lunes, 9 de abril de 2012

Palabra de seguridad (I)

Como reza ahí arriba, llevo tiempo dando vueltas a un punto de partida de una historia (creo que incluso la esbocé junto con otras por ahí, revisen si lo desean el post "timeline") que no terminaba de cuajar y sobre todo que no me decidía a empezar. Estos días de asueto alejado del cerro me han hecho que le dedique un poco de tiempo, así que cuelgo el inicio. No tiene ni título. Ya dirán ustedes si puede merecer la pena seguir con ello o no.

Edito: Ya sí tiene título, mira.

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-          Te quiero.
-          Claro. ¿Cómo no?

  Esa solía ser siempre su respuesta. Nunca era un “yo también”. Jamás. A otro cualquiera podía haberle llegado a afectar con el paso del tiempo, pero a mí me había acabado gustando. Como me gustaba creer que atisbaba una naciente sonrisa en su rostro serio cada vez que me respondía con eso, como el vigía que desea ver tierra en alta mar y hasta escucha el arrullo de alguna gaviota de una costa imaginada. Todo en ella me gustaba. Muchas veces  me quedaba mirándola mientras ella estaba haciendo cualquier otra cosa, cuando estaba concentrada y su entrecejo se arrugaba, se mordía la uña del pulgar y sus labios componían una expresión de fastidio. En esos momentos volvía a escudriñar su sonrisa nonata, con la certeza de que solo eso sería suficiente para iluminar la oscuridad entre las estrellas con la fuerza de millares de gigantes de plasma.

  No era cierto del todo que habitualmente me tratara mal, como solían comentar todos mis amigos, o al menos no se trataba solo de eso, ellos no parecían entender que era esa su manera de ser, una manera de enfrentarse a un mundo muy por debajo de sus expectativas y muy por detrás de la rugiente velocidad de sus pensamientos, su cerebro era un cromado y reluciente motor de salto clase Kirby conviviendo a diario con miles de lentas y desvencijadas ruedas de carromato. La fuerza de gravedad de la Tierra y las ataduras de las relaciones habituales no podían detener su necesidad de movimiento constante y de libertad, sus respuestas sarcásticas, sus pullas verbales y sus golpes en el hombro eran la manera en la que un titán trataba de desembarazarse de las cadenas impuestas por los asustados dioses. De cualquier modo, el mero hecho de que estuviera conmigo superaba cualquier respuesta de cariño automática, yo consideraba que ya no las hacían necesarias. “Cuando hable la conducta que callen las palabras”, les respondía siempre a mis amistades, y ante eso también me rebatían que estaba conmigo solo porque era inaguantable y que solo yo parecía soportarla. Ojalá hubiera sido eso, en ese caso no me hubiera dejado.

-          Te quiero – Repetí, forzando una respuesta más elaborada.
-          Oye, tengo cosas que hacer. Cuando acabe podrás ser repetitivo y agotador, pero déjame terminar antes, ¿vale?

  El holograma era matemáticamente igual que ella, su tono de voz y sus rápidas modulaciones eran los mismos, sus movimientos naturales idénticos, sus aceradas expresiones faciales y verbales eran exactamente las mismas y tan solo cuando el programa se saturaba, una leve interferencia hacía ver que el reluciente oro de los duendes se había tornado en barro por unos segundos y que no era una persona de carne y hueso. Pero a todos los efectos, tenerla al lado era exactamente igual que hablar con ella. Una espeluznante prueba de habilidad consistente en sortear, prácticamente a ciegas, un campo de minas espaciales, cualquier mínimo error de navegación en cualquier momento podría resultar fatal. Por más veces que hubiera atravesado uno similar, siempre aparecía una mina nueva con la capacidad destructiva de las superadas atrás.

  Los programas de grabado de pautas cerebrales para ser integrados en hologramas eran nominalmente ilegales en casi todos los planetas de la coalición terrestre, pero no dejaban de estar al alcance de cualquier pareja de amantes. Eran muy demandados, sobre todo entre los jóvenes, quienes se grababan y regalaban a sus parejas para llevarse el holograma portátil que se comportaría como la otra mitad de su alma en las vacaciones de verano, en el viaje de estudios o cuando se alistaban en el ejército. Cuando las parejas rompían, se devolvían, con ceremonia y boato,  los discos grabados junto con los otros regalos que se habían ido haciendo mientras el solipsismo compartido de ser los únicos en la galaxia todavía funcionaba. Pero yo no pude devolverlo. A ella tampoco pareció importarle que yo me quedara el suyo cuando me devolvió el mío por correo, así que me lo traje a esta misión del cuerpo de exploradores y lo conecté al ordenador principal, puesto que era una herramienta que me iba a ser vital para mi trabajo, prefería que tuviera esta personalidad que una por defecto del ordenador.

-          ¿Cómo lo llevas?
-          Hasta ahora iba bien. Una pena que hayas empezado a hablar.
-          Me callo
-          Promesas, promesas…

  Solía cambiar mucho de aspecto, ropa, peinado, piercings… Su personalidad bullente y dinámica se angostaba cuando estaba parada, como los antiguos y bellos relojes de pulsera que se detenían si no corría el pulso por debajo de ellos, y por eso probaba una y otra vez con la manera en que se iba a presentar en esta ocasión al mundo. Sin embargo no encontraba uno que le acabara de gustar del todo, tanteaba con unos y con otros varias veces por año con el mismo resultado para los dos, a ella no le convencía y a mí me parecía que con todos estaba igual de maravillosa. Era trivial programar el holograma para que cambiara el aspecto, la parte más complicada era la vertiente comportamental de la I.A, pero como eso estaba grabado y la parte visual no era un problema, esta semana lo había programado para que estuviera como en aquella ocasión cuando se tiñó el pelo de morado para dejárselo muy corto y se había colocado un pequeño pendiente de cromo en la aleta derecha de la nariz.

-          Tampoco hace falta que lo termines todo ahora, podemos acabarlo más tarde.
-          Lo de callarse no lo dominas del todo todavía, ¿verdad? ¿Te resulta muy complicado? – Me respondió sin mirarme, como hacía la auténtica.

  Preferí no seguir molestando al dragón, por más dragón de holograma que fuera, y la dejé en la habitación, como había hecho tantas veces con la verdad. Y como había hecho otras tantas veces, me volví para contemplar su delgado cuerpo con las costillas marcadas, como alargadas joyas de marfil dentro de una cajita de nácar, bajo la raída camiseta naranja de manga corta que le compré en el último concierto de los Gigantes Gaseosos. Estuvo todo el concierto bailando, con su pelo, más largo y dorado como la cerveza tostada en aquel entonces, pegado a su cara por el sudor, por las mismas gotas de ámbar que hacían palidecer el brillo de las estrellas que tiritaban en lo alto de la bóveda celeste. Cada visión suya, aun en holograma, conseguía quitarme la respiración. Tenía el tipo de belleza tan ajena a lo cotidiano que una observación prolongada podía llegar a doler dulcemente durante unos instantes mientras tratabas de encajar esta visión superior en un mundo bastante más terrenal. El solo hecho de estar presente en una habitación parecía generar una dimensión de bolsillo única, combaba el espacio-tiempo creando una singularidad cósmica en la que el movimiento del cosmos se detenía a su antojo. Podría estar con ella durante un bombardeo orbital, agazapados en un refugio, con una agonizante bombilla por única iluminación, oyendo el planeta despedazarse encima de nosotros y lo disfrutaría como uno de los mejores momentos de mi vida.

  La estación de observación no era muy grande, pero para los dos sobraba… Para mí sobraba… no debía olvidar que el holograma no era más que un mecanismo de compañía. Casi todos los observadores tenían uno y no iba más allá de escuchar una radio con mayor nivel de interactividad o una manera menos solitaria de interactuar con el ordenador que no fuera solo una voz flotante que parecía no provenir de ningún lado. Los hologramas venían con varios modelos pregenerados para su elección, el introducir las pautas cerebrales de otra persona era un hackeo que servía para terminar con la garantía y hasta con una denuncia por parte del fabricante.  El ordenador podía también generar otros hologramas ambientales para adecuar la estación al gusto, pero la funcionalidad de los metales y cristales de alta presión le conferían un aire de cuartel espartano que no me disgustaba del todo. Además, con ella, aunque fuera en holograma, cada sitio brillaba con los colores de las nebulosas. El frío del universo no podía apagar el calor de su persona, de sus ojos, su sonrisa forzada, de la curva de su cuello y de sus comentarios irónicos dirigidos certeramente como cañones fotónicos.


  El cuerpo de exploradores me había enviado aquí, ya que el cuerpo psíquico había predicho con una probabilidad de más del sesenta por ciento que el planeta que tenía extendido detrás de las pantallas de observación, podría entrar en guerra con la Tierra en múltiples de las posibles realidades alternativas que acechaban emboscadas en la oscuridad del futuro. Mi trabajo consistía en almacenar todos los datos posibles sobre ellos: cultura, sociedad, tácticas bélicas, capacidad de combate… Y, llegado el caso, presentarme como embajador y comenzar con buen pie las relaciones entre ambos planetas. Una misión rutinaria y aburrida a la que tan solo eran enviados los degradados del cuerpo o que nada más escogían los que deseábamos huir de todo por una larga temporada.

-          Te vas a sentir como en casa en el Planeta, según he estado viendo son una sociedad no muy avanzada, bastante belicosa y de mentalidad infantil – Dijo a mis espaldas. Tan detrás que casi pude sentir su respiración inexistente en mi nuca. Si hubiera sido la de verdad habría llegado a oler el linimento de olor a eucalipto que se ponía a menudo en su rodilla mala.
-          Esperaremos a tener más datos antes de bajar a la superficie y presentarme como embajador. ¿Alguna costumbre especial?
-          Desmiembran con cinco motos voladoras a los espías en el patio de armas de la fortaleza real.
-          Con cuatro hubiera bastado, ¿no?
-          En tu caso a lo mejor sí.