miércoles, 27 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos, capítulo 6

Con el sexto capítulo quiero terminar la primera parte, que se llamará algo así como "panderetas de guerra". Ya me pondré a revisarlos del todo, añadir alguna cosa que no esté clara y ver cómo se van terminando del todo. Y a ver si me planteo hacer algo serio con ello.
Pues eso, que vamos con ello:




CAPÍTULO 6: LA MÁS NEGRA DE LAS GUERRAS
Del río Manzanares, tan escueto y frugal que sería del gusto de los carlistas mucho más que los ríos del norte, se desenrosca imitando la cautela de una serpiente una espesa niebla con la aviesa intención de conocer a todos y cada uno de tus huesos en el sentido bíblico del término, y no abandonarlos ya aunque tú más adelante quieras pasar más tiempo con una agradable chimenea que los trata mejor. Y lo hace aprovechando la oscuridad de una noche nublada en las que las estrellas se han buscado las muy malditas, poniendo cualquier excusa, otra cosa mejor que hacer para no entorpecer el tétrico escenario y dejar que la negrura lo engulla todo hasta quedar ahíta. Unas huertas tristes y algo anegadas por la lluvia de toda la semana aguantan con esfuerzo el opresivo peso de esta noche tan cerrada, tanto que hasta los trolls de debajo del Puente de Segovia, con los que ya solo hablan los niños abandonados y quienes aspiran pegamento, han preferido atravesar el primer portal que han encontrado a Arcadia. Las pequeñas casas de los campesinos tampoco dejan percibir luz alguna en su interior, así que todos los elementos se han conjurado para que el negro se yerga triunfante en su pedestal esta noche; El efecto conseguido es que en varias leguas alrededor todo ser vivo contiene la respiración para proceder de inmediato a rezar o maldecir, según su carácter, anticipando el desastre venidero. Pero no todo el mérito le corresponde a la noche, ya que todo el paisaje espiritual del el país entero siente como una única criatura la amenaza y se encoge temeroso como los perros ante una tormenta inminente. Zumalacárregui y yo estamos removiendo demasiado las maderas podridas del edificio de la España oculta y las termitas ya comienzan a salir, entendiendo que su banquete terminará en breve de una forma o de otra.

La Quinta del Sordo emerge como un pequeño islote de solidez en el mar cambiante y fluido de la noche, ni siquiera los voraces jirones de niebla consiguen desdibujar del todo sus trazos básicos, del mismo modo que la razón no cambia a un fundamentalista religioso aunque pueda parecerlo. A pesar de todo, un acercamiento mayor terminará por concluir que el edificio no es de tan buena construcción como pudiera parecer en un primer vistazo y los estragos del tiempo, y sobre todo del ahorro en materiales, empiezan ya a hacerse más que evidentes, en forma de vigas de madera hundidas, tejas que prefieren celebrar sus reuniones subversivas en el suelo, en vez de en el tejado y desconchones que aparecen por toda la fachada principal como si una vieja actriz de teatro se desmaquillara una vez que toda la platea se ha retirado y piensa que está sola en el camerino. 

Fue Godoy quien me habló por vez primera de este singular sitio, el lugar donde, antes de exiliarse a Burdeos, se retiró huyendo del mundo Francisco de Goya y en el que ya perdió del todo la cabeza y le dio por pintar en las paredes unos frescos que eran completamente aberrantes. Si consideramos que el término aberrante para Godoy era bastante laxo, tenía que contemplar las pinturas con mis propios ojos. Me impresionaron tanto o más que los grabados originales sobre los desastres de la guerra que ya había visto; Más todavía cuando entendí que Goya estaba encerrando en sus dibujos conceptos de una fuerza terrible, trazando en el papel o en los muros unas jaulas ontológicas para atenuar el impacto de tales conceptos en la realidad. La verdad es que lo hacía sin ser consciente, claro, llevado en parihuelas por los vapores de los barnices para la pintura y la mala combustión de su estufa, pero lo que cuenta al final para la magia es el resultado.  Como voy a necesitar empaparme de estos elementos antes de partir al norte, pensé que una inmersión nocturna en la Quinta era lo necesario. Espero que esta vez el espíritu del pintor no sea tan pesado como la fue la última vez, si no llega a ser porque le mentí diciéndole que fui yo quien exhumó su cadáver en Burdeos para conseguir la cabeza y que estaba en mi poder, esa noche las cosas pudieron ponerse mucho peores. Su cabeza, lo más seguro, as que acabase en el estudio de un frenólogo que no podía pagarse un esqueleto entero como los médicos de verdad.

Voy caminando despacio a lo largo de las tres plantas del edificio, ante cada pintura levanto mi farol y lo balanceo jugando con las sombras para que los dibujos se sumerjan en la nada o brillen a mi voluntad; ilumino a intervalos al aquelarre, a los combatientes a bastonazos, a toda una romería, a unos viejos comiendo sopas… Hasta que veo como otra fuente de luz compite a mis espaldas con mi farol y entiendo que el pintor ha regresado. Su imagen, pese a ser fantasmal, tiene bastante solidez y casi se puede admirar la calidad del fieltro de su sombrero negro rodeado de velas por toda su ala y se podría jurar que la cera caliente que cae goteando hasta llegar al suelo y dejar un blanco reguero es de verdad. Su rostro es inexpugnable ante cualquier intento de interpretar sus emociones, debido tanto a la penumbra como a unos ojos que dan la sensación de haber sido fabricados por un taxidermista ciego al que le dijeron cómo debían ser unos globos oculares, pero sin haber visto jamás ninguno. Un efecto aterrador más es el olor a aceite de linaza y a otros aglutinantes para el óleo que desprenden sus vestiduras y que flota de repente por toda la habitación, que hasta entonces solo contenía el olor más esperable de la humedad en el yeso.

-          ¿Vienes a ver mi obra o decirme dónde guardas mi cabeza? – Me pregunta casi al lado de mi oreja, rozando mi cuello con su ectoplasma, lo que hace que un escalofrío recorra todo mi esqueleto y se quede un rato más justo debajo del cráneo.
-          A ver su obra, maestro, la cabeza, como ya le dije, la enterraré con el resto de sus huesos a su debido tiempo.
-          ¿CÓMO?- Me grita mientras saca una trompetilla dorada de su faja y se la lleva a su oreja.
-          Francisco, en serio, eres un fantasma, cojones, ¡no puedes seguir siendo sordo! ¡Deja de hacer el tonto! Que pareces absolutista.
-          Es la costumbre, no hacía falta ponerse así.
-          No tienes muchas visitas, ¿verdad?
-          La gente, que le da por decir que el lugar está embrujado y que las pinturas son desasosegantes. ¿A ti te lo parecen?
-          Impactantes yo diría más bien – Le miento mientras delante de mis ojos, Saturno devora a uno de sus hijos aplaudido por el ir y venir de las velas del sombrero del fantasma de Goya. He visto pocas cosas más aterradoras en mi vida y eso que conozco un edificio en Madrid que tiene una habitación con una ventana interior que da al infierno.
-          En el más allá están empezando a proliferar las apuestas entre vuestro duelo mágico - Comenta como quien no quiere la cosa.- El general Espartero contra el general Zumalacárregui. La magia de la naturaleza y de nuestros ancestros contra la magia urbana y moderna. Todo es expectación más allá del éter. La verdad es que el carlismo o el liberalismo como ideologías políticas no le interesa a nadie.
-          ¿Y cómo van esas apuestas? Supongo que Tomás ya habrá pactado con algunos aquelarres y eso le estará dando ventaja, ¿no? – Inquiero sin atreverme a preguntarle sobre qué puede uno apostarse en la otra vida.
-          No solo por eso, aunque empezó con ventaja, sí. Pero, ¡amigo!, los objetos de la sala segura del Escorial también cotizan alto. Así que hay ahora una igualdad bastante seria entre los apostantes.
-          Pues ya sabes, si me ayudas un poco y apuestas por mí, el resultado irá a tu favor. – Trato de llevarle a mi terreno, sabiendo que no conseguiré nada, pero aun así hago el intento, como quien se agarra a un bote enemigo del que te acaban de arrojar al agua.
-          Eso no puede hacerse.- Me contesta patibulariamente.
-          ¡Serás el primer fantasma que lo hace!
-          Por eso, porque no soy el primero y sé lo que te pasa si lo haces.- Termina de zanjar, con tanta solemnidad que prefiero no presionarle más.
-          Bueno, pues tranquilo que no te pediré nada, tan solo me pasearé por tu antigua casa, contemplaré con calma y detenimiento tu obra maestra y si quieres te daré conversación, pero no exigiré nada más. ¿Te parece bien? – Trato de terciar.
-          Perfecto- Me dice mientras se lleva sus brazos a la espalda como si fuese a dar un paseo por el parque con un amigo en una agradable tarde de domingo.

 Sin embargo, el espectro del genio de la pintura es mucho mejor compañero de paseos que cualquier ser vivo, de hecho mejor porque no se le oye ni respirar. Camina con paso seguro, se detiene cuando yo lo hago y si le pregunto algún detalle concreto sobre una pintura en particular no se deshace en explicaciones floridas pero huecas como un suflé, de esas que tanto le gusta desflorar a los artistas entre sablazo y sablazo, sino que trata de ser lo más certero posible, por lo que toda la información que me proporciona me resulta del todo útil para mi propósito. Debo alimentarme de guerra, de negrura, debo saber que lo mismo es necesario devorar a mis soldados para continuar yo el avance y asegurarme de terminar el último en pie cuando los cañones se agoten y solo nos quede darnos de bastonazos en los páramos más olvidados de la meseta. Cuando estos conceptos atrapados por Goya en estas paredes me asalten y busquen acomodo en mi interior, podré desatarlos yo cuando no quede otra solución. Aunque tampoco debo excederme, un sorbo de buen brandy reconforta para las largas jornadas, pero si bebes la botella entera solo puede causarte daños irreparables. Y a efectos de las sensaciones físicas que provocan las pinturas negras no son brandy, sino más bien aguarrás.
Así que finalmente llego al cuadro del coloso, la figura imparable que aplasta todo a su paso.

-          Es el símbolo del absolutismo- Me dice lacónicamente.- El gigante que acabará ciegamente con todo sin darse cuenta de si pisa a amigos o a enemigos, porque no quiere otra cosa que no sea aplastarlo todo.
-          Lo sé, Francisco. – Precisamente por eso será la última pintura que veré, me llevaré, así, conmigo parte del concepto de absolutismo para entender su pensamiento y para abusar de él cuando me enfrente a sus portaestandartes.
-          Pues Godoy no lo captó. Dijo no sé qué de Gulliver o de los Titanes o qué sé yo. Y pensar que a mí me parecía un simbolismo bastante burdo y evidente…
-          Nuestro pecado es que comenzamos confiando mucho en la gente y de ahí solo podemos terminar en el extremo opuesto.- Le respondo mientras, instintivamente, le poso una mano el hombro como haría con un camarada, pero mi brazo le atraviesa y hace que su imagen se disperse un poco como las ondas en un estanque cuando los patos lo atraviesan. 

Tras eso la conexión de Goya con este plano parece perder fuerzas y ya cada vez es más difícil poder captar su imagen u oír del todo sus frases. Su ser se va alejando como el eco que rebota en los desfiladeros de montañas, cuando oyes el último retazo ya parece que la voz original había desaparecido hacía mucho. Sin embargo el olor a pintura y a la cera de las velas todavía persiste y se resiste a abandonar la casa.

Cuando me subo a Pollón y hago que empiece a trotar, la niebla ya sí ha conseguido engullir del todo al edificio, así que tengo la sensación de haber salido de una catástrofe a tiempo, antes de que el maelstrom arrastrara a mi barco a las profundidades abisales. Cuando galopa ganando velocidad y avanzamos un buen trecho trecho, la civilización parece haber surgido de la nada. Así que dejando atrás la ermita de San jerónimo, sigo pensando en la esencia del absolutismo como una fuerza imparable que, por definición  no puede ser detenida. Como mucho contrarrestada, pero… ¿Cómo hago para encontrar un concepto que equivalga a un objeto inamovible?

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos: Capítulo 5

Tras milenios sin actualizar nada, la inspiración no me abandona y Espartero se está escribiendo solo. Vamos con el quinto. Jo, mira que si al final sale algo de aquí...




CAPÍTULO 5: LA FE MUEVE MONTAÑAS
El pobre cura le pone mucho interés, pero entre sus evidentes problemas de dicción, la gesticulación excesiva y los arranques de una tos tan terrible que daría lástima a un tuberculoso, la homilía está siendo del todo inaguantable: “Monadca legítimo” –aspaviento-aspaviento- “Dey defensod de los fuedos! – Tos- tos- convulsión- “El señod edtadá de nuedto lado” – Tos- aspaviento – respiración ahogada – “Pod Diod, la patdia y el dey modidemos nosotdos también” – Gesticulación acompañada de estertores – tos continuada -… Y así lleva unos interminables minutos que solo podrían hacerse más largos en el quinto círculo del infierno.
Por si fuera poco en la iglesia hace realmente frío, pero no el frío agradable y natural que tanto me agrada, el tipo de frío que mora por los bosques y que acompaña al lobo en su cacería, sino el frío húmedo y estanco que se esconde con cobardía en lo profundo de las minas y en casi todas las iglesias y que sierra lentamente las articulaciones, consiguiendo que los hombres más robustos caigan al final, de improviso, como una muralla ciclópea barrenada por hábiles zapadores. Las caras de los parroquianos están enrojecidas por el frío y el fervor religioso, siendo casi imposible discernir a quién le corresponde cada matiz de rojo. Algunos se soplan los dedos que sobresalen tímidos de unos mitones cortados, patean con suavidad el suelo para calentar las piernas y se santiguan a continuación como para pedir perdón por desatender al sacerdote mientras evitan morir de congelación. Sin embargo las ancianas viudas parecen fabricadas con otro material, llevan de rodillas toda la misa encima de unos bancos de madera angulosa, parecen poder soportar todo lo que les va sirviendo la vida en una herrumbrosa bandeja llena de horrores y pesares comiéndoselo todo sin cambiar el gesto. Tan solo manejan con destreza las cuentas de un rosario que debía de ser ya viejo cuando cayeron las primeras piedras del rayo, que es como llaman aquí a las tallas prehistóricas, y musitan sus letanías como si de verdad, sin el menor atisbo de duda, creyeran que al final de todo disfrutarán del paraíso y todo esto no es más que un corto trámite. Muchas veces las envidio.

Detrás del párroco un retablo descolorido que narra el pintoresco martirio de San Cucufate sirve de telón de fondo para una tarde de espanto. Juro que a veces también envidio al mártir. Sobre todo cuando recuerdo que lo peor estará por venir, la velada de chocolate con picatostes que nos ofrecerán a los oficiales, como muestra de dedicación a la causa, las damas de alta alcurnia de la provincia. Cierto es que necesitamos apoyos, suministros, dinero y elementos subversivos dentro de los civiles, pero mientras jugamos a todo esto, Espartero ya debe haber enviado a varios espías al frente y tiene que estar a punto de cruzar el Tajo. No sé si se demorará en Toledo buscando aliados entre los cabalistas judíos o empezará ya a atacar con las fuerzas de las que dispone nuestras posiciones más meridionales y menos atendidas; pero sea como sea, deberíamos dejar estas reuniones sociales para cuando hayamos coronado al rey Carlos y ya pueda enviar a subalternos a sufrir en mi nombre odiseas de este jaez mientras yo disfruto pescando truchas de los ríos de mi propio ducado recién conseguido. 

Como no podría ser de otro modo, la merienda de chocolate es peor de lo que podría llegar a esperarse. He sido torturado un par de veces en diversas guerras y cuando los civiles te dicen sin inmutarse que lo peor de la tortura es la espera es porque no saben ni por asomo de qué narices están hablando y el peor dolor que han sufrido esos bocazas ha sido un uñero. Imaginarme a las beatas comiendo chocolate y hablando con la boca llena era bastante malo, pero sufrirlo no tiene comparación posible. El párroco ha reunido a unas ocho beatas y un par de monaguillos, pero entre todos los asistentes destacan por sus intervenciones o actitudes tres señoras, cuyos nombres olvidé al instante y las renombré mentalmente por sus rasgos similares a animales: Una anciana decrépita y rugosa, la vieja grulla; una jovencita huérfana con sus dos incisivos como los de una ratita e igual de esquiva y una mujer algo oronda con grandes bolsas en los ojos, como el mapache de los bosques americanos.  El pequeño salón en el que estamos reunidos trata de imitar la fastuosidad de un palacio real, pero da más la sensación de estar decorado con todo lo brillante que alguien se hubiera encontrado en una búsqueda  a través de cientos de nidos de urracas. Candelabros capaces de cegar con su pulido, tapices de colores más violentos aún que los martirios que representan, una enorme araña de cristal que casi parece tener que encogerse por no caber en el techo y una mesa con un mantel con bordados de frutas sobre el que descansa un juego de té con motivos de animales, para estar a juego con la fauna reunida.  

-          El señor cura podrá afirmarlo con más autoridad – Dice el mapache mientras levanta una pequeña tacita de porcelana, que en sus manos se empequeñece más aún, y eleva su meñique al cielo en el gesto universal al beber de las personas de alta posición – Nuestro señor Jesucristo, en la Biblia, defiende literalmente los fusilamientos.
-          Tía – Apunta la ratita – No se puede hablar de fusilamientos en la Biblia, faltaba mucho que se inventaran las armas de fuego.
-          ¿No? ¿Seguro?, bueno, pero con arcos y ballestas también se puede fusilar y era eso lo que decía el hijo de Dios cuando vino a este mundo a salvarnos del pecado original. ¿Verdad, padre? – Y gira su cabeza con el poder de un desprendimiento de montañas, haciendo que el párroco, inmerso en la duda teológica de comerse un picatoste más o no, pegue un respingo. Intervendría diciendo que las ballestas tampoco existían en aquellos tiempos, pero es que si digo algo la conversación se alargará y es lo último que deseo en estos momentos. De todos modos seguro que el tema se desarrolla en profundidad…
-          Bueno, hijas, la violencia es un mal menod, no se debe emplead continuamente, como degocijándonos en ella. pedo si es pod una causa justa, Dios no puede menos que apoyadla.
-          Pero también en el santo libro se habla de sufrir en silencio por la fe, ahí tenemos a todos los mártires, ¿no es cierto, padre?- Pregunta la vieja grulla, con la amenaza subyacente de arrancarle el hígado con su pico si no le es dada la razón.
-          Por supuesto, hija mía, una cosa no quita la otda, Dios también apoya cuando se sufde pod él.
-          Podemos entonces fusilar a unos enemigos y dejarnos matar por otros, así agradaremos a Dios dos veces.- La Ratita acaba de ascender al rango de comandante en mi escalafón mental al que voy adscribiendo a la gente que conozco. Su agudeza no parece haber sido debidamente comprendida en esta mesa.
-          ¡Qué gran ejemplo nos han dado los mártires!- Prosigue la vieja grulla sin atender a razones – Su fuerza y entereza ante la muerte son faros de luz para los creyentes.- No tengo corazón para describirle cómo es en realidad cualquier tortura y que la entereza se pierde en el primer minuto.
-          La fe siempre prevalece, lo hizo con los santos mártires y lo hará con las fuerzas carlistas, la fe mueve montañas. – Termina de aseverar el mapache.
-          Mover montañas puede venirnos realmente bien a la hora de movilizar las tropas, ¿no es cierto, general? – Me pregunta directamente la ratita coronel, pero sin darme tiempo a responder – Nos ahorraríamos tener que cruzar los pasos de montaña y llegaríamos a los llanos del norte de Castilla mientras a los descreídos les toca atravesarlas.
-          Pues si nuestro señor quiere mover montañas las moverá, ¿a que sí padre? - Vuelve a preguntar el mapache dando a entender que las montañas se pueden trasladar de sitio, pero su cabezonería es inamovible.
-          Clado, y si no físicamente, de maneda metafódica, el espíditu santo iluminadá al general zumalacádegui y le guiadá pod los mejodes sendedos.
-          ¡Qué fácil lo va a tener! ¡No se queje, general! – Añade la ratita, que ya me está empezando a caer realmente bien.
-          Es lo que tiene luchar por una buena causa, que la mitad de la guerra ya está ganada.- Asevero taciturno, ante lo que todos asienten sin entender la ironía, mientras la ratita se tapa una risita con sus manos.
-          Pero ante la duda, yo me contendría las prisas por llegar a Madrid y coronar al rey y esperaría a que las tropas de Espartero se gastaran por el camino mientras nosotros nos aprovisionamos y pasamos el frío en plazas seguras. La corona no tiene patas y no se irá corriendo.- Y la ratita me da el mejor consejo bélico que he oído en años. Tan bueno que era exactamente lo que tenía pensado hacer.
-          ¡Ay, hija!, ¡No le digas tonterías al general! Dios quiere que el rey legítimo se corone cuanto antes y ya está. – Finaliza la vieja grulla.

Justo cuando la conversación se estaba poniendo interesante, un chiquillo al que había sobornado con un tirachinas, dos lagartijas y unos reales  para que me interrumpiera con una urgencia a mitad de la merienda, elige este momento para hacerlo.
-          ¡Señó Zumalacárregui!- Vocea con la voz impostada que habíamos ensayado.- ¡Señó Zumalacárregui!, le precisan de inmediato.
-          ¿Ahora, galopín? ¿No puede esperar?
-          Si fue usted quien me dijo que viniera a… - Y casi arruina la farsa
-          Quien te dijo que me avisaras si había una urgencia, sí, lo sé. Pero era una velada tan agradable…- Y veo en las caras de todos que realmente se lo creen, no les ha pasado nada más entretenido que esta guerra desde hace mucho y el aburrimiento es evidente. – Pues nada, gracias, chavalín, toma un picatoste por  el esfuerzo y venga, salgamos.

Tardo poco en volver al acuartelamiento a las afueras del pueblo y les pido a todos mis hombres que me dejen tranquilo que debo concentrarme, pero dos interrupciones hicieron que me resultara imposible, la primera fue a los escasos minutos de sentarme y encender una pipa. Un joven soldado insistió en verme y le dejé pasar por su vehemencia.
-          Mi general, perdone que le moleste, pero es que creo que es importante.- Me dice mientras mantiene con bastante eficiencia el saludo marcial.
-          Claro, cuéntame. Y descansa.
-          Verá… ¿Puedo serle sincero? Lo necesitaría para poder contarle bien la historia.
-          Por favor.
-          Pues… Esta tarde unos compañeros y yo nos fuimos a… Esto… a…
-          De putas. Vale. Es normal en la guerra, no sabes cuándo, ni siquiera si, vas a volver a casa y la paga en el bolsillo te la puede robar cualquiera. Prosigue.
-          Bueno, yo estoy prometido y solo fui a acompañarles… Pero… Mientras les esperaba una de las mujeres me dio esto para usted.- Y me entrega lo que parece una moneda antigua de plata.- Insistió en que era vital que se la entregara en persona.
-          ¿Una moneda de plata? ¿Y no se te ocurrió quedártela?
-          ¡Jamás, mi general! ¡Me dijeron que era para usted! ¿Por quién me toma, por un urbano?
-          Has hecho muy bien, estoy muy satisfecho. Muchas gracias. ¿Dieron alguna instrucción más?
-          Nada más, señor, solo quería que usted la tuviera para que le diera suerte y ella no se atrevió a hacerlo.
-          Excelente. Gracias de nuevo,  dile al intendente de mi parte que durante esta semana te doble el rancho.

Una moneda de plata. La miro a la luz de las velas y salgo de mi tienda para hacer lo propio a la luz de la luna. Brilla como si fuera líquida, a pesar de ser muy antigua y tener sus inscripciones y tallas prácticamente borradas. Pero no era la única sorpresa de la noche, la segunda es la llegada del primer enviado del conde. No me esperaba una mujer y menos de tanta belleza. Pero sobre todo no me esperaba que alguien pudiera tener los colmillos tan desarrollados y que su piel pálida brillara a la luz de la luna bastante más que la moneda de plata.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos. Capítulo 4

El cuarto capítulo de Espartero, que estoy inspirado. Es algo más corto que el resto, pero a cambio es uno de los que más me gusta el resultado final. Tras el quinto y el sexto, acabará la primera parte, los revisaré y a ver si lo puedo mover por algún sitio.



CAPÍTULO 4: EL DESCANSO DEL GUERRERO
Otra criada más que se despide sin esperar siquiera a que le pague lo atrasado. A pesar de que está más que recalcado que no es necesario que se baje a limpiar la sala cerrada que está en el sótano, parece ser que para llegar a la bodega y darle un tiento al jerez en barrica que allí guardamos hay que pasar al lado. La primera vez que se oyen los sonidos que salen de dentro o ves las luces gatear por la rendija de la puerta como si quisieran envolverte, éste suele ser el efecto. Mis amigas protestan todo el rato porque sus esposos coleccionan sin mesura abrecartas, gemelos, rifles de caza o hasta amantes. Me gustaría decirles que es mucho peor que guarden al lado de la bodega huesos de santos oscuros, fantasmas atrapados en cajitas de música o armamento atlante; pero entonces me vería obligada a tener que explicar muchas de las palabras que emplearía  para ello y, además, sinceramente, prefiero tan solo escuchar y divertirme cuando me hablan con detalle de sus amantes, porque sacar el tema del cuchillo con el que circuncidaron a Cristo y como mi marido se lo arrebató en Rabat a un cardenal que lo usaba para automutilarse en rituales de magia negra suele matar la conversación. Ellas dicen que son muy liberales y muy poco religiosas, pero a la hora de la verdad son muy escrupulosas con estos temas y se alteran por cualquier tontería.

De todos modos no viene mal tener un par de días de relativa tranquilidad en casa, Baldomero tiene que irse a pegar tiros a unos campesinos chupacirios y pese a que pensará que nunca parte a una guerra sin tenerlo todo planeado de antemano, desde que me conoce nunca lo ha hecho sin contar con la protección añadida de la que yo me encargo. Tampoco se lo digo, claro, él está muy contento con ser considerado el espadón de los liberales y con que siempre prevé todas y cada una de las contingencias que pueden surgir en campaña, pero más de una y más de dos veces, mi ayuda mágica ha resultado salvadora. Los rituales, con las criadas rondando continuamente por la casa, se realizan con bastante menos tranquilidad y en la magia, como en la repostería, las prisas son malas consejeras. Aunque en este caso errar con las cantidades de los ingredientes puede tener repercusiones mucho peores.

 Así que me dirijo a una pequeña habitación donde guardo todos los objetos religiosos que mi madre me ha ido regalando todos estos años desde que se enteró de que estaba prometida a un militar de ideas liberales y que ahora siempre enseñamos a las visitas más religiosas para que se sientan un poco más tranquilas en nuestra casa. Enciendo un par de velones grandes de iglesia, quemo un poco de incienso traído directamente de la catedral de Santiago de Compostela y abro un armarito donde reposa una efigie de la virgen de la Almudena, santa patrona de Madrid según dicen. La única luz de la sala es la que proviene de las velas, así que, entre las sombras, la virgen parece sonreír, siempre me da la sensación de que me sonríe cada vez que hablo con ella, lo que no deja de ser tranquilizador.
-          Ya sé lo que vas a pedirme.- Me dice, su voz parece surgir de la estatuilla, aunque ésta no se mueva en absoluto. No la oigo en mi mente, la oigo como si realmente hablara la virgen, por más que el sonido no pueda provenir de ahí.
-          Seguro que sí.- Afirmo para terciar y empezar con buen pie la conversación. Las vírgenes son muy suyas cuando les pides favores y si no comienzas con zalamerías, luego se hacen mucho de rogar. Y eso que la de la Almudena no es de las más complicadas.
-          Imagino tus palabras como si las oyera antes de que las pronuncies. Quieres que ayude a tu marido en su guerra en el Norte. Pero sabes que a él le apoyan varios santos, ¿no? De hecho el ejército de Zumalacárregui va cargando con estatuas de santos por todas las aldeas por las que pasa, para que los pueblerinos las besen y abracen la santa causa.
-          Eso dicen, pero seguro que no son tan milagrosos como tú.- Continuaría dorándole la píldora poco a poco, pero que creo que voy a preferir pecar por exceso.- Y además, ¡qué solo son santos!, ¡que están a varios peldaños por debajo de las vírgenes en el escalafón celestial!- Añado con vehemencia- Los santos no son más que milagreros de barraca de feria que fueron algo más trepas que el resto de los suyos.
-          Pues alguna que otra virgen, también apoyará a los carlistas. De hecho me consta que si os ayudo deberé enfrentarme a alguna de ellas. ¿Es lo que deseas? ¿Verme riñendo con la virgen del Pilar o con la de Montserrat? Así como en el plano físico se lucha, que también se haga en el espiritual. Esa es la idea, ¿verdad? ¿La virgen de Madrid contra las vírgenes del Norte en un impactante duelo de rayos místicos y milagros? ¡Ciudad contra campo también entre las múltiples madres de Cristo!
-          Sería un espectáculo muy poco edificante, mi señora. Ellas no le durarían nada. Además, ¿no sois todas las vírgenes la misma virgen?
-          En esencia sí, las vírgenes no somos más que avatares o fractales de la diosa madre, de la señora de la fecundidad. En ese sentido somos diferentes, pero como fractales mantenemos la misma estructura que el todo cada una de nosotras. En ese sentido somos lo mismo.
-          No, no quiero ese combate, ya riñen mucho los hombres como para que también lo hagamos las mujeres, sean humanas o fractales de esos. Solo pretendía equilibrar la balanza. Habrá muertos, muchos. Los dioses de la guerra, la muerte, la violación y todas esas cosas tan de hombres, así como todos sus avatares camparán a sus anchas, el poder de la masculinidad se hará más y más fuerte. Las mujeres encontraremos muy debilitada nuestra presencia en el plano etérico después del conflicto si no hincamos algunos hitos de impacto durante el avance de la guerra. El ciclo recurrente de la vida con sus nacimientos y no solo con los óbitos  también tendrá que estar también representado. La luna tendrá que salir después del sol y enfriar con la mano dulce de las madres o las amantes, los huesos recalentados por el sol indiferente al sufrimiento.
-          Siempre me asombra hablar contigo, Jacinta. Tu marido es mucho menos inteligente de lo que se cree y tú eres mucho más lista de lo que  nadie considera.
-          La inteligencia es como un arma blanca. Un espadón puede hacer mucho daño, pero si lo ves descender te apartas. Con un estilete afilado, oculto en ropas de mujer, no tienes esa oportunidad.
-          Un hombre afortunado es lo que es Baldomero, como lo suelen ser todos los hombres bien casados.
-          ¡Pero nunca lo reconocerán los muy cabestros! Y, precisamente, algo de fortuna adicional es tan solo todo lo que querría pedir para él.
-          A la fortuna, como buena ramera voluble que es, le gustan los militares bizarros y desprecia a los asustadizos burócratas. Será sencillo ofrecerle al general cristino un poquito más de la mucha que le correspondería por derecho.
-          No os pido más, mi señora. Gracias de nuevo.

Apago las velas con sendos soplidos, uso la campanita de plata para extinguir la brasa del incienso y antes de cerrar el armarito juro que la vuelvo a ver sonreír. Bien, lo primero está hecho. Lo segundo es buscar el objeto que Baldomero necesita y que se ha perdido dentro de la sala segura de nuestra casa. Si los frailes del Escorial llegaran a sospechar la mitad de los artefactos que guardamos aquí, fallecerían del mismo susto. No es que todos los que les entrega Baldomero sean falsificaciones, es que algunos de los más peligrosos piensa él que realmente estarán más seguros aquí que en manos de una secta secreta centenaria de religiosos que a saber si por una venganza contra otra secta se va a  poner a usarlos indiscriminadamente.
La llave de plata brilla solamente con ligereza indicando que en estos momentos hay magia residual ambiental dentro de la sala, pero el brillo tampoco es muy pronunciado, así que no debería presentar una peligrosidad que no pueda manejar.
Descuelgo de la puerta y enciendo uno de los escasísimos faroles que se le han podido capturar a la Santa Compaña y de esta manera podría alumbrarme en cualquier lugar de la creación y además los espíritus pensarán que soy una de ellos. No debería haber espíritus sueltos aquí dentro, los sellos de atadura se renuevan cada mes, pero las almas malvadas son muy capaces de sobreponerse a los sellos a base de pura fuerza de mala voluntad.

Los resquicios de magia a veces chisporrotean y eso hace que los objetos almacenados cambien caprichosamente de sitio por lo que se pierden con asiduidad. Los círculos de protección consiguen con eficiencia que no pueda salir nada de su energía de esta sala, por eso mismo todos los efectos caóticos que ocurran tienen que tener lugar aquí dentro, traslación de constructos, dobles imágenes, psicoplastias, las voces y las luces que tanto asustan a una criada tras otra…. Trato de dar con el objeto adecuado porque la magia tiene sus reglas y un objeto, por muy poderoso que sea, puede verse sobrepasado por otro objeto de mucho menor potencial mágico, pero que resulta tener más afinidad con la situación concreta. Es la intuición la que me ha hecho decidirme por el artefacto que busco, se lo dejé caer en la comida hará un par de días y hoy, antes de salir para El Escorial, me ha pedido que lo busque, seguramente pensando que ha sido idea suya. Espero que al menos se acuerde esta vez de traerme unos dulces del monasterio, es lo único que le pido cada vez que visita a una secta secreta, su forma de vida puede dar risa, pero sus dulces suelen ser deliciosos.
Hay muchos objetos a por los que se lanzaría un mago inexperto, ya que tenemos a lo largo de las estanterías un buen número de lanzas, espadas, arcabuces, cuerda de horcas, brasas inquisitoriales que nunca se apagan, extrañas piezas que nos aseguran proceder de la antigua Lemuria y  lo que parece ser una  bomba proveniente de un futuro sombrío y muy lejano con escritos en un inglés pervertido que nadie ha sabido traducir y que dice algo así como “Fuck the commies”… 

La guerra al final, según me cuenta Baldomero, y las cosas como son de esto sabe, se reduce finalmente tan solo al enfrentamiento de números: De soldados de ambos ejércitos, de suministros, de mandos bien formados, de kilómetros marchados las últimas jornadas… Así que tenemos una guerra en la que, solo en principio y apariencia, nos favorece el número, unas batallas que tendrán lugar en el norte frío y en la que deberemos asediar  para reconquistar bastantes plazas enemigas. La magia simpática opera mediante iguales, la del caos mediante contrarios, no hay nada que aterre más a unos generales que el caos, así que necesitaré un objeto antagónico a la situación, un objeto con la magia imbuida de un hombre de mar, no de tierra, un gran almirante que lucho en parajes cálidos, que tuvo que hacer frente a un enemigo muy superior en número y defenderse de un asedio… Por aquí guardado estaba, solo queda dar con ello, con el catalejo que mi amor se trajo de Cartagena de Indias y que se fabricó con la pata de palo de Blas de Lezo.

martes, 12 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos, capítulo 3

Pues, venga, que he secuestrado a la inspiración y la tengo atada en el sotano. ¡Esto se escribe solo! Y ya tengo ideados los tres capítulos siguientes. De aquí sale algo seguro.




CAPÍTULO 3: ENCIMA DE LA PARRILLA
Contrariamente a lo que todo el mundo piensa, El Escorial no obtuvo su planta como representación de la parrilla donde tostaron a San Lorenzo. Es una parrilla, sí, pero su diseño sirve para atrapar el flujo de energía telúrica de la sierra y el subsuelo de Madrid y emplearla para mantener continuamente caliente la enorme cantidad de magia necesaria para proteger la sala segura del monasterio. Una leyenda cuenta que un grupo de acompañantes de Eneas, cansados de su egocentrismo con eso de que era hijo de Venus y con que sus pedos no olían, le dejaron tirado a la altura de los Alpes cuando se iba con la idea de fundar Roma en el pantano más sucio que se encontrara entre las siete colinas, mientras ellos pasaron de largo y acabaron por asentarse en lo que luego sería Madrid. Desde ese momento siempre se ha defendido en ciertos círculos que el centro de la península se eligió como capital del reino de Castilla no tanto para hacerse rico vendiendo terrenos, como por su potencial en energía mágica. Las líneas dragón del sur de Europa convergen aquí. Hasta el trepa del duque de Lerma tuvo que rectificar y volver a traer la capital tras llevársela a Valladolid.
Sea como fuere, Juan Bautista de Toledo siguió al pie de la letra las indicaciones que le dieron hombres sabios sobre en qué  lugar edificar y cómo diseñar la planta y se tragó el cuento de la parrilla y la batalla de San Quintín, como todos los reyes que han utilizado después el palacio y que han acabado enterrados en él. Yo mismo he ido entregando objetos de gran poder a la orden secreta de monjes que los guardan bajo llave. Otros me los he quedado yo y los guarda mi santa en nuestra casa, pero ahora vengo a ver si puedo disponer de alguno de los que están aquí porque realmente me van a hacer falta. Por si fuera poco, el Escorial también tiene mazmorras seguras dónde se pudre gente de lo más interesante. También necesitaré esa ayuda. Creo sinceramente que toda ayuda será poca, una vez que quedó claro que el viajero no parecía estar muy por la labor, al menos en los primeros compases de la guerra. 

Mientras los rostros de los retratos colgados en las paredes me contemplan sin importar en qué dirección me encamine, los ecos resuenan con cada paso que se da en estos pasillos y los sonidos se amortiguan como si un gato precavido caminara sobre musgo. Hasta la luz del sol que penetra con respeto reverencial desde los altos ventanales trata de no iluminar en demasía para no arruinar la atmósfera de calma. La magia hace que el lugar entero esté alerta, y no puede distraerse con elementos mundanos como sonidos, luces o colores, de este modo podrá responder mejor cuando sea necesario ante el menor atisbo de magia extraña. Así pues, entre colores apagados y sonidos mullidos, camino hasta el monasterio propiamente dicho en la zona Sur del edificio.
-          Muy buenas, hermano.- Me dirijo amablemente al joven hermano portero.- Necesitaría ver al hermano guardián de la llave.- Las órdenes secretas son muy poco originales poniendo títulos.
-          ¡Vaya! Es la primera vez que alguien pregunta por él. Me dijeron que seguramente jamás tendría que ir a llamarle, que es un cargo honorífico y que solo se dedica al rezo.
-          ¿No llevas mucho aquí, verdad? No te preocupes, terminaré pronto con él para que pueda seguir rezando. Además, no creo que vuelvas a tener que llamarle en algún tiempo.
El joven monje asiente y me deja esperando en una sala pequeña con alfombras confortables y un abollado brasero que parece tan viejo como para que tuviese usos menos agradables en los tiempos antiguos de la inquisición. No tarda nada en entrar en la sala, casi a la carrera,  un monje extremadamente delgado y con la capucha enteramente subida. No le puedo ver los ojos, pero sé qué están llenos de ojeras y bolsas tan grandes como para permitir cruzar flotando en ellas el Ebro crecido.

-          Baldomero. Debí adivinar que seríais vos otra vez. Os dije que no volvierais sin la calavera de Pizarro. ¿A que no la tenéis?
-          Y yo os dije que se la comió el Chupacabras, no pude hacer nada. Podría engañaros y traeros otra calavera, pero ese no es mi estilo.
-          Tampoco nos habéis traído a por lo que os mandamos a Cartagena de Indias.
-          Había pensado en traerlo hoy, pero como lo voy a necesitar, pensé que era absurdo traerlo para enseñároslo y volvérmelo a llevar.
-          ¿Pero está en buen estado?
-          En perfecto. Y además funciona correctamente. Os lo traeré en cuanto ganemos la guerra. Los Cristinos me refiero, por si vos apoyáis en secreto a los carlistas.
-          No seáis así.- Dice rebajando su tono de superioridad.- Ya sabéis que esos objetos no pueden estar fuera de estos muros, aquí su magia se atempera y se imposibilita que caigan en malas manos. Es un mecanismo de seguridad,  no solo para el reino, para si no para el conjunto de la creación.
-          Estarán en las mías, no pueden estar en mejores manos. – Le digo mientras le enseño las palmas de mis manos y mi mejor sonrisa.- Además, gran parte de estos objetos los he recuperado yo, ahora tan solo los pido prestados, no para mí, sino para la pobre reina niñita a la que se le quieren quitar sus legítimos derechos.
-          De acuerdo. Te iré mostrando algunas de las cosas que te podemos dejar, pero tendrás que esperar en la antesala y yo te iré trayendo lo que prefieras, dentro de lo que te podamos ofrecer. Hay objetos tan peligrosos que está descartado bajo ningún concepto que abandonen la sala segura.
Asiento con la cabeza y me hace bajar por unas escaleras de piedras estrechas, pero que al menos son resbaladizas y húmedas. En la austera antesala, en las puertas de la sala segura, una sencilla mesa de madera sustenta a un candelabro plateado de cuatro brazos y un enorme códice ilustrado abierto por el capítulo del Apocalipsis. El hermano me hace sentarme, agarra un inmenso manojo de llaves colgado de la pared  y se dirige a una enorme puerta de madera en el otro extremo de la pared, volviendo al poco rato, apenas me ha dado tiempo a mirar un par de láminas del códice, con un pequeño librito.
-          Veamos – Me dice mientras pasa con delicadeza sus páginas,-  Veamos qué podemos dejarte para esta ocasión.
-          Tengo claro lo que necesito – Trato de decir con delicadeza, aunque no sé si lo consigo, la burocracia y los paripés me suelen sacar de quicio.
-          El señor sabrá mejor que tú lo que necesitas y eso será lo que te prestemos. Veamos- Repite- ¿Qué te parecería la espada del Cid, la singular Tizona? ¡Un arma formidable defensora de la fe!
-          ¿Una espada? ¡Solo un idiota iría a un duelo de pistolas con una espada! ¡Voy a una guerra moderna no a batirme con un patán porque ha recogido el pañuelo de mi hermana en los toros. Además, los tiempos han cambiado, estaría bien para el tamaño del Cid en su momento, ahora sería poco más que un mondadientes.
-          ¿Reliquias de santos, entonces? Los huesos de los santos siempre ayudan llevándolos en un saquito cerca del corazón y rezando con fervor.
-          ¿De qué santos disponemos?- Pregunto temiéndome la respuesta.
-          Tenemos… - Y hace que busca en el librito a pesar de saber de memoria todos los objetos que aquí se almacenan y los que pretende encalomarme.- Los huesos de San Isidro, ¿Qué te parece? El Santo Patrón de Madrid te vendrá bien en el Norte, defenderá la causa del palacio contra los sublevados del campo y las montañas.
-          No creo que me sirva. Ya sabes lo que dicen. San Isidro labrador… Poco mordedor.
-          Hilarante.- Contesta secamente a mi estupendo chiste y se espera un rato en silencia para ver si he acabado. - ¿Ya? Bien, pues también puedes llevarte, si prefieres, parte de la tibia de San Valentín.
-          ¿San Valentín? ¡Ese capullo que casaba a traición a pobres legionarios romanos que no tenían ni idea de lo que era el matrimonio y en dónde se metían! ¡Como para fiarse de sus huesos!
-          Las compañías de teatro han perdido a un estupendo cómico de la legua. Además, os recuerdo que vos mismo estáis casado.
-          Claro, pero mi mujer es una joven heredera, toda una belleza y, como estoy en el ejército, apenas la veo. Venga, hombre, si como sabes lo que quiero y me estás dando largas, pensaba que querías que te distrajera con alguna chanza.
-          ¿Y qué es lo que quieres entonces? ¿El arca de la alianza? ¿El Santo Grial? ¿Aceite sagrado molido de las aceitunas del huerto de Getsemaní?
-          Una de las treinta.- Digo patibularimente.
-          Sa…Sa.. Sabes que eso sí que no te lo puedo dejar.- – Esperaba su reacción, pero no tan acusada. El libro tiembla en sus manos y me imagino un tic acampando para pasar el invierno en su ojo derecho.- Además solo tenemos dos. Dos de las tres que quedan en todo el mundo.
-          Pues aún os quedará una aunque todo vaya mal. La mitad del tesoro podríamos decir, lo que no está mal. Pero, además, sabes que volverá, siempre vuelve aunque se retrase.
-          Lo siento, pero eso es innegociable.
Cierra el libro y se da la vuelta. Pues nada, a levantar las ramas que lo ocultaban y a disparar con el cañón que he traído.
-          Abelardo. A Matilde no le pusiste tantas pegas, ¿verdad? - Ahora sí, ahora ya se le cae el libro al suelo y él hace lo imposible por no caerse detrás del él. Sin embargo, y eso se lo tengo que reconocer, enseguida recobra la compostura y vuelve a hablar conmigo.
-          Muy bien. Tú ganas. Te daré una de las treinta. De ti depende que vuelva a ti y si no el mal que haga será responsabilidad tuya.- Lo dice con resignación, pero casi logra que parezca que ha sido idea suya.
-          Siempre lo es. Yo, a cambio, trataré de descubrir qué demonio tiene tu alma y veré cómo se la puedo ganar. Nadie te hará jamás una oferta mejor.
-          Gracias, en ese caso. Y, recuerda, no la saques de su envoltorio salvo cuando quieras emplearla y, ¡por amor de Dios, recupérala luego!

Cuando le digo que quiero ir a visitar a alguien a las celdas secretas casi parece aliviado, él ya no es responsable de eso y me envía con la tranquilidad que da saber que la granizada ya ha pasado y que ahora arruinará otras cosechas, pero la tuya ya no podrá echarse a perder más. Siempre es agradable comprobar que las cosas malas le están pasando a otro, porque así es menos probable que también te pasen a ti.
Tengo todavía menos problemas para entrar en las celdas, también he sido yo quién ha traído a la mayoría de residentes. El último hace pocos años.
Llamo a la puerta con educación antes de permitir que el carcelero me abra. Rápidamente vuelve a cerrar nada más entrar yo. La gente no se siente muy cómoda con ninguno de los prisioneros, especialmente con éste. Un anciano con birrete, de rasgos afilados y una barba blanca y deshilachada se esmera dibujando un pentagrama en una mesa llena de papeles a la luz de una lámpara de aceite. Al oír el ruido de la puerta se descuelga el monóculo y me mira con desconfianza.

-          El heraldo de las malas noticias ha vuelto. ¿El Apocalipsis es inminente o tan solo el mío?- Me pregunta con curiosidad.
-          Nada tan grave como eso, solo el futuro del reino, poca cosa comparado con lo que nos jugamos a menudo.- Le miento sin inmutarme.
-          ¿El futuro del reino? ¿Del mismo reino que, a pesar de devolver la vida de la joven reina, me metió en esta celda?
-          Isaac. Sabes tan bien como yo que la reina estaba muerta y que fue otra cosa lo que trajiste. Mi intención era tan solo constatar que fue un error y nada premeditado antes de liberarte.
-          La historia de mi vida. Todas mis buenas acciones se ven castigadas. Y, por cierto, ya no se me conoce como Isaac, eso ya pasó, ahora soy Joseph.
-          Isaac, Joseph, Samuel, Ashevero… Los muchos nombres del errante.
-          Es el castigo de Dios. Le negué un poco de agua al hijo que él mismo envió a crucificar, y lo hice por miedo a los romanos más que nada, y mi castigo es vagar por este valle de lágrimas eternamente.
-          Siempre he querido preguntarte, ¿de verdad fue solo por eso?
-          Bueno, eso y que me acostaba con María Magdalena. Pero sobe todo por mis ideas políticas sobre el estado judaico.
-          Eso te enseñará a respetar a la hija del enviado de dios
-          ¡Pero si todos lo hacían en Belén! ¡Corrían por ella más fluidos que por el acueducto! Era como la cabaña de Baba Yaga, tenía patas de gallo y era más grande por dentro que por fuera.
-          El reino necesita de nuevo tu ayuda. Y si puede ser mejor que la que le prestaste a Pedro I sería un detalle.
-          Si no llega a ser por las Campañas Blancas y Beltrán Du Guesclin, el bastardo del Trastámara nunca hubiera ganado. Perdí mucho dinero invertido por ello, más lo sentí yo.
-          Sea como fuere, este es el plan. Esta misma tarde serás liberado, prepara todo lo que necesites, consulta a la cábala, convoca la voz de los ángeles o lo que quieras y reúnete conmigo en el norte. Nos vamos a la guerra.
-          ¿Y después, seguiré libre o volveré aquí?
-          Libre. Te doy mi palabra. ¿Tenemos un trato?
-          Lo tenemos. Y creo además que sé cómo ayudarte, solo tengo que contactar con mi gente en Praga. Pienso retirarme allí tras todo esto. Es una zona mucho más tranquila.

Estoy seguro que Zumalacárregui ya ha hecho más aliados que yo, tendrá que bastar de momento. Ahora solo me queda pasar por casa y despedirme de Jacinta y preparar un ritual de guerra previo. Así que próxima parada, La Quinta del Sordo.