades tendrás de disfrutar de tu clima preferido. No dejes que otros decidan por ti

jueves, 9 de junio de 2011

Pensamiento disperso

Una de las pocas cosas que me gustan de mí mismo (no me caigo especialmente bien, ¡qué le vamos a hacer!) es mi capacidad para imaginar al momento y darle un giro a la situación que estoy viviendo, lo que además sirve para darme montones de ideas para relatos que seguro que escriben mis yoes de realidades alternativas menos vagos que yo.
Un ejemplo verídico, hace poco estaba una tarde de domingo desmontando el chiringuito de las fiestas del barrio que ponemos todos los años la gente de la radio, el trabajo es pesado, huele bastante mal gracias a todo lo que se ha bebido y desbebido la noche anterior por la zona y a todo lo que se ha podrido en las neveras desconectadas en derredor. Unas nubes negras hinchadas amenazan tormenta, junto con el olor a ozono y el chumba chumba de las atracciones de alrededor aumentan las considerables ganas de matar. Pero no pasa nada, yo ya no estoy ahí del todo, también estoy en los suburbios de un planeta-feria en el sector más alejado del centro del imperio galáctico, los pocos restos de selva desforestada con el agente ultrarrojo de nuevo diseño se cuelan por el techo construido con restos de naves espaciales destruidas hace décadas y la lluvia intensa salpica el metal haciendo que suene como un órgano viejo y desacompasado. Huele mal, es lo que pasa cuando se tortura artísticamente a gente tan cabezota de no querer dar la información hasta que se necesitaría un ábaco para contar los trozos que le faltan. Tengo algo en mi cabeza que me obliga a trabajar sin parar, ya que si lo hago una selección de la peor música techno (valga la redundancia) empezará a sonar al activarse zonas determinadas de mi corteza auditiva de asociación. Una vez que se desmonte el campamento, nos dirigiremos al centro del planeta, a la atracción principal y con mis conocimientos en guerra psicológica y el grupo de mercenarios sarnosos que dirijo, les daremos algo que pensar a los señores mafiosos que reinan en este mundo de feriantes de realidad virtual... ¿O todo era parte de la atracción de realidad virtual?

Y la verdad es que así se pasa el tedio de los trabajos físicos pesados. Es lo bueno que tiene la mentalidad dispersa. Lo malo es que como te acostubres, a veces estás en los sitios por estar y luego no te acuerdas de nada de lo que has hecho cientos de veces, pero nada es perfecto. A veces merece la pena esta evitación pasiva.

domingo, 5 de junio de 2011

domingo, 29 de mayo de 2011

Revolución sexual (II)


Si estás leyendo esto, o escuchando, o te lo estás inyectando, o descargándotelo directamente a tu corteza de asociación frontal o como quiera que sea el sistema de transmisión de la información que se utilice en esos momento tuyos, y si en tu época, por el motivo que sea, se ha producido un revival de los tiempos previos a la segunda revolución sexual, tal vez te estés preguntando algunas cosas. ¿Dónde está el amor?, podrías preguntarte, ¿qué se ha hecho con el pudor?, te cuestionarás del mismo modo. Pues bien, si has mantenido la atención verás que no hay ninguna contradicción en los términos, ¿dejas de amar porque necesites comer?, ¿si respiras sin que tu amada esté presente consideras que eres infiel? El sexo es una necesidad, que en estos tiempos, se ha logrado solventar del todo. Evidentemente, como a lo largo de la historia de la humanidad, esta satisfacción de las necesidades está sujeta a quien pueda pagárselo. Aunque, no es menos cierto que no escasean precisamente los albergues sexuales para pobres de solemnidad, al igual que se les alimenta, se les permite lavarse y dormir bajo techo, también se les concede que no duerman solos.
Lo cual me lleva a la parte principal de mi discurso, ¿pensabas que nunca iba a llegar, que tan sólo era una apología de una época mórbida y decadente? Nada más lejos de mi intención, no puedo estar a favor de una sociedad que utiliza unas condenas tan desproporcionadas. Sí, soy un condenado, y esto es el equivalente distópico y posmoderno de la balada de la prisión de Reading.
¡Qué época dorada!, no había problema que no pudiera arreglar un buen polvo, nos aferrábamos al sexo como a una taza de café humeante, apretábamos la taza con ambas manos para sentir de nuevo la circulación en las palmas ateridas, aspirábamos su profundo olor salvaje, nos deleitábamos con la profecía de su dulce sabor amargo y finalmente lo bebíamos sin que nos importara lo más mínimo el resto de sucesos alrededor del mundo. Por si te has perdido en la analogía, quería expresar que en una simple y llana taza de café, no era la única finalidad el ingerirlo sin más, pues nos ocurría de igual manera en el sexo, este era mucho más que la suma de sus factores, no era sólo la excitación, ni el sabor salado del sudor de la base del cuello, no era simplemente una suavidad divina entre los muslos, ni se podía reducir a una danza de lenguas entrelazadas, ni a una sincronicidad casi robótica entre las caderas y los latidos de los corazones, tampoco se trataba nada más que de un olor primigenio y poderoso, como tampoco era nada más que una mirada dilatada de pupilas perdidas o unos arañazos ligeros en la espalda, era más que un mordisco perdido y fugaz en cualquier parte o que unas caricias espontáneas y al mismo tiempo calculadas con precisión algorítmica... El sexo contenía todo eso y todavía mucho más que todo eso junto. El sexo era vida y muerte, nacimientos y entierros, paz en el alma, dolor en los músculos, contracción, relajación, corazones que estallan y se repliegan, música estridente y baladas cantadas a capella con voces de satén y de cuero usado ¿Por qué hablo en pasado?, ¿se terminó el lucrativo negocio del sexo en mi época? te puedes preguntar. Pues depende, no es por ponerme solipsista, pero ¿has oído hablar, o has leído sobre la teoría filosófica que mantiene que el fin del mundo ocurrirá en el preciso instante de tu muerte? Si ha sido así me alegro, entonces entenderás que, en lo que a mí respecta, el sexo ha terminado.
La sociedad en la que viví, si me estás leyendo en el futuro, o en la que vivimos si ha pasado menos tiempo entre las fases de la comunicación, era o es (y espero que me perdones, pero a partir de este momento utilizaré sólo el pasado, perderé en rigor histórico tal vez, pero lo ganaré en claridad expositiva) totalmente humanitaria a pesar de lo que puedas pensar. La pena de muerte era algo que ni las civilizaciones más bárbaras y atrasadas utilizaban ya como medida disuasoria, la privación de libertad dejó de tener sentido una vez que con un sencillo injerto previo en los lóbulos temporales uno podía imaginar que estaba en una soleada playa de aguas cristalinas en lugar de una esterilizada celda individual y las drogas que modificaban la conducta significaban un gasto considerable a los estados que debían proporcionarlas periódicamente a los criminales. ¿Cuál era la solución?, ¿cuál sería una medida humana, barata y que lejos de imposibilitar la vida laboral cotidiana del condenado además le motivara para que no volviese a cometer tales actos una vez que su condena terminara? Efectivamente, astuto interlocutor. La privación de sexo.
La privación de sexo era una técnica cuyo procedimiento no había trascendido, hoy por hoy todavía no se sabe cómo narices se realizaba, pero funcionaba. Al criminal se le dormía y al despertar, la posibilidad de echar un polvo desaparecía como la bruma en un mediodía en el que el sol ha llegado tarde, sin prisas, pero ha llegado al final y para quedarse. No se trataba de drogas, porque no volvían a administrarte nada más, no parecía que fuera cuestión de una intervención quirúrgica invasora o peligrosa, ya que, que se supiese, nadie había muerto en el proceso y, por si fuera poco, todos los intentos de volver al estado pre-condena tanto con hipnosis como con técnicas conductistas se demostraron como fracasos absolutos. Los condenados no volvían a tener sexo durante todo el tiempo que durase la condena, la que podría oscilar entre unos meses o de por vida. Y, sin embargo, al terminar ésta, podrían volver a su vida cotidiana como quien despierta de un mal sueño. De este modo se aseguraban que se cumpliera la pena de la manera menos problemática posible y que se aceptara con resignación, ya que así al final del túnel volvería a aparecer la intensa luz de unos ojos brillando en medio de un orgasmo o de las gotas de sudor perlando una piel pálida. Nadie quería que se le fueran añadiendo años a la condena por mala conducta.