lunes, 20 de mayo de 2013

Palabra de seguridad (VI)



 Un avance más en el relato. Técnicamente ésto no sigue el orden de la narración, es solo un diálogo que se me ocurrió el otro día, que no me sonaba mal en la cabeza y que quise escribir mientras lo sentía aun. Ya buscaré un hueco para meterlo cuando me ponga este verano a desarrollarlo con calma.

P.D. Pues ya estamos como el otro día. Soy incapaz de ver por qué me sale la fuente de color negro. Si alguien me puede echar un cable se lo agradecería. Yo ya no sé qué coño tocar. Puto Blogger.

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-          ¿Por qué estás conmigo? Lo estás, claro, y es más que suficiente, pero a veces tengo la sensación de que no entiendo la razón. Creo de verdad que podrías estar con quién quisieras, ¿por qué conmigo? – Recuerdo que le pregunté una vez, una mañana lluviosa de sábado en la que la cama ejercía sobre ambos un campo gravitatorio próximo al horizonte de suceso de un agujero negro. Estábamos disfrutando el último permiso antes de ir a recoger muestras de insectos de un pequeño planeta pantanoso para comprobar si podían procesarse para elaborar pasta alimenticia barata y nutritiva. No sé si fue la perspectiva de ver a mi yo futuro envuelto en cieno, rodeado de tábanos grandes como latas de cerveza o por la sensación de desamparo que asalta siempre a la diligencia de la tranquilidad los días previos a un viaje, cuando por un instante piensas que entra dentro de lo posible no volver a ver la habitación en la que estás en estos momentos, que pregunté con la convicción reverencial de un general de la flota ateniense ante el oráculo de Delfos. Teniendo la certeza de que de la respuesta podía depender el desarrollo del futuro viaje y las consecuencias de la misma reverberarían por un tiempo en las hebras del destino.
-          ¿Quieres que sea sincera o agradable? – Preguntó torciendo hacia un lado la mirada, como apuntando un arpón verbal que sería lanzado con eficacia contra el delfín inocente que nadaba despreocupado en las aguas cristalinas de la pregunta. No presagiaba nada bueno.
-          En serio, cielo. Contéstame esta vez, por favor, solo una. Nadie se enterará y yo no diré nada.- Volví a preguntar, con la voz un poco más quejosa de lo que me hubiera gustado aparentar.
-          Me gusta como me miras.- Dijo casi al instante.- Como si fuera algo muy valioso y brillante…
-          Eres valiosa y brillante… - Interrumpí de inmediato.
-          ¿Me dejas terminar? Recuerda que me has preguntado tú. – Y el arpón que parecía haberse dejado apoyado en la cubierta del barco volvió a levantarse y a ser apuntado de nuevo hacia el delfín.
-          Lo siento, continúa, por favor.
-          Decía, me gusta cuando te me quedas mirando largo rato y crees que no me doy cuenta. He visto a astrónomos mirar una lluvia de estrellas con menos adoración. – Todavía recuerdo como en esa ocasión, tumbada de costado, apoyó su cabeza en una mano y su semblante adquirió un rostro sereno, enmarcado por el pelo revuelto recién despierta y por la luz de tormenta que iba esparciendo, ella también somnolienta, por toda la habitación. – Me encanta que pienses que todo lo hago bien y que jamás me equivoco en nada, que me creas a mí antes que a tus ojos o a la experiencia previa, lo que no deja de ser algo nefasto para un explorador, pero a mí me resulta enternecedor. A veces juego con ello con cierta malicia y todo. Disfruto sintiendo que me has situado en lo alto de un pedestal de mármol porque aquí arriba hay muy buenas vistas, el aire es puro y fresco y no llega nada del alboroto que deben tener ahí abajo el resto de parejas. ¿Tú las oyes discutir por todo y como no dejan de apuntarse tantos y débitos en una competición enloquecida? - Según iba desgranando su monólogo se incorporaba lentamente y juro que nunca la he querido más que en ese momento en el que sentía todo mi ser ungido y perfumado con óleos sagrados y suaves, mi alma era acariciada y era la primera vez que ella me decía algo agradable.- Me siento realmente cómoda contigo, puedo ser yo misma sin tener que parar a pensar si estoy diciendo una salvajada o si te puedes tomar a mal lo que te diga. Pero no hay problema, nunca te tomas a mal nada que pueda decir yo, eso me da una seguridad fabulosa y me permite realizar acrobacias cada vez más complejas y peligrosas sabiendo que dispongo de red. A veces me crispas un poco, claro, y preferiría que también discutiéramos un poquito de vez en cuando, pero sé que jamás discutirías nada conmigo, así que pensar que tengo razón siempre, aunque, las cosas como son, eso suele ser verdad, es muy estimulante. Me has perdonado siempre las infidelidades que he podido tener ¡y has llegado a entenderlo y a disculparte por no ser lo bastante bueno para mí! Sinceramente yo no creo que hubiese consentido tanto, pero como me defiendes de manera incondicional y que yo soy genial es un axioma para ti, me relaja saber que siempre vas a estar a mi lado, por más que yo pueda no merecerlo en ocasiones. Cada vez que me miras o me acaricias sé que me quieres realmente, que no es una mera pose para ganarte que nos acostemos y sé también que harías cualquier cosa que te pidiera sin importar el riesgo que eso pudiera conllevar para ti. Tanta atención y adoración me abrumaba un poco al principio, pero ahora creo que lo echaría de menos si un día lo dejamos y mi nueva pareja me trata como a un ser de carne y hueso en lugar de cómo si fuera una idea platónica mirando con recelo el imperfecto mundo terrenal.
-          Es mucho más de lo que me hubiera atrevido a esperar. Gracias. – Contesté con hilo de voz casi apagada. Te quiero. – Y sentí como ese delfín viviría desde entonces una vida plena y feliz sin ver nunca jamás a un pescador furtivo ni nada remotamente parecido a un arpón.
-          Claro. ¿Cómo no? Bueno, me he ganado un café y unas tostadas, ¿verdad? Me voy a duchar, quiero que esté listo para cuando salga y calcula bien el tiempo para que no se enfríen. Decir tantas ñoñadas seguidas me da hambre.

martes, 7 de mayo de 2013

Palabra de seguridad (V)

Pues la cosa va avanzando poco a poco, de hecho creo que es el relato en el que he llegado a escribir más partes, los demás los he dejado antes. A ver si ya voy acabando lo que empiezo, que dicen que es de niños mayores:
(Y por cierto, hoy blogger ha desmierdado lo suyo y me ha costado horrores publicarlo, a veces me salía negro, a veces blanco... ¡y yo no tocaba nada, se los juro! De hecho creo que los párrafos y la fuente  los ha puesto como le ha rotado...

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A menudo madrugaba para adelantar el trabajo teniendo así la cabeza más fresca y dispuesta, lo que mejoraba considerablemente el rendimiento. El trabajo previo a que la nave de exploración incluso despegara comenzaba meses antes y resultaba de vital importancia, ya que, si bien, los listados interminables de niveles de elementos potencialmente tóxicos en los planetas a explorar son un trabajo mecánico, hay que realizarlo sin cometer el menor fallo. Luego si no tendría dos problemas, uno en el descenso, cuando una coma de más en una tabla significara tener que abortar toda la misión ante un posible riesgo de muerte de todo el equipo, pero podría ser peor, si ella los cogía antes y había errado en algo tendría que aguantar sus correcciones y sus miradas de suficiencia cuando los revisara, ojos muy abiertos, cejas levantadas imperceptiblemente y la sonrisa ladeada de un depredador que se dispone a jugar en breve con la comida. A veces me pasaba, pero sobre todo en esos momentos, cuando me miraba fijamente, y sentía sus ojos como dos rayos láser inmisericordes escudriñando todo mi ser y adivinando de manera pormenorizada los más ínfimos secretos que hubiera podido afanarme en esconder con mucho cuidado en circunvoluciones cerebrales que creía desiertas y sin tránsito. En esos casos mi corazón perdía la compostura y se lanzaba frenéticamente contra el esternón, sin tener muy claro si pretendía huir o actuaba como quien se golpea la cabeza repetidamente contra la pared por sentirse idiota. Y es que me ocurría a menudo con ella delante, mi C.I bajaba en picado hasta situarse dos desviaciones típicas por debajo de un Homo habilis, y no uno de los brillantes, no, no de esos capaces de hacer maravillas con dos fragmentos de sílex sino de los que arrastran los nudillos y mueren intoxicados al no reconocer las bayas venenosas de las salubres. Su genialidad siempre estallaba voraz y engullía los intelectos menores, a quienes no les quedaba otra opción en la fiesta que retirarse avergonzados a la parte de atrás de la sala de baile para quitarse la corbata y apurar la última copa, sin mirarse unos a otros, antes de buscar la salida trasera. 

En estas tempranas mañanas de trabajo, mientras baremaba los porcentajes de cada elemento y lo contrastaba con los de planetas conocidos, cada cierto tiempo paraba todo lo que estaba haciendo tan solo para mirar como continuaba durmiendo. A veces me quedaba largo rato contemplando muy quieto desde el umbral de la puerta del dormitorio, hasta que el amanecer entraba por la persiana a medio cerrar sin hacer ruido, con suma dulzura, de puntillas y con los zapatos en la mano como si él tampoco quisiera despertarla para no arruinar ese momento de suprema belleza cósmica. Entonces resonaban los cuernos de combate y una batalla de perfección daba comienzo en ese momento en el dormitorio, la luz de un nuevo día compitiendo contra la de su rostro con los ojos plácidamente cerrados. Su pecho subiendo y bajando en el cofre enjoyado de sus costillas enfrentado a las sombras de la noche retrocediendo despavoridas ante el sol y al brillo reflejado de los muebles de metal. Pero el amanecer no tenía nada que hacer, por más que lo intentara la criatura (y lo intentaba todos los días), jugaban en ligas diferentes. No existía nada más hermoso en toda esta dimensión. Y apostaría a que también en otras dimensiones la batalla estaría igual de desparejada. 

El holograma podía fácilmente programar para que se acostara a mi lado también, pero en esto el holograma era todavía un sustituto mucho más pobre, la cama no cedía, si estiraba sus pies para que se los calentara simplemente me atravesaban, no olía a la fina capa de crema hidratante que se aplicaba para dormir, si alargaba mi brazo para rozar su mejilla con las yemas de los dedos, nada acariciaría… Ahora los rayos de sol, técnicamente luz artificial que generaba la estación para simular ciclos terrestres y que no se vieran afectados los ritmos circadianos, tenía la contienda mucho más fácil, porque ya la lucha era entre dos hologramas, ceros y unos de diferente disposición tratando de ser más luminosos, pero solo conseguían con sus espadas de madera que el recuerdo de las luces pasadas y reales brillara con más fuerza y casi pudieran verse a lo lejos, en las profundidades y simas de la cueva de los recuerdos. El amanecer artificial entonces se envalentonaba viendo que sí que podía competir con una habitación desastrada y se dedicaba a iluminar hasta el último de sus rincones con cierto aire de revancha.