viernes, 10 de agosto de 2012

Crítica de Prometheus


Para darle un poco de vidilla al blog para que no esté tan parado y para darle algo de polémica, vamos con la crítica de Prometheus.  Pero antes partamos de dos premisas:
A)    Es una crítica con intención humorística y soy consciente de que a mala leche puedes sacar fallos a cualquier película que te lo propongas por buena que sea (o hacer lo contrario, pero eso lo dejamos para otro día) Es lo que he hecho con “animus jocandi”.
B)    La película está realmente bien de fotografía, diseño artístico, FX, banda sonora… Pero es el guión en dónde hace aguas todo y en dónde centraré la crítica. Y si hubiera pensado en que iba a ver una peli de serie B desquiciada igual me hubiera reído y entrado en el juego, pero es que Scott llevaba años hablando de la trascendencia y seriedad de la película y de ahí que me pillara con el pie cambiado. La veré otra vez dentro de unos meses con ojos de serie B para disfrutarla como se merece.
C)    No es una premisa es un aviso. Son todo SPOILERS, no sigas si no la has visto y si no quieres que te arruinen la risa de los desfases cada cinco minutos.

                                                 PROMETHEUS (Alieniza como puedas)
Todo empieza cuando unos arqueólogos descubren unos grabados en una cueva similares a otros de diferentes partes del mundo.  Lo que debería haber sido: “¡Qué hallazgo arqueológico más interesante!” y los arqueólogos recibiendo el nobel en la siguiente escena. Fin de la película. Resulta que no, porque la arqueóloga deduce no solo que es un mensaje de unos extraterrestres, que ya sería echarle inventiva, sino que es de los mismos que han creado a los seres humanos (la ciencia infusa es lo que tiene) y que quieren que con pongamos contacto con ellos. Ella se lo cuenta a un viejo millonario que en lugar de soltar a los perros nada más oírlo la cree y no contento con eso monta una expedición a tomar viento en el espacio a un sistema solar que parece ser se representa en todos esos grabados. En los grabados aparecen solos tres puntitos, pero como lo bueno que tiene el universo es que es pequeño, en un par de años lo encuentran.
No pasa nada porque les sale barato, un billón de dólares solo (billón americano, suponemos, así que hay concejales valencianos que roban más en un mes) con lo que no habría ni para combustible, pero al final ahorran porque en personal se gastan poco ya que para conformar para la tripulación de la nave debían de tener un convenio y cobrar una subvención por contratar retrasados (porque si no se explica que luego vayan haciendo las absurdeces que van haciendo) y eligen al más tonto que encuentran en cada campo. Como son originales haciendo expediciones, y ésto es lo más cachondo de todo, nadie sabe a dónde van, ni para qué y se lo cuentan todo en una video conferencia post-mortem una vez han llegado al destino y se han tirado dos años criogenizados durante los cuales el pervertido del androide espiaba sus sueños y aprendía arameo mientras jugaba al baloncesto, para que ya si se arrepienten no tenga remedio. La cosa es que están todos allí porque la arqueóloga  va a buscar a los creadores de la vida en la Tierra porque “ha decidido creerlo así”, la mejor base posible para realizar un viaje espacial ¡Y estas risas solo en los primeros diez minutos de película! Sin contar el preludio en el que un alienígena calvo se toma un chupito y se cae al mar por un risco como si hubiera salido de una discoteca de la costa. Debía tener mal beber.
El caso es que llegan a la Luna del Planeta que puede albergar vida y en esas el vago del piloto (esperamos que no sea porque es afroamericano y haya un substrato racista de Ridley Scott) ¿Pues no sale con que solo quedan ¡seis horas! De luz y que ya mejor empezar mañana con la fresca? Menos mal que  los arqueólogos se empeñan y, como son los que mandan que para eso liaron en el embolado al viejo millonario, para allí que van. Bueno, eso y que es Navidad y que si no trabajan Papá Noel no les traerá regalos. El arqueólogo ordena entonces que bajen al planeta sin armas y, por supuesto, no se discute más. El encargado de seguridad dice que va a cobrar lo mismo y que él es un mandado y que el también se apunta a que le maten lo que pudiera haber allí. ¡Si solo es un planeta con vida alienígena tampoco es como, no sé, ¿Un viernes noche en un polígono de carretera?
Y aquí empieza el despiporre con los miembros de la expedición, en el primer posible contacto de la humanidad con una entidad extraterrestre, quitándose el casco porque ya se puede respirar, tocando todo lo que se van encontrando por el camino en un planeta desconocido (pero TODO), separándose y volviéndose a la nave andando porque se han enfadado… Porque para qué van a esperar a que unas pelotas escaneadoras tracen el plano de la torre hueca (no es una nave enterrada, no qué va), mejor es ir tocándolo todo, oliendo y chupando cosas.
El androide, que es el más tocón de todos, activa unos hologramas donde se ve a unos alienígenas dirigirse a una zona para morir. Llegan allí y se los encuentran muertos, claro. ¿Volvemos mañana con armas? ¡Y dejar de tocar cosas en un planeta alienígena, ni lo sueñes! Son space jockeys, los de la saga Alien, pero más pequeños ellos, serán crías o una variante enana rara, o los otros serían más grandes, a saber.
Y mientras tocan más cosas y los que se han enfadado ya se han perdido (recordemos que eran los más tontos de cada campo) llega una tormenta con un huracán y fuerte aparato eléctrico, con el tiempo justo para antes de salir de la “cueva” (guiño, guiño. Codazo, codazo) envasar la cabeza de un alienígena al vacío como si fuera mojama traída del pueblo y meterla en una mochila (de esas que sabes que se resbalan y se caen en el peor momento, de esas). La pega es que con el viento y la arena pasan cosas pero no queda muy claro qué, ni quién se cae y quién salva a quién. Y la jefa mala dominatrix no sería tan mala cuando ni les regaña por haber destrozado los vehículos de tierra y haber perdido a dos miembros en las primeras horas de descenso en la luna. Todo ello es un guiño inteligentísimo de Scott, una película sobre la evolución y la vida protagonizada por premios Darwin.
¿Todavía puede haber más risas? Sí, porque ahora la ciencia patafísica alcanza sus momentos de gloria cuando deciden revivir la cabeza del alienígena muerto con electricidad y luego la meten en un microondas cuando se asustan de que les haya funcionado el plan y con el androide pervertido echándole en el cubata al arqueólogo una de las guarrerías que ha ido encontrándose en sus deambulares por la cueva cuando nadie le miraba. Las moderneces de los gin-tonics en el futuro han ido demasiado lejos.
La arqueóloga sigue erre que erre con que están en el planeta de quienes han creado los seres humanos y nadie le dice nada porque, como se ha comentado antes, ellos van a cobrar igual. Nos enteramos, eso sí de que es estéril, y que para celebrar que el ADN de la cabeza muerta/revivida/incinerada es idéntico al de los humanos: “La prueba de que nos han creado” (sí, no de que “descendemos de ellos” o “la vida comparte base genética a lo largo del universo”) echan un polvo fuera de plano. Los polvos fuera de plano tienen malas consecuencias en este film porque la jefa dominatrix echará otro con el negro vago con tan mala suerte de que justo en ese momento tratan de comunicarse con la cabina de mando los que se han perdido porque han encontrado formas de vida. Y sí, las tocan. Es los que tienen los polvos fuera de plano, en una porno nunca pasan estas cosas.
A la mañana siguiente, todos descansados y follados, van a buscar a los que se han perdido que están más muertos que el cerebro del guionista, el androide mientras encuentra una cabina de mando que funciona presionando huevos duros y aparece un holograma de la Tierra. ¿Destino turístico?, nada que nos han creado ellos y ahora nos quieren matar, por lo que se ve.
El arqueólogo se encuentra mal por beber cubatas con extra de porquería alienígena y como está contaminado a la vuelta a la nave le churruscan. Pero ahí no acaban las desgracias para la pareja porque la arqueóloga está embarazada de tres meses y el androide pervertido quiere criogenizarla para que la operen en la Tierra. La arqueóloga no se deja, ahostia a los enfermeros, se cuela en el laboratorio médico y programa, con sus conocimientos de arqueología, una novísima máquina de cirugía de las que hay muy pocos modelos en la Tierra. El problema: que está programada para hombres (suponemos que si hay modelos distintos por sexos también los habrá para negros, chinos y judíos. El futuro de Scott es machista y racista, ¡toma subtexto de crítica social de manera soterrada! ¡Visionario!), así que no se puede provocar un aborto. Engaña a la máquina programando una cirugía abdominal y aquí mis escasos conocimientos en el cuerpo de la mujer juegan en mi contra, pero recuerdo del cole que el útero y el estómago eran partes distintas, ¿no? ¿Qué clase de sexo tuvisteis anoche, pervertidos? La buena mujer pesca un calamar de cuarenta kilos en canal, la llenan de grapas médicas ¡y a correr! (literalmente)
En las carreras se encuentra con el viejo millonario en la nave (¡sorpresa! ¡nadie lo hubiera sospechado!) que dice que quiere que los alienígenas le curen (esos que la arqueóloga se inventó al ver los puntos en el grabado, los mismos). Que podría haberse criogenizado en la Tierra y haber esperado a que le trajeran la “cura” como a los señores, pero no, viajar por el espacio con ciento cuarenta años es más divertido.
La jefa dominatrix se revela como su hija y le dice que “los reyes que abandonan el reino lo pierden”. Así que ella lo ha heredado todo, pero mejor va a ser irse al espacio para perderlo ella también y que acabe heredando la empresa el ficus de recepción.
El final es apoteósico, ya que vuelven para hablar con los aliens que el androide ha visto uno vivo. El caso es que despiertan al space jockey que tras su criogenización de tres mil años, habla con el androide mientras la arqueóloga le grita cosas y el viejo le pide otras (la arqueóloga va con ellos porque les ha dado igual que se haya colado en la zona médica, pegado a sus enfermeros y haberles jodido el experimento del androide pervertido.  Le dejan ir con ellos sin afearle la conducta siquiera ¡y son los malos!) le arranca la cabeza al androide, pega una paliza al resto y recuerda que hace tres mil años tenía que destruir La Tierra. El hombre es cumplidor y sin ni siquiera ir al servicio (El ADN es idéntico al de los humanos, así que no me vale lo de su especie no mea) a ello que se pone.
La arqueóloga vuelve a la nave a la carrera, la jefa dominatrix dice, casi literalmente, “¿Ya nos hemos muerto todos?, pues hale, nos volvemos a casa” y mientras la nave despega la arqueóloga le suplica al piloto que no deje que la nave alienígena haga lo mismo. ¿A quién hago caso a la arqueóloga loca o la jefa dominatrix a la que ya me he tirado? La respuesta es obvia. Deja que la jefa se vaya en un módulo de soporte vital, pero ella prefiere lanzarse individualmente en una cápsula y luego irse andado a por el módulo para darle emoción y morirse en el intento. El piloto “ioniza” la nave y se lanzan a lo “Battleship Yamato” contra la nave mala, preguntando antes a su tripulación si se quieren ir. Los copilotos que han estado sentados en el puente de mando toda la peli y no saben de qué va la vaina se quedan y se estrellan contra los malos sin manos (lo de “sin manos” es literal y lo mejor de la película).
La arqueóloga coge la cabeza del androide que sabe dónde hay más naves y sabe pilotarlas y se dirige al planeta de los space jockeys a ponerles las peras al cuarto. Que igual tardamos setecientos millones de años luz, pero total, no ponen nada en la TV…
TO BE CONTINUED.
Y ojo porque Scott amenaza con que en la siguiente se revelará que ¡Jesucristo era un Space Jockey y que por eso nos odian!. Con mi chip de serie B conectado ya sí que no me la pienso perder.