viernes, 10 de agosto de 2012

Crítica de Prometheus


Para darle un poco de vidilla al blog para que no esté tan parado y para darle algo de polémica, vamos con la crítica de Prometheus.  Pero antes partamos de dos premisas:
A)    Es una crítica con intención humorística y soy consciente de que a mala leche puedes sacar fallos a cualquier película que te lo propongas por buena que sea (o hacer lo contrario, pero eso lo dejamos para otro día) Es lo que he hecho con “animus jocandi”.
B)    La película está realmente bien de fotografía, diseño artístico, FX, banda sonora… Pero es el guión en dónde hace aguas todo y en dónde centraré la crítica. Y si hubiera pensado en que iba a ver una peli de serie B desquiciada igual me hubiera reído y entrado en el juego, pero es que Scott llevaba años hablando de la trascendencia y seriedad de la película y de ahí que me pillara con el pie cambiado. La veré otra vez dentro de unos meses con ojos de serie B para disfrutarla como se merece.
C)    No es una premisa es un aviso. Son todo SPOILERS, no sigas si no la has visto y si no quieres que te arruinen la risa de los desfases cada cinco minutos.

                                                 PROMETHEUS (Alieniza como puedas)
Todo empieza cuando unos arqueólogos descubren unos grabados en una cueva similares a otros de diferentes partes del mundo.  Lo que debería haber sido: “¡Qué hallazgo arqueológico más interesante!” y los arqueólogos recibiendo el nobel en la siguiente escena. Fin de la película. Resulta que no, porque la arqueóloga deduce no solo que es un mensaje de unos extraterrestres, que ya sería echarle inventiva, sino que es de los mismos que han creado a los seres humanos (la ciencia infusa es lo que tiene) y que quieren que con pongamos contacto con ellos. Ella se lo cuenta a un viejo millonario que en lugar de soltar a los perros nada más oírlo la cree y no contento con eso monta una expedición a tomar viento en el espacio a un sistema solar que parece ser se representa en todos esos grabados. En los grabados aparecen solos tres puntitos, pero como lo bueno que tiene el universo es que es pequeño, en un par de años lo encuentran.
No pasa nada porque les sale barato, un billón de dólares solo (billón americano, suponemos, así que hay concejales valencianos que roban más en un mes) con lo que no habría ni para combustible, pero al final ahorran porque en personal se gastan poco ya que para conformar para la tripulación de la nave debían de tener un convenio y cobrar una subvención por contratar retrasados (porque si no se explica que luego vayan haciendo las absurdeces que van haciendo) y eligen al más tonto que encuentran en cada campo. Como son originales haciendo expediciones, y ésto es lo más cachondo de todo, nadie sabe a dónde van, ni para qué y se lo cuentan todo en una video conferencia post-mortem una vez han llegado al destino y se han tirado dos años criogenizados durante los cuales el pervertido del androide espiaba sus sueños y aprendía arameo mientras jugaba al baloncesto, para que ya si se arrepienten no tenga remedio. La cosa es que están todos allí porque la arqueóloga  va a buscar a los creadores de la vida en la Tierra porque “ha decidido creerlo así”, la mejor base posible para realizar un viaje espacial ¡Y estas risas solo en los primeros diez minutos de película! Sin contar el preludio en el que un alienígena calvo se toma un chupito y se cae al mar por un risco como si hubiera salido de una discoteca de la costa. Debía tener mal beber.
El caso es que llegan a la Luna del Planeta que puede albergar vida y en esas el vago del piloto (esperamos que no sea porque es afroamericano y haya un substrato racista de Ridley Scott) ¿Pues no sale con que solo quedan ¡seis horas! De luz y que ya mejor empezar mañana con la fresca? Menos mal que  los arqueólogos se empeñan y, como son los que mandan que para eso liaron en el embolado al viejo millonario, para allí que van. Bueno, eso y que es Navidad y que si no trabajan Papá Noel no les traerá regalos. El arqueólogo ordena entonces que bajen al planeta sin armas y, por supuesto, no se discute más. El encargado de seguridad dice que va a cobrar lo mismo y que él es un mandado y que el también se apunta a que le maten lo que pudiera haber allí. ¡Si solo es un planeta con vida alienígena tampoco es como, no sé, ¿Un viernes noche en un polígono de carretera?
Y aquí empieza el despiporre con los miembros de la expedición, en el primer posible contacto de la humanidad con una entidad extraterrestre, quitándose el casco porque ya se puede respirar, tocando todo lo que se van encontrando por el camino en un planeta desconocido (pero TODO), separándose y volviéndose a la nave andando porque se han enfadado… Porque para qué van a esperar a que unas pelotas escaneadoras tracen el plano de la torre hueca (no es una nave enterrada, no qué va), mejor es ir tocándolo todo, oliendo y chupando cosas.
El androide, que es el más tocón de todos, activa unos hologramas donde se ve a unos alienígenas dirigirse a una zona para morir. Llegan allí y se los encuentran muertos, claro. ¿Volvemos mañana con armas? ¡Y dejar de tocar cosas en un planeta alienígena, ni lo sueñes! Son space jockeys, los de la saga Alien, pero más pequeños ellos, serán crías o una variante enana rara, o los otros serían más grandes, a saber.
Y mientras tocan más cosas y los que se han enfadado ya se han perdido (recordemos que eran los más tontos de cada campo) llega una tormenta con un huracán y fuerte aparato eléctrico, con el tiempo justo para antes de salir de la “cueva” (guiño, guiño. Codazo, codazo) envasar la cabeza de un alienígena al vacío como si fuera mojama traída del pueblo y meterla en una mochila (de esas que sabes que se resbalan y se caen en el peor momento, de esas). La pega es que con el viento y la arena pasan cosas pero no queda muy claro qué, ni quién se cae y quién salva a quién. Y la jefa mala dominatrix no sería tan mala cuando ni les regaña por haber destrozado los vehículos de tierra y haber perdido a dos miembros en las primeras horas de descenso en la luna. Todo ello es un guiño inteligentísimo de Scott, una película sobre la evolución y la vida protagonizada por premios Darwin.
¿Todavía puede haber más risas? Sí, porque ahora la ciencia patafísica alcanza sus momentos de gloria cuando deciden revivir la cabeza del alienígena muerto con electricidad y luego la meten en un microondas cuando se asustan de que les haya funcionado el plan y con el androide pervertido echándole en el cubata al arqueólogo una de las guarrerías que ha ido encontrándose en sus deambulares por la cueva cuando nadie le miraba. Las moderneces de los gin-tonics en el futuro han ido demasiado lejos.
La arqueóloga sigue erre que erre con que están en el planeta de quienes han creado los seres humanos y nadie le dice nada porque, como se ha comentado antes, ellos van a cobrar igual. Nos enteramos, eso sí de que es estéril, y que para celebrar que el ADN de la cabeza muerta/revivida/incinerada es idéntico al de los humanos: “La prueba de que nos han creado” (sí, no de que “descendemos de ellos” o “la vida comparte base genética a lo largo del universo”) echan un polvo fuera de plano. Los polvos fuera de plano tienen malas consecuencias en este film porque la jefa dominatrix echará otro con el negro vago con tan mala suerte de que justo en ese momento tratan de comunicarse con la cabina de mando los que se han perdido porque han encontrado formas de vida. Y sí, las tocan. Es los que tienen los polvos fuera de plano, en una porno nunca pasan estas cosas.
A la mañana siguiente, todos descansados y follados, van a buscar a los que se han perdido que están más muertos que el cerebro del guionista, el androide mientras encuentra una cabina de mando que funciona presionando huevos duros y aparece un holograma de la Tierra. ¿Destino turístico?, nada que nos han creado ellos y ahora nos quieren matar, por lo que se ve.
El arqueólogo se encuentra mal por beber cubatas con extra de porquería alienígena y como está contaminado a la vuelta a la nave le churruscan. Pero ahí no acaban las desgracias para la pareja porque la arqueóloga está embarazada de tres meses y el androide pervertido quiere criogenizarla para que la operen en la Tierra. La arqueóloga no se deja, ahostia a los enfermeros, se cuela en el laboratorio médico y programa, con sus conocimientos de arqueología, una novísima máquina de cirugía de las que hay muy pocos modelos en la Tierra. El problema: que está programada para hombres (suponemos que si hay modelos distintos por sexos también los habrá para negros, chinos y judíos. El futuro de Scott es machista y racista, ¡toma subtexto de crítica social de manera soterrada! ¡Visionario!), así que no se puede provocar un aborto. Engaña a la máquina programando una cirugía abdominal y aquí mis escasos conocimientos en el cuerpo de la mujer juegan en mi contra, pero recuerdo del cole que el útero y el estómago eran partes distintas, ¿no? ¿Qué clase de sexo tuvisteis anoche, pervertidos? La buena mujer pesca un calamar de cuarenta kilos en canal, la llenan de grapas médicas ¡y a correr! (literalmente)
En las carreras se encuentra con el viejo millonario en la nave (¡sorpresa! ¡nadie lo hubiera sospechado!) que dice que quiere que los alienígenas le curen (esos que la arqueóloga se inventó al ver los puntos en el grabado, los mismos). Que podría haberse criogenizado en la Tierra y haber esperado a que le trajeran la “cura” como a los señores, pero no, viajar por el espacio con ciento cuarenta años es más divertido.
La jefa dominatrix se revela como su hija y le dice que “los reyes que abandonan el reino lo pierden”. Así que ella lo ha heredado todo, pero mejor va a ser irse al espacio para perderlo ella también y que acabe heredando la empresa el ficus de recepción.
El final es apoteósico, ya que vuelven para hablar con los aliens que el androide ha visto uno vivo. El caso es que despiertan al space jockey que tras su criogenización de tres mil años, habla con el androide mientras la arqueóloga le grita cosas y el viejo le pide otras (la arqueóloga va con ellos porque les ha dado igual que se haya colado en la zona médica, pegado a sus enfermeros y haberles jodido el experimento del androide pervertido.  Le dejan ir con ellos sin afearle la conducta siquiera ¡y son los malos!) le arranca la cabeza al androide, pega una paliza al resto y recuerda que hace tres mil años tenía que destruir La Tierra. El hombre es cumplidor y sin ni siquiera ir al servicio (El ADN es idéntico al de los humanos, así que no me vale lo de su especie no mea) a ello que se pone.
La arqueóloga vuelve a la nave a la carrera, la jefa dominatrix dice, casi literalmente, “¿Ya nos hemos muerto todos?, pues hale, nos volvemos a casa” y mientras la nave despega la arqueóloga le suplica al piloto que no deje que la nave alienígena haga lo mismo. ¿A quién hago caso a la arqueóloga loca o la jefa dominatrix a la que ya me he tirado? La respuesta es obvia. Deja que la jefa se vaya en un módulo de soporte vital, pero ella prefiere lanzarse individualmente en una cápsula y luego irse andado a por el módulo para darle emoción y morirse en el intento. El piloto “ioniza” la nave y se lanzan a lo “Battleship Yamato” contra la nave mala, preguntando antes a su tripulación si se quieren ir. Los copilotos que han estado sentados en el puente de mando toda la peli y no saben de qué va la vaina se quedan y se estrellan contra los malos sin manos (lo de “sin manos” es literal y lo mejor de la película).
La arqueóloga coge la cabeza del androide que sabe dónde hay más naves y sabe pilotarlas y se dirige al planeta de los space jockeys a ponerles las peras al cuarto. Que igual tardamos setecientos millones de años luz, pero total, no ponen nada en la TV…
TO BE CONTINUED.
Y ojo porque Scott amenaza con que en la siguiente se revelará que ¡Jesucristo era un Space Jockey y que por eso nos odian!. Con mi chip de serie B conectado ya sí que no me la pienso perder.

miércoles, 6 de junio de 2012

Descanse en paz, maestro.

Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de Agosto de 1920 - Los Ángeles, 5 de Junio de 2011)
En cuanto pueda haré una entrada conmemorativa.






















   
Por más que quieran alimentar hogueras con libros, seguiremos leyéndolos, nosotros y nuestros descendientes, en las nuevas mansiones Usher que construiremos en los canales de Marte, porque todos somos marcianos.













jueves, 24 de mayo de 2012

Refugiados (II)

Pues gracias a Ray Bradbury y su "Zen en el arte de escribir" me han vuelto las ganas de juntar letras, así que avancemos un poquito en la última historia inconclusa con la que estaba. Recuerden, la de los refugiados:


Refugiados (II)
 El abrigo negro se encendió un cigarrillo, tabaco rubio de las vastas praderas terraformadas de Jupiter, el mayor sabor del Sistema Solar en una sola bocanada tal que al aspirar podrás sentir la humedad de los cultivos de invernadero bajo la presión de las tormentas eternas y circulares del gigante gaseoso. Con cada inspiración una diminuta estrella fugaz rojiza brillaba durante unos leves instantes para terminar sus días en un apagón de cenizas grisáceas, solo para ser sustituida al cabo por una descendiente en un ciclo que terminaría cuando el universo del tabaco envuelto y apretado contra un filtro de algodón transgénico se olvidara con un pisotón en el suelo helado de metal. Mientras tanto el humo ascendía a los cielos en cuerpo y alma, sereno y grácil como los santos y los cientos de vírgenes diferentes pintadas en los retablos y polípticos de las antiguas iglesias, cuando en la fe convivían el misticismo y el genocidio sin el menor reparo.
Uno de los guardias se vio arrastrado por su araña y al plantarse delante de él sus ojos polifacetados devolvieron el brillo del ascua del cigarro en cientos de reflejos diminutos y brillantes, pequeños puntos de fuego que se movían al compás de la bestia que trataba de avanzar y librarse de la cadena. 

-          ¿Fuma el bicho? – Preguntó sonriendo mientras ofrecía el paquete de “rayo divino” a media altura, como si la oferta pudiera valer tanto para la araña como para su dueño.
El guardia de seguridad no contestó, se golpeó suavemente la pierna con la porra eléctrica, al compás de las chispas que generaba,  dejó a la araña mover su cabeza como un pianista llevando el ritmo y dejó finalmente adivinar una mirada ceñuda debajo de sus gafas de sol blindadas mientras se daba la vuelta con un aire de indiferencia conseguido con la práctica de muchos años de matón.

-          Menos mal que no llevan perros, si no hubieran olido lo que llevamos para comerciar. – Suspiró aliviada la mujer del abrigo blanco
-          No te creas, las arañas tienen un sentido del olfato muy desarrollado, lo necesitan para usar sus feromonas sexuales. En cambio tienen muy mal sentido del oído, perciben vibraciones, sí, pero… - Se paró de repente el discurso del abrigo azul - ¿Cómo no lo ha olido?
-          Supongo que la alquimia del sudor, el miedo, el combustible de las naves y estas salchichas asadas en grasa – dijo el abrigo negro abriendo un paquete de papel albal – envueltas junto con la droga han obrado el milagro.
-          ¿Vamos a poder venderla?
-          Seguramente, el síndrome de abstinencia del opio venusiano es bastante malo. Un poco de sabor a salchicha no dejará de abatir momentáneamente al mono.
-          ¿No notas a los guardias algo más juntos?- Preguntó cambiando de tema con la facilidad con la que los salmones saltan por el río - No creo que sea por el calor humano ni porque estén compartiendo nada. ¿No te parece como una discusión de las jugadas que se llevarán a cabo en el rugby?
-          Un momento. Recibo algo – Contestó el abrigo blanco mirando su ordenador de mano. – Multitud de naves llegan al sector, aun sin identificar.
-          Pues seguramente quieran limpiar el satélite antes de que llegue quien quiera que sea…

Los guardias, se abrieron, como un coro griego dispuesto a revelar el destino funesto de Edipo, con un gesto casi imperceptible, como de gato doméstico, subieron el volumen de sus porras que llenaron el ambiente de un punzante olor a ozono, dejaron que las cadenas de las arañas se alargaran considerablemente y caminaron hacia la cola de refugiados sin que la mueca de desprecio que llevaban permanentemente cambiara y sin que se adivinara otro gesto debajo de sus gafas de sol blindadazas.

lunes, 7 de mayo de 2012

Refugiados (I)

Antes de nada, ¡no entiendo una mierda el nuevo diseño de blogger! así que no sé si lo estaré haciendo todo bien. Dicho eso, vamos con el blog:

El otro día una amiga me comentó que había tenido un sueño raro en el que salía y al contármelo por encima me pareció una idea fabulosa para un relato, así que como siempre lo empezaré y no lo terminaré nunca (aunque esta vez si que quiero terminarlo). Vamos con ello:


REFUGIADOS


  El pequeño y lejano sol se ocultaba tímidamente en el horizonte del pequeño satélite, aunque su ausencia se notaría poco porque no había llegado a calentar nada en toda la jornada de trabajo y se retiraba a su casa cansado y algo cohibido de que el frío le hubiera ganado la partida de nuevo como hacía cada día. A las cuatro lunas que ya se dejaban ver parecían llevarse mejor con la baja temperatura y su blancura nívea funcionaba como un mecanismo de camuflaje en el entorno frío y desolado y para que la gelidez pudiera extenderse por doquier el suelo de metal del astropuerto también comenzaba a cubrirse con rocío helado, como una fruta escarchada y crujiente. Detrás del perímetro de seguridad militar algunas naves pequeñas de exploración despegaban y rugían como dragones jóvenes, reflejando en sus lisas escamas metálicas las luces blancas y rojas de los focos de aterrizaje y de posición.

TODOS AQUELLOS QUE NO DISPONGAN DE VISADO EN REGLA ABANDONEN LA FILA Y DIRÍJANSE AL MÓDULO DE DEPORTACIÓN – Repetía una y otra vez una voz ronca y metálica, que surgía de las entrañas de unos decrépitos altavoces que colgaban de una inestable mezcla de alambre, cinta aislante, sin despreciar grandes dosis de buena suerte, y se mecían con los empujones traicioneros que el frío viento propinaba a intervalos irregulares, cuando más distraídos estaban los altavoces, como si fueran unos niños a los que deseara tirarles del columpio. Tras varias repeticiones en el nuevo esperanto, volvía repetirse en distintos dialectos, como el de los mineros de las explotaciones sulfurosas de Marte, con su deje nasal y su entonación cortada bruscamente al final de cada frase o el de los fieles de la iglesia reformada, en una mezcla de latín y árabe clásico.

  Tres figuras en tres largos abrigos de cuero, azul, blanco y negro, se mantenían en una fila que tiritaba como un solo animal junto con sus integrantes al compás del frío, los avances y retrocesos camino de la puerta de embarque y los golpes de los pies contra el suelo de metal para combatir el frío.

-          ¡Ya ha quedado bastante claro, todos lo hemos oído! ¡En múltiples idiomas! – Gritó al altavoz que continuaba con su mantra justo encima de su cabeza la figura masculina del abrigo negro – Como les debería quedar claro que nadie ha dejado la cola hasta ahora, por más que no tengan visado y, ni mucho menos, se han dirigido al módulo de deportación – Dijo tanto a sí mismo, como a sus dos acompañantes.
-          Supongo que así, cuando apaleen a los que siguieran en la cola y lleguen al mostrador sin visado en regla, dirán que les han avisado previamente – Contestó con cierta sorna desganada la mujer del abrigo azul.
-          Es que los visados cambian de validez a cada segundo que pasa, los planetas libres se conquistan y se recuperan con una rapidez increíble – Comentó la otra mujer envuelta en el abrigo blanco de cuero mientras tecleaba interesada en un ordenador de mano – De hecho, nuestros visados pueden llegar a no servir de nada si el ejército sigue invadiendo los planetas del sistema al que nos dirigíamos.
-          Tenemos tres visados diferentes, uno cada uno, será cuestión de estar atentos y si alguno falla cambiárselo al primer tonto desinformado que veamos en la cola. No lo mencionemos muy en el alto. Esperemos que no todo el mundo tenga acceso a la información como nosotros – Trató de zanjar el abrigo negro.
-          Y no dejemos de estar atentos a los cazarrecompensas tampoco, pueden haber llegado ya en cualquier momento.
-          ¿No deberíamos verles antes hablar con los guardias y ver como nos señalan y toda la cola se aparta para dejarnos solos?
-          No lo creo, es más probable que nos disparen directamente y luego ya hablen con los guardias.

  Más focos se encendieron, lanzando su haz de luz hacia la lona negra que era la noche  y sirviendo de guía no solo a las naves, cada vez menos, que abandonaban el asteroide, sino también a los copos de nieve que comenzaban a descender como paracaidistas en una invasión. El sector de la galaxia estaba en guerra y todo lo que les rodeaba parecía tener connotaciones bélicas. El hecho de que algunos guardias de seguridad comenzaran ya a inspeccionar la fila de refugiados llevando en gruesas cadenas de acero a unos crecidos especimenes de arañas de Marte con las punteras de sus patas y de sus pedipalpos reforzados de metal, no contribuía a descargar el ambiente. Las botas de los guardias hacían un ruido fuerte y prolongado, como de platos de batería, mientras que las arañas se movían con el ruido sutil y ligero de timbales o de campanillas en los pies de las bailarinas exóticas. Los chispazos de las porras eléctricas en modo recarga redondeaban la ópera de la cacofonía de tensión y miedo.

TODOS AQUELLOS QUE NO DISPONGAN DE VISADO EN REGLA ABANDONEN LA FILA Y DIRÍJANSE AL MÓDULO DE DEPORTACIÓN

lunes, 9 de abril de 2012

Palabra de seguridad (I)

Como reza ahí arriba, llevo tiempo dando vueltas a un punto de partida de una historia (creo que incluso la esbocé junto con otras por ahí, revisen si lo desean el post "timeline") que no terminaba de cuajar y sobre todo que no me decidía a empezar. Estos días de asueto alejado del cerro me han hecho que le dedique un poco de tiempo, así que cuelgo el inicio. No tiene ni título. Ya dirán ustedes si puede merecer la pena seguir con ello o no.

Edito: Ya sí tiene título, mira.

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-          Te quiero.
-          Claro. ¿Cómo no?

  Esa solía ser siempre su respuesta. Nunca era un “yo también”. Jamás. A otro cualquiera podía haberle llegado a afectar con el paso del tiempo, pero a mí me había acabado gustando. Como me gustaba creer que atisbaba una naciente sonrisa en su rostro serio cada vez que me respondía con eso, como el vigía que desea ver tierra en alta mar y hasta escucha el arrullo de alguna gaviota de una costa imaginada. Todo en ella me gustaba. Muchas veces  me quedaba mirándola mientras ella estaba haciendo cualquier otra cosa, cuando estaba concentrada y su entrecejo se arrugaba, se mordía la uña del pulgar y sus labios componían una expresión de fastidio. En esos momentos volvía a escudriñar su sonrisa nonata, con la certeza de que solo eso sería suficiente para iluminar la oscuridad entre las estrellas con la fuerza de millares de gigantes de plasma.

  No era cierto del todo que habitualmente me tratara mal, como solían comentar todos mis amigos, o al menos no se trataba solo de eso, ellos no parecían entender que era esa su manera de ser, una manera de enfrentarse a un mundo muy por debajo de sus expectativas y muy por detrás de la rugiente velocidad de sus pensamientos, su cerebro era un cromado y reluciente motor de salto clase Kirby conviviendo a diario con miles de lentas y desvencijadas ruedas de carromato. La fuerza de gravedad de la Tierra y las ataduras de las relaciones habituales no podían detener su necesidad de movimiento constante y de libertad, sus respuestas sarcásticas, sus pullas verbales y sus golpes en el hombro eran la manera en la que un titán trataba de desembarazarse de las cadenas impuestas por los asustados dioses. De cualquier modo, el mero hecho de que estuviera conmigo superaba cualquier respuesta de cariño automática, yo consideraba que ya no las hacían necesarias. “Cuando hable la conducta que callen las palabras”, les respondía siempre a mis amistades, y ante eso también me rebatían que estaba conmigo solo porque era inaguantable y que solo yo parecía soportarla. Ojalá hubiera sido eso, en ese caso no me hubiera dejado.

-          Te quiero – Repetí, forzando una respuesta más elaborada.
-          Oye, tengo cosas que hacer. Cuando acabe podrás ser repetitivo y agotador, pero déjame terminar antes, ¿vale?

  El holograma era matemáticamente igual que ella, su tono de voz y sus rápidas modulaciones eran los mismos, sus movimientos naturales idénticos, sus aceradas expresiones faciales y verbales eran exactamente las mismas y tan solo cuando el programa se saturaba, una leve interferencia hacía ver que el reluciente oro de los duendes se había tornado en barro por unos segundos y que no era una persona de carne y hueso. Pero a todos los efectos, tenerla al lado era exactamente igual que hablar con ella. Una espeluznante prueba de habilidad consistente en sortear, prácticamente a ciegas, un campo de minas espaciales, cualquier mínimo error de navegación en cualquier momento podría resultar fatal. Por más veces que hubiera atravesado uno similar, siempre aparecía una mina nueva con la capacidad destructiva de las superadas atrás.

  Los programas de grabado de pautas cerebrales para ser integrados en hologramas eran nominalmente ilegales en casi todos los planetas de la coalición terrestre, pero no dejaban de estar al alcance de cualquier pareja de amantes. Eran muy demandados, sobre todo entre los jóvenes, quienes se grababan y regalaban a sus parejas para llevarse el holograma portátil que se comportaría como la otra mitad de su alma en las vacaciones de verano, en el viaje de estudios o cuando se alistaban en el ejército. Cuando las parejas rompían, se devolvían, con ceremonia y boato,  los discos grabados junto con los otros regalos que se habían ido haciendo mientras el solipsismo compartido de ser los únicos en la galaxia todavía funcionaba. Pero yo no pude devolverlo. A ella tampoco pareció importarle que yo me quedara el suyo cuando me devolvió el mío por correo, así que me lo traje a esta misión del cuerpo de exploradores y lo conecté al ordenador principal, puesto que era una herramienta que me iba a ser vital para mi trabajo, prefería que tuviera esta personalidad que una por defecto del ordenador.

-          ¿Cómo lo llevas?
-          Hasta ahora iba bien. Una pena que hayas empezado a hablar.
-          Me callo
-          Promesas, promesas…

  Solía cambiar mucho de aspecto, ropa, peinado, piercings… Su personalidad bullente y dinámica se angostaba cuando estaba parada, como los antiguos y bellos relojes de pulsera que se detenían si no corría el pulso por debajo de ellos, y por eso probaba una y otra vez con la manera en que se iba a presentar en esta ocasión al mundo. Sin embargo no encontraba uno que le acabara de gustar del todo, tanteaba con unos y con otros varias veces por año con el mismo resultado para los dos, a ella no le convencía y a mí me parecía que con todos estaba igual de maravillosa. Era trivial programar el holograma para que cambiara el aspecto, la parte más complicada era la vertiente comportamental de la I.A, pero como eso estaba grabado y la parte visual no era un problema, esta semana lo había programado para que estuviera como en aquella ocasión cuando se tiñó el pelo de morado para dejárselo muy corto y se había colocado un pequeño pendiente de cromo en la aleta derecha de la nariz.

-          Tampoco hace falta que lo termines todo ahora, podemos acabarlo más tarde.
-          Lo de callarse no lo dominas del todo todavía, ¿verdad? ¿Te resulta muy complicado? – Me respondió sin mirarme, como hacía la auténtica.

  Preferí no seguir molestando al dragón, por más dragón de holograma que fuera, y la dejé en la habitación, como había hecho tantas veces con la verdad. Y como había hecho otras tantas veces, me volví para contemplar su delgado cuerpo con las costillas marcadas, como alargadas joyas de marfil dentro de una cajita de nácar, bajo la raída camiseta naranja de manga corta que le compré en el último concierto de los Gigantes Gaseosos. Estuvo todo el concierto bailando, con su pelo, más largo y dorado como la cerveza tostada en aquel entonces, pegado a su cara por el sudor, por las mismas gotas de ámbar que hacían palidecer el brillo de las estrellas que tiritaban en lo alto de la bóveda celeste. Cada visión suya, aun en holograma, conseguía quitarme la respiración. Tenía el tipo de belleza tan ajena a lo cotidiano que una observación prolongada podía llegar a doler dulcemente durante unos instantes mientras tratabas de encajar esta visión superior en un mundo bastante más terrenal. El solo hecho de estar presente en una habitación parecía generar una dimensión de bolsillo única, combaba el espacio-tiempo creando una singularidad cósmica en la que el movimiento del cosmos se detenía a su antojo. Podría estar con ella durante un bombardeo orbital, agazapados en un refugio, con una agonizante bombilla por única iluminación, oyendo el planeta despedazarse encima de nosotros y lo disfrutaría como uno de los mejores momentos de mi vida.

  La estación de observación no era muy grande, pero para los dos sobraba… Para mí sobraba… no debía olvidar que el holograma no era más que un mecanismo de compañía. Casi todos los observadores tenían uno y no iba más allá de escuchar una radio con mayor nivel de interactividad o una manera menos solitaria de interactuar con el ordenador que no fuera solo una voz flotante que parecía no provenir de ningún lado. Los hologramas venían con varios modelos pregenerados para su elección, el introducir las pautas cerebrales de otra persona era un hackeo que servía para terminar con la garantía y hasta con una denuncia por parte del fabricante.  El ordenador podía también generar otros hologramas ambientales para adecuar la estación al gusto, pero la funcionalidad de los metales y cristales de alta presión le conferían un aire de cuartel espartano que no me disgustaba del todo. Además, con ella, aunque fuera en holograma, cada sitio brillaba con los colores de las nebulosas. El frío del universo no podía apagar el calor de su persona, de sus ojos, su sonrisa forzada, de la curva de su cuello y de sus comentarios irónicos dirigidos certeramente como cañones fotónicos.


  El cuerpo de exploradores me había enviado aquí, ya que el cuerpo psíquico había predicho con una probabilidad de más del sesenta por ciento que el planeta que tenía extendido detrás de las pantallas de observación, podría entrar en guerra con la Tierra en múltiples de las posibles realidades alternativas que acechaban emboscadas en la oscuridad del futuro. Mi trabajo consistía en almacenar todos los datos posibles sobre ellos: cultura, sociedad, tácticas bélicas, capacidad de combate… Y, llegado el caso, presentarme como embajador y comenzar con buen pie las relaciones entre ambos planetas. Una misión rutinaria y aburrida a la que tan solo eran enviados los degradados del cuerpo o que nada más escogían los que deseábamos huir de todo por una larga temporada.

-          Te vas a sentir como en casa en el Planeta, según he estado viendo son una sociedad no muy avanzada, bastante belicosa y de mentalidad infantil – Dijo a mis espaldas. Tan detrás que casi pude sentir su respiración inexistente en mi nuca. Si hubiera sido la de verdad habría llegado a oler el linimento de olor a eucalipto que se ponía a menudo en su rodilla mala.
-          Esperaremos a tener más datos antes de bajar a la superficie y presentarme como embajador. ¿Alguna costumbre especial?
-          Desmiembran con cinco motos voladoras a los espías en el patio de armas de la fortaleza real.
-          Con cuatro hubiera bastado, ¿no?
-          En tu caso a lo mejor sí.

jueves, 22 de marzo de 2012

Reunión de evaluación.

Mi mente a veces funciona en lo que yo denomino "modos", ante cualquier situación activo el modo deseado y me imagino la realidad de otra manera bastante más llevadera. Esta semana, en el colegio donde pastoreo, en las reuniones de evaluación activé el modo ciencia-ficción y se me ocurrió la idea para este relato:
(P.D. También tengo el modo super héroes, fantasía heróica y el porno, pero eso es otra historia)


REUNIÓN DE EVALUACIÓN.
  La sala de reuniones comenzaba a presentar el aspecto de una apuesta joven tras una noche de marcha, todavía mantenía el brillo hipnótico de la belleza, aunque el maquillaje comenzara a desertar, el mármol de los ojos se agrietara con unas leves motas de rojo y la planificación de su cabello diese paso a un fractal caótico sin dejar de resultar elegante. 

 La luz tenue tan solo cercaba el espacio que ocupaba una mesa redonda de metacrilato y las personas que se sentaban en unas cómodas butacas con respaldo forradas de piel sintética imitando las arrugas reptilianas de un T-Rex. Todo lo demás estaba sumido en una oscuridad que no se atrevía del todo a demostrar su fuerza y prefería compartir el espacio con la luz más lenta y perezosa. Los niños clon de la limpieza se habían esmerado especialmente en que el suelo de madera de cedro, traída desde el pasado y arrancada de las cubiertas de orgullosas galeras fenicias, reluciera fieramente y que los cargadores de incienso cuántico insertados en las microjunturas de los aparatos electrónicos perfumaran el ambiente a capricho del movimiento de los fotones. Sin embargo, el humo dulzón del tabaco de los marjales de Walden III, se elevaba en perfectas volutas al cielo como los cantos de los mártires que dieron su vida para que el derecho a fumar en cualquier lugar fuera inalienable.
-          Comencemos la evaluación.- Dijo uno de ellos, el que tenía su butaca de un tono verde más oscuro y ligeramente más elevada que las del resto.- Que nos queda bastante hasta que terminemos y debemos presentar el informe esta misma noche.
-          ¡Hemos empezado unos días más tarde por motivos religiosos! – Bramó uno de ellos, mientras lanzaba su puro de uno a otro lado de sus labios como un pelotari rebosando de metaanfetaminas.
-          Sí, ya sé que ha sido San Procastino, pero eso no quita para que esta noche debamos entregar el informe. Se nos ha concedido una gran responsabilidad y nos jugamos mucho. – Estas últimas palabras calaron en la concurrencia porque se hizo el silencio que no se vio quebrado hasta que volvió a hablar. – Pues bien, tenemos para empezar que evaluar a todo un planeta. El planeta Tarjes I. Evaluemos todo: Marco físico, animales inferiores, formas de vida superior… ¿Es viable que continúe un ciclo más?
-          Tampoco deberíamos ser muy estrictos con el marco físico, vale que tiene una atmósfera de Radón, pero las formas de vida se han adaptado a ella. Su sol es violeta, pero eso le confiere unos atardeceres preciosos y los ríos de Antimonio líquido tampoco son tan raros.- Terció la geóloga espacial, mientras jugueteaba con los anillos de sus dedos,
-          Pero sus formas de vida inteligentes sí que han de ser evaluadas severamente, creen en un dios albañil que construyó el mundo en catorce meses, estando de baja, y que envió a su becario para salvarles, siendo acuchillado hasta la muerte en la prisión por uno de sus seguidores con una cucharilla de postre afilada. Algo completamente irrisorio.- Dijo el teólogo, que de religiones irrisorias entendía bastante - Solo por eso yo ya hablaría de su inviabilidad como Planeta. Si su medio es raro y la gente que lo habita también, es un desperdicio de órbita planetaria que puede ser utilizada por un planeta más acorde con el resto del sistema.
 Durante media hora se habló de Tarjes I, dando lugar a un veredicto final de no viabilidad, así lo codificaron y almacenaron, para terminar por apretar el botón de destrucción planetaria por ultraondas. Del centro de la mesa surgió una pantalla que contenía una imagen del planeta descartado. Las luces de todo él parpadearon ligeramente, de forma acompasada, como mecidas por una brisa marina y, en un instante, el planeta desapareció de la galaxia.
-          Ahora es tan solo una especie lo que hay que evaluar: Los monos-abeja de la colmena-manada de Ursinos C. Parece ser que es la única especie extraña de ese planeta.- Indicó otro asistente mientras con una mano se ajustaba sus gafas cibernéticas y con el dedo pulgar de la otra mano manejaba su agenda electrónica. No parece ser gran cosa, pero las chozas que construyen con miel y excrementos se han puesto muy de moda como decoración de los jardines de grandes familias de comerciantes de la nebulosa de la manzana.
-          Pues podemos ver qué tal siguen evolucionando y ya será problema de los siguientes evaluadores.- Concluyó su clon en segundo grado ante unos asentimientos generales tan efusivos que hubieran apagado las velas de la tarta de cumpleaños de una nonagenaria.

 Diez planetas más fueron evaluados, seis de ellos negativamente, sobre todo el que las natillas de cristal eran el regalo ofrecido a los niños en su segunda circuncisión; Mientras que de treinta especies, tan solo diez fueron eliminadas con los mismos cañones de ultraondas que también podían operar con ese tipo de precisión.

-          Bueno, ya hemos hecho nuestro trabajo. Ahora tan solo nos falta esperar nuestra evaluación por parte de los inspectores. Me quedo con la conciencia tranquila, ya que hemos actuado con total sinceridad y creo que de manera bastante acertada.- Comentó, casi para sí mismo, el comensal que parecía más mayor.- Esperemos a ver qué tal lo hemos hecho mientras les envío los datos a los inspectores y nos tomamos un café de roca.

 El café era delicioso, no raspaba con el abuso de pirita, como ocurría a veces, sino que estaba totalmente equilibrado, con el toque exacto de mica. Alguien miró su reloj y los demás hablaron del partido de sílabas que tendría lugar esta noche. Los menos comenzaron a tomar su segundo café hasta que de repente las luces de toda la sala, y de todo el planeta, de forma acompasada, parpadearon ligeramente, como mecidas por una brisa marina…

jueves, 2 de febrero de 2012

Liceos

Y, como ya es norma habitual y las tradiciones hay que mantenerlas que luego es un horror limpiar la casa cuando se han ido, volveré con un nuevo inicio de una posible serie de relatos. No tengo la menor idea de cómo seguirlo o cómo poder tratar sobre ello, solo ha sido una pequeña variación sobre un pensamiento que me vino hace tiempo en forma de imagen y que quería, al menos, esbozarlo.
Ahí se lo dejo por si quieren echarle un ojo:


LICEOS
1. LA MEDUSA Y EL SUSURRO.
La lluvia había terminado de cabalgar por el valle y, tan generosa como siempre, había abierto sus sacos negros de terciopelo suave y dejado la llanura plagada de regalos, como solía hacer todos los años el mago del solsticio, millones de gotas de agua colgando juguetonas de las briznas de hierba y de los altos sauces que ahora reflejaban la luz del sol que volvía a salir de su escondite como si no hubiera pasado ningún miedo durante la tormenta; había dejado también el aroma inigualable de la tierra húmeda, cargado de matices y de contrastes olfativos y había, incluso, hecho salir a los caracoles de la seguridad de sus conchas irisadas y que despidieran graciosamente con sus apéndices a los cirros mientras estos se alejaban para seguir repartiendo regalos por otros valles que les esperaban expectantes.
Había salido a dar un pequeño paseo, para despejarse de las largas horas de estudio, y para eso no había nada mejor que respirar el aire recién nacido tras la tormenta,  aspirar la atmósfera helada con sus fosas nasales deseosas de abandonar el enclaustramiento y a sentir como el frío le vigorizaba poco a poco, con suavidad y ternura, tomándose su tiempo como una amante cariñosa y aplicada, primero los dedos de los pies, luego el cuello y la espalda, luego llegarían sus brazos y manos, hasta que finalmente, todo su cuerpo entrara en calor por sí solo, la sangre circulara con más fuerza por su cara exultante y nada pudiera compararse a estar vivo en ese momento.
Parecía increíble que solo hace unos momentos contemplara desde la biblioteca de la sala norte el aguacero, con las corrientes de aire tratando de apagar las velas de los candelabros y las lámparas colgantes, así como de cerrarle las páginas abiertas de los libros; con la lluvia asolando los cristales, goteando desbocada y llegando al suelo con más fuerza gracias a que se impulsaba con más fuerza desde las gárgolas y los pináculos, mientras que los truenos aguardaban en la retaguardia por si el ejército enemigo se desbandaba y pretendía retirarse. Ahora esos mismos cristales permanecían junto al resto del pétreo edificio, serenos en mitad del páramo, a menos de un par de kilómetros. El liceo número cuatro, la medusa y el susurro, había soportado tormentas peores desde que los catedráticos superiores lo construyeron hace miles de años y colmado de libros y documentos con el fin de que, junto a los otros seis liceos pudieran descubrir el secreto oculto. En la distancia, si forzaba un poco la vista podía divisar, o al menos era su sugestión, el número cinco, pero tampoco le dio mayor importancia ya que todos los estudiantes de todos los liceos tenían prohibido acercarse tan siquiera a unos metros de los otros. Para descubrir el gran secreto oculto había que empezar por los secretos menores e intermedios y éstos secretos debían ser aislados hasta que los catedráticos supieran darles forma y analizarlos en conjunto, de no procederse así, los pequeños secretos podrían hablar entre ellos y alertar al supremo, dándoles así esquinazo durante otros miles de años. Había que ser muy cuidadoso con lo que se descubría y con quién se compartía. El conocimiento era un poder más peligroso que cualquier hechizo de nigromancia de décima magnitud. La separación podía llegar a generar enemistades y ese era otro motivo de que se prefiriera que hubiera contacto entre estudiantes.
La lluvia y el frío siempre le animaban, más que la temporada estival, en el que el calor hacía imposible cualquier pensamiento racional, enlentecía todo procesamiento y hacía hasta difícil el traslado de los gruesos cartapacios y grimorios de las estanterías más altas hasta las mesas lisas y amplias que surgían por todos lados de las bibliotecas. No podía soportar el calor.
Sin embargo el frío había renovado su espíritu y le había hecho replantearse que era uno de los elegidos, puesto que los integrantes del ministerio del futuro, juntando conocimientos genéticos y predictivos le habían seleccionado siendo un embrión, educado con los mejores tutores una vez podía hablar y leer y enviado una vez fue digno de ello a este licep, la medusa y el susurro, por ser el que mejor se correspondía con sus inclinaciones y preferencias. Realmente sabía poco de cómo debía ser la vida de los no estudiosos, seguramente alguien debía trabajar fabricando todos los utensilios de los que disponían, y alguien debía cosechar o preparar los alimentos que les llegaban cada cierto tiempo, junto con los examinadores y que reposaban en las cámaras de frío natural de los sótanos de mármol frío y abovedados. Pero él y sus compañeros eran guerreros, al igual que la rama del ejército que combatía a los enemigos de su pueblo, ellos combatían la ignorancia con plumas, tinteros y libros y sacaban a los secretos de sus pútridos y oscuros escondrijos para prenderlos, por separado siempre, en las hogueras de la razón y el entendimiento.
Pronto, a última hora de la tarde y antes de la cena, habría un seminario y debía defender unos puntos que no terminaba de entender muy bien, pero seguramente sus compañeros tampoco y, además, el se había revitalizado con el frío en lugar de con la glucosa del chocolate que estarían sorbiendo en estos momentos. No le preocupaba la exposición, preferiría no quedar mal delante de nadie, sobre todo de ella, pero tampoco era como si los examinadores le miraran con sus ojos cibernéticos en busca de alteraciones en su aura que denotara que se estaba inventando lo expuesto sobre la marcha. No podían saberlo todo de todo, pero sí que podían saber cuándo uno no sabía.

miércoles, 18 de enero de 2012

Las puertas hacia casa

Este también lo escribí hace un montón de años, el otro día me acordé de él y, tras darle un repaso muy, muy ligero, lo subo, para compensar el hecho de que llevo un montón sin escribir.


                                               LAS PUERTAS HACIA CASA.
El suelo húmedo reflejaba esquina por esquina con una precisión casi milimétrica a la ciudad que tenía encima. Él no sabría decir cuál de las dos era la real y cuál un reflejo, pero tampoco importaba mucho, el único lugar real de todo lo que existía era su casa, de la misma manera que el único ser real que poblaba este fragmento dimensional era él mismo. A veces tenía problemas para que las puertas que debía cruzar para volver a su casa se abrieran, eran unas puertas caprichosas y tan sólo respondían a una serie de estímulos sin demasiada lógica, pero ¿quedaba algo lógico hoy día? Llevaba ya mucho tiempo andando, o al menos le parecía que había recorrido un largo camino puesto que sentía los músculos de las piernas totalmente fatigados. Conservaba en su mochila, envuelto en multitud de trapos para que no goteara, el hígado seccionado de una mujer a la que creía haber matado hacía unas horas. Con él, una vez abiertas las puertas de su casa, los sacerdotes que vivían en su sótano serían capaces de predecirle el futuro gracias al avanzado arte de la hepatoscopia. También sería difícil encontrar la escalera de bajada al sótano, entre los millones de puertas que se distribuían a lo largo de un pasillo casi infinito, pero una vez dentro de su casa, una vez abiertas las puertas, su sentido de la orientación intuitivo funcionaría mucho mejor que en la calle que ahora brillaba maliciosa y confusa a lo largo de los líneas paralelas ondulantes.
Los perros le iban indicando con sus ladridos en código binario por donde continuar, aunque los que eran de color blanco solían engañarle siempre que podían, por lo que no acostumbraba a pararse a hablar con ese tipo de perros. La lluvia trataba a su vez de indicarle algo, pero como siempre, ésta no era nada clara en sus peticiones, mataba si se lo pedía, por supuesto, y siguiendo un ritual que se le había indicado, pero luego o cesaba de pronto su caída desde el nivel superior de existencia como si nunca hubiera hablado o no se aclaraba con lo que le quería pedir y hasta le pedía que realizara con los cadáveres ceremonias adicionales de lo más bizantinas. Ya casi nunca mataba cuando se lo pedía la lluvia. Aunque hoy se había sentido generoso y había decidido hacerla caso, siguió todas sus instrucciones, aunque guardó el hígado para sus sacerdotes, y ahora mientras encontraba el camino de vuelta esperaba que la lluvia le dijera algo, cosa que, por el momento, no terminaba de ocurrir.
Se encendió otro cigarrillo con el mechero que se encontró en casa de la mujer a la que había matado hoy, mechero que según le dijo él mismo, provenía de una dimensión paralela donde había incendiado multitud de coches en los que las parejas sudaban y copulaban poseídos por espíritus animales; así que tras quedársele mirando un rato, sopesarlo en su palma cerrada y probar si era capaz de encender rápido, anotó en una parte de su cabeza, la parte que le había sido mutada en un ordenador por los alienígenas que le abdujeron, como algo a realizar en el próximo solsticio, antes de la fiesta de la cosecha.
Ya estaba realmente cansado, quería llegar a su casa como fuera, y, para su suerte recordó una manera que normalmente nunca le fallaba. Fue fácil encontrar un callejón apartado donde un mendigo dormitaba acunado por el dulce y mentiroso canto del alcohol barato, envuelto en cajas de cartón de televisores que ahora mismo estarían sintonizando canales pornográficos. Sacó su cuchillo de monte con punta de sierra de la parte de atrás de su cinturón y muy rápidamente se lo clavó en la garganta media docena de veces, salpicando de sangre profusamente su cama de cajas lo que consiguió, y eso lo sabía seguro, no sabía como pero lo sabía, que durante un instante las televisiones que habían nacido en esas cajas emitieran tan sólo niebla durante unos momentos. Buscando entre su tráquea encontró un par de órganos que no recordaba como se llamaban pero que era capaz de reconocer mediante cualquiera de sus cinco sentidos, se los metió debajo de la lengua, cerró los ojos y dibujó con su mano ensangrentada una puerta de nogal en la pared de ladrillos antaño de color naranja del fondo del callejón. Cuando hubo dibujado el llamador y el pomo, ambos de plomo de calidad, hizo el ademán de cogerlo con su otra mano, la que estaba algo más limpia y, como ocurría la mayoría de las veces, la puerta que le llevaba a casa se abrió por arte de magia. Casi nunca le había fallado esta técnica, el truco era dibujar puertas de nogal, eran las que más rápido se abrían, las de roble, por otro lado, tardaban mucho en hacerlo y siempre con un chirrido la mar de molesto y no quería recordar lo que hacían las de fresno. Con el plomo se conseguía que los muertos que no han dejado este mundo no chillaran para pedirles  misas por las almas del purgatorio.
El pasillo tenía bastante menos polvo esta vez que en las décadas anteriores, los fantasmas de sus amigos se lo habrían limpiado mientras él estaba fuera, así que se quitó la mugrienta gabardina, la colgó en un perchero de hueso de dinosaurio, se deslizó por el brazo la mochila que tenía en los hombros y sacó el paquete envuelto donde el hígado se había convertido en un riñón derecho. A veces pasaba, los órganos que metía en su bolsa mágica se transformaban en otra cosa a no ser que pensara continuamente en ellos, y era muy difícil realizar el largo camino a casa repitiendo como un mantra: Hígado, hígado, hígado, hígado.... Así que volvió a meterlo en ella con la esperanza de que, en el tiempo que tardaría en encontrar la puerta del sótano, se hubiera vuelto a convertir en un hígado. Y si no, pues tampoco importaba demasiado, ya tendría tiempo de encontrar otro para los rituales hepatoscópicos, y el riñón estaba mucho más rico que el hígado de cualquiera de las maneras en que se preparara. 
Los cuadros en las paredes, los de sus ancestros, los pares de la divinidad, le saludaban según pasaba delante de ellos con estruendosos vítores y aplausos con sus manos planas y polvorientas de lienzo pintado. No importaba en que puerta se metiera, daba a otro pasillo de condiciones muy similares, aunque en una dimensión tangencial, sutilmente alejada de la que acababa de abandonar. Miró un par de veces por entre los pliegues de su mochila, el hígado seguía siendo un riñón, pero eso era porque no paraba de mirarlo, así que al llegar al  montacargas, lo dejó en él, envuelto todavía en los trapos, para que cuando llegara al sótano ya fuese de nuevo el hígado que siempre había sido.
Como encontró primero el cuarto de baño decidió que lo mejor sería darse una ducha antes de bajar a conocer las predicciones de los augures, así que se desnudó, se metió en la ducha y abrió el grifo del agua caliente hasta que la arandela de metal oxidada no pudo avanzar más al haber encontrado su tope absoluto, lo que indicó con un quejido ahogado. Sentía con sumo agrado como el agua ardiendo exterminaba a todos los gérmenes de su piel a la vez que le abría los poros para que la acción del gel de baño de algas tonificante penetrara en su interior una vez libre de la molesta e inútil capa de piel muerta. El vapor ascendía hacia arriba realizando acrobacias en el aire, en oleadas como blancas aves migratorias y empañaba la mampara protectora mientras que las gotas condensadas acampaban en los azulejos gastados por el tiempo, aunque todavía conservaban parte de su esmalte traído de las minas sulfurosas de Urano. Las viejas cañerías bramaban como mamuts agonizando atrapados en pozos de brea solapándose su griterío al del desagüe que engullía el agua mezclada con sangre y barro y cantaba himnos elegíacos al dios misericordioso que le había proporcionado el alimento. Por todos estos motivos adoraba darse una ducha después de matar a cualquiera de los hologramas que habitaban este mundo imperfecto. Cerró los ojos para descansarlos un instante, pero aún así la luz roja del cuarto de baño, del mismo tipo que las que se emplean en los lugares de revelado de fotos, traspasaba con sus infrarrojos sus cansados párpados y acariciaba lujuriosamente a sus pupilas con la intención de incitarlas para que realizaran algún acto carnal excéntrico y desinhibido. Las luces rojas era el problema que tenían. Pero aún así expurgaban de su aura todos los restos de culpabilidad que a veces le colgaban como telas de araña en una preciosa y dorada lámpara oriental.
Se secó con las toallas que recogía de las casas de sus víctimas, algunas de las cuales mantenían todavía el rostro del difunto como sudarios sagrados, mantuvo un instante su cara junto a la huella dejada por aquella persona e inspiró fuertemente recordando el momento de su comunión conjunta cuando le liberó de la prisión de carne mortal. Al rato procedió a arreglarse el pelo evitando en todo momento contemplar su reflejo en el espejo y ciertamente reconfortado se dirigió al sótano puesto que tras la higiene había recordado el camino que le llevaría abajo.
Descendió por las escaleras de hierro forjado, escalón a escalón, acariciando el pasamanos con ternura, aspirando y expirando según el escalón fuese par o impar. El sótano era un lugar francamente frío, donde los millares de goteras destilaban el agua de lluvia y tras filtrarla desde el alto tejado picudo pasando por toda la estructura interna de la casa, formaban abundantes charcos de un líquido con sutiles diferencias a nivel atómico con el agua, era un agua más sabia, preparada espiritualmente para habitar en el sótano de los sacerdotes. Musgos salvajes se distribuían a lo largo de colonias organizadas en férreas y disciplinadas castas, agarrándose con fuerza a las paredes o al suelo, sin indicar en ninguna ocasión donde estaba el norte terrestre para que los excursionistas se perdieran para siempre en las entrañas de la casa y fueran devorados por los monstruos de la foresta. Las viejas calderas sonreían a través de sus puertas melladas dejando entrever el interior de sus estómagos donde las brujas habían cocinado desde siempre niños perdidos en lo más profundo y oscuro del bosque. Todavía se podía oler el aroma apetecible de los niños asados en su jugo y, a veces, si se metía un poco la cabeza en el horno y uno agudizaba el oído, también podía oír cientos de canciones infantiles, aquellas que son eternas y que los niños se pegan unos a otros como el sarampión o los catarros. O ETS, en los grotescos tiempos en los que vivimos. Era casi lo mismo que escuchar el sonido del mar a través de una caracola. Apenas había luz allí abajo, tan sólo un pequeño número de bombillas se balanceaban como piratas abandonados para escarmiento en el cadalso, empujando la luz a izquierda y a derecha según su posición con lo que conseguían que las sombras crecieran o se redujesen con cada palpitación luminosa.
Los sacerdotes le estaban esperando, habían recogido el hígado del montacargas, porque finalmente el riñón derecho se había vuelto a convertir en lo que siempre había sido, y le contemplaron durante unos momentos con caras adustas llenas de seriedad. Tras la pausa dramática comenzaron a hablarle en diversos idiomas ya olvidados en la tierra, en atlante, lemúrico y hasta con los gruñidos guturales y primarios de la antigua Mu. Iban alternando los idiomas, pero él los conocía a la perfección, por lo que no consiguieron amedrentarle, los sacerdotes hablaban por los dioses, sí, pero estaban a su servicio y deberían mostrarle un poco más de respeto. Tal vez si matara a uno de ellos el resto aprendería del escarmiento. Nadie debería mirar a nadie por encima del hombro y mucho menos a quien realizaba una labor tan importante como él. Miró con calma a los lados sin hacer mucho caso a las peroratas resentidas de los augures hasta que encontró, apoyada en una esquina más estrecha que el resto una vieja hacha de leñador del bosque primigenio. No tuvo que ir a por ella, apareció en sus manos y en un instante se abalanzó con ansia contra la carne, huesos y tejidos de uno de los ancianos adivinos. La luz roja del cuarto de baño bajó hasta aquí para iluminar la escena con su manera inigualable, él miró hacia arriba, la sonrió y continúo despedazando el cuerpo destrozado del haruspex más anciano. El resto se deslizó hacia atrás, mirando al suelo, reconociendo su sumisión y desaparecieron entre las sombras. La próxima vez tendrían mucho más respeto y cuidado con él.
Tal vez había sido un castigo de los dioses, no lo sabía con seguridad, pero el hecho era que se encontraba ahora de nuevo en la calle, bajo la lluvia feroz que golpeaba con fuerza como dentelladas de lobo, aullando además de una manera muy similar. Los dioses se habrían molestado por haber acabado con la miserable vida de uno de sus sacerdotes y le habían desterrado de su hogar para que volviera a recorrer un camino de penitencia hasta que encontrara de nuevo las puertas que le llevarían otra vez a casa. Sin embargo o habían sido descuidados o magnánimos porque todavía aferraba el mango de madera, gastado por el tiempo y la sangre, de su hacha. Era lógico que si había pecado con este artefacto, en este mismo objeto estuviese también esta vez la llave de la puerta de regreso.
Cerró los ojos, escucho brevemente a la lluvia, asintiendo con agrado, sabía lo que tenía que hacer, había comprendido e interpretado correctamente las señales, se pondría en marcha ahora mismo, sin detenerse a escuchar ningún canto de sirena ni fondear en ninguna playa poco horadada. Tenía mucho que hacer si quería encontrar pronto las puertas que le volvieran a llevar a casa.