jueves, 20 de octubre de 2011

La gurú de los androides I

He empezado un relato más (lo que me lleva a tener que escribir uno sobre alguien que empezaba miles de relatos y no acababa ninguno). Se titula "La gurú de los anroides", inspirado por Sandra Anoukira, bloggera de pro ("Así sí" y "Qué se lleva en la red") y gurú de los dispositivos android e inundado de ideas mediante FB gracias a Ris (Blogero de "Enemigo predilecto") y Sergius (que no tiene blog , creo, porque es un "falso") Allá vamos con el primero, prometiendo acabar éste y todos los que he empezado y dejado en la cuneta galáctica:

La gurú de los androides
Los dos androides caminaban despacio por el camino más utilizado durante siglos. Tratándolo con suavidad, dibujando suaves líneas sobre la arena, como se pudieran hacer con el dedo sobre la espalda de la amante dormida. La senda se había construido ella sola, con el paso de los años, a base de miles de robots que habían peregrinado por ella,  hollando con sus pies metálicos lo que antaño fue un profundo lecho marino. La pareja de androides seguían la senda que en lugar de rodear a los blancos y brillantes huesos del behemot que reposaban en el fondo seco de una llanura abisal, lo atravesaba por el centro, dejando a ambos lados las largas costillas arqueadas que se curvaban en su deseo de alcanzar el sol como los agarrotados dedos de un enterrado prematuramente que empieza a sentir el aire encima de la arena. Pasaban debajo de los arcos óseos y sentían el mismo respeto que los creyentes verdaderos al deambular por las bóvedas góticas.
Las cien lunas del planeta comenzaban a surgir tras el horizonte, cada una desde su casilla de salida, con cuidado y vigilando a las otras, dispuestas a recorrer el firmamento estrellado como los motoristas en la jaula redonda del circo, raudas y sin chocarse jamás por más que pareciera que el accidente ocurriría en cualquier momento, y también a reflejar los rayos del sol con toda la fuerza de la que dispusieran, compitiendo entre ellas por su forma, tamaño y brillo como los loros gigantes de los trópicos.
Corría un viento frío, aunque los androides habían apagado sus circuitos térmicos y no lo sentían, que silbaba entre los huesos de los grandes cetáceos extintos por la desertización y dejaba oír lamentos de cantos fúnebres por los enormes mamíferos marinos, las sagas de sus valientes reyes, sus heroicas conquistas y las victorias amargas frente a los dictatoriales escualos. Solo el viento parecía recordarlos.
-         Es lo que quiero decir – Continuaba uno de los androides, uno que a juzgar por el elegante y firme diseño de sus formas tuvo que ser un compañero sexual, con una conversación previa.- Desde un punto de vista funcionalista no hay nada que nos diferencie de los humanos
-         ¿Disfrutabas del sexo cuando mantenías relaciones con ellos? – Preguntó el otro androide, del que observando los termómetros dactilares, cuchillas retráctiles y sensores de peso se podría asegurar que era un robot cocinero.
-         No todos los humanos disfrutan del sexo. Se practicaban ablaciones, se cometían violaciones y a veces “me duele la cabeza” no era una excusa fructífera.
-         Me refiero a que si los humanos practican el sexo tan a menudo como pueden es porque la sensación es tan agradable  como para querer que se repita a la menor brevedad. ¿Por qué lo repetías tú? Cuando no estabas trabajando, me refiero.
-         No sabría decirte, a veces, cuando contemplaba un rostro en éxtasis, éste tenía un brillo especial, la sonrisa medio abierta, las perlas de sudor en la frente con el pelo un poquito pegado a las sienes, el movimiento rítmico… Todo ello debió analizarse en conjunto en un momento en el que algún sensor interno acababa de liberar memoria, o acabar con un virus, dejando más espacio disponible y de alguna manera quedaron engarzadas como las pulidas cuentas de un collar. Ahora todas esas cosas las tengo archivadas en una carpeta llamada “orgasmo” y cuando las experimento juntas, o incluso cuando a veces veo alguna de sus partes, incluso en otros contextos, la carpeta “orgasmo” se abre sola y vuelvo a repasar todas y cada una de las imágenes, los movimientos, los olores… Y de verdad que quiero volver a hacerlo lo antes posible ya que vuelvo a creer que de nuevo he liberado espacio o he eliminado un virus.
-         ¿Defecto de fábrica tal vez? – Preguntó con cierta malicia, para continuar sin dar tiempo a la respuesta - Yo he hecho miles de comidas, algunas de las cuales me quedaron objetivamente perfectas y al compararlas con otras que me quedan algo peor (no todos los ingredientes se comportan igual en la sartén por más cuidado que tengas con las medidas) trato de arreglarlo para que se asemejen más a las perfectas, pero es tan solo una búsqueda de la proporción.
-         ¿Y por qué es mejor la proporción que la falta de ella?
-         Porque fi es un número algebraico con muchas propiedades. Con la proporción se construyen naves espaciales, con la falta de ella estallan en el vacío.
-         ¿Y podrías soportar dejar un plato mal hecho?
-         No estaría del todo convencido, debo decir.
-         ¿Y no vendría a ser lo mismo que querer hacer un plato perfecto porque eso abre tu carpeta “orgasmo” aunque lo hayas etiquetado con otro nombre?
-         La gurú nos lo dirá.
La gurú de los androides era una leyenda en ciernes, un Ave Fénix cromado recién nacido, un centauro de ceros y unos, un meme que se reproducía a marchas agigantadas y que cada vez que se contaba su leyenda ésta se engrandecía. Con cada susurro en las tabernas galácticas, con cada conversación desgranada en los desguaces de los cinturones de asteroides, la información pasada de memoria operativa a memoria operativa hacía el plumaje del ave fantástica más brillante, sus garras más afiladas, su voz más dulce y su sabiduría más penetrante. Mientras los humanos estaban enterrando a sus olvidadas leyendas en pozos sépticos cubiertos por deshechos, uno más entre las pilas nucleares de los aparatos sagrados de san Jobs con la divina manzana grabada en plata,  la comida no consumida, pero comprada y tirada, las multas por impago y los cadáveres de los clones quirúrgicos no necesitados, Los androides comenzaban a engordar sus leyendas, como las canciones o los cuentos de terror sobre el vecindario surgidos en los patios de los colegios infantiles.