viernes, 12 de agosto de 2011

Tormentas en Forest City

Mi Smartphone insiste en decir que vivo en Forest City y que casi siempre hay tormentas con truenos. De algo tan grande tenía que salir un relatillo, este es solo el comienzo, luego no lo terminaré, como ninguno, pero al menos empiezo a escribir que ya hacía tiempo:


Cuatro o cinco tormentas rodean Ciudad Bosque, cercándola lentamente como las manos hábiles de un estrangulador que se quiere tomar su tiempo, o como el amante que coloca con suavidad el collar de perlas preciosas en el cuello de su amada queriendo retrasar el momento en el que las yemas de sus dedos dejarán de sentir la piel suave y perfumada de su cuello.
Ya no había bosques en Ciudad Bosque, tan sólo una placa de sílice que proyectaba a las alturas un perpetuo holograma de un castaño cuyas largas ramas se mecían al compás del viento de los ceros y uno que vivían en sus raíces. Como por las noches los traficantes de chips de recuerdos, de implantes sexuales y de drogas de Saturno hacían sus negocios bajo las gruesas ramas transparentes, se conocía a la zona como el bosque de los malhechores, recordando los tiempos en los que la justicia del rey colgaba de los gruesos ramajes de castaños sólidos y reales a los falsificadores de moneda y a los proxenetas. Por algún motivo eran los peores crímenes para su majestad.
Antaño, las tormentas que descendían hasta el valle de Ciudad Bosque se traían de recuerdo fragancias de otros valles, de hojas de arce, de tomillo, de orégano salvaje, de salvia fresca y de resina jugosa, junto con las gotas de lluvia que se formaron en nubes que nacieron en zonas más felices. Ahora sólo traían el olor de neumáticos quemados, de basura poderosa y de los bloques de hormigón rugoso que ocupaban el lugar de las hayas y los alcornoques.
Cuando las tres lunas coincidían en el cielo, hasta los esqueletos de los ajusticiados sonreían con satisfacción y el corazón de los hombres y mujeres se agitaba como unas dulzainas de madera nueva, salían de sus casas hasta el lindero del bosque más profundo y cantaban la alegría de la vida a los árboles, quienes seguían el ritmo con las ramas, haciendo que la luz de la luna variara en matices e intensidad como en un calidoscopio celestial.
Ahora las tres lunas eran tres fábricas de minas espaciales, preservativos de látex con estrías y contenedores de residuos nucleares. La civilización había llegado al planeta de Ciudad Bosque.
Los truenos marcaban su avance cadencioso, aplausos sonoros de gigantes, carcajadas de los dioses locos en las bóvedas celestes, grandes rocas deslizándose por los acantilados más profundos de las simas marcianas. Si hubiera habido árboles en Ciudad Bosque se habrían retirado despacio a las profundidades de su bosque, al corazón de la maleza, para sentirse más protegidos bajo las ramas de los árboles más viejos y sabios. Ahora, el castaño digital parpadeo tres veces, cada vez durante más tiempo que la anterior y desapareció dejando a la placa de sílice que lo proyectaba sola bajo la lluvia y haciendo que los negocios que realizaban los delincuentes perdieran su eléctrica luminosidad.
Las tormentas se estaban uniendo, compartiendo noticias de las borrascas de procedencia, criticando a los anticiclones, comentando lo oscuro y negro que estaba el interior de cada una de sus nubes, alabando los rayos dorados de las demás y preparando planes de guerra. Ciudad Bosque iba a caer entre los truenos, el agua y la luz de miles de relámpagos. La civilización no iba a poder con esta tormenta, esta vez no, parecían decir en su movimiento de pinza contra la ciudad que antaño tuvo un bosque.

domingo, 7 de agosto de 2011

Exorcismos

Y como sigo con sequía creativa tanto para la escritura literarea como para el trabajo del doctorado, seguremos subiendo las antiguas tiras de humor ateo de tiempos más inspirados.