domingo, 29 de mayo de 2011

Revolución sexual (II)


Si estás leyendo esto, o escuchando, o te lo estás inyectando, o descargándotelo directamente a tu corteza de asociación frontal o como quiera que sea el sistema de transmisión de la información que se utilice en esos momento tuyos, y si en tu época, por el motivo que sea, se ha producido un revival de los tiempos previos a la segunda revolución sexual, tal vez te estés preguntando algunas cosas. ¿Dónde está el amor?, podrías preguntarte, ¿qué se ha hecho con el pudor?, te cuestionarás del mismo modo. Pues bien, si has mantenido la atención verás que no hay ninguna contradicción en los términos, ¿dejas de amar porque necesites comer?, ¿si respiras sin que tu amada esté presente consideras que eres infiel? El sexo es una necesidad, que en estos tiempos, se ha logrado solventar del todo. Evidentemente, como a lo largo de la historia de la humanidad, esta satisfacción de las necesidades está sujeta a quien pueda pagárselo. Aunque, no es menos cierto que no escasean precisamente los albergues sexuales para pobres de solemnidad, al igual que se les alimenta, se les permite lavarse y dormir bajo techo, también se les concede que no duerman solos.
Lo cual me lleva a la parte principal de mi discurso, ¿pensabas que nunca iba a llegar, que tan sólo era una apología de una época mórbida y decadente? Nada más lejos de mi intención, no puedo estar a favor de una sociedad que utiliza unas condenas tan desproporcionadas. Sí, soy un condenado, y esto es el equivalente distópico y posmoderno de la balada de la prisión de Reading.
¡Qué época dorada!, no había problema que no pudiera arreglar un buen polvo, nos aferrábamos al sexo como a una taza de café humeante, apretábamos la taza con ambas manos para sentir de nuevo la circulación en las palmas ateridas, aspirábamos su profundo olor salvaje, nos deleitábamos con la profecía de su dulce sabor amargo y finalmente lo bebíamos sin que nos importara lo más mínimo el resto de sucesos alrededor del mundo. Por si te has perdido en la analogía, quería expresar que en una simple y llana taza de café, no era la única finalidad el ingerirlo sin más, pues nos ocurría de igual manera en el sexo, este era mucho más que la suma de sus factores, no era sólo la excitación, ni el sabor salado del sudor de la base del cuello, no era simplemente una suavidad divina entre los muslos, ni se podía reducir a una danza de lenguas entrelazadas, ni a una sincronicidad casi robótica entre las caderas y los latidos de los corazones, tampoco se trataba nada más que de un olor primigenio y poderoso, como tampoco era nada más que una mirada dilatada de pupilas perdidas o unos arañazos ligeros en la espalda, era más que un mordisco perdido y fugaz en cualquier parte o que unas caricias espontáneas y al mismo tiempo calculadas con precisión algorítmica... El sexo contenía todo eso y todavía mucho más que todo eso junto. El sexo era vida y muerte, nacimientos y entierros, paz en el alma, dolor en los músculos, contracción, relajación, corazones que estallan y se repliegan, música estridente y baladas cantadas a capella con voces de satén y de cuero usado ¿Por qué hablo en pasado?, ¿se terminó el lucrativo negocio del sexo en mi época? te puedes preguntar. Pues depende, no es por ponerme solipsista, pero ¿has oído hablar, o has leído sobre la teoría filosófica que mantiene que el fin del mundo ocurrirá en el preciso instante de tu muerte? Si ha sido así me alegro, entonces entenderás que, en lo que a mí respecta, el sexo ha terminado.
La sociedad en la que viví, si me estás leyendo en el futuro, o en la que vivimos si ha pasado menos tiempo entre las fases de la comunicación, era o es (y espero que me perdones, pero a partir de este momento utilizaré sólo el pasado, perderé en rigor histórico tal vez, pero lo ganaré en claridad expositiva) totalmente humanitaria a pesar de lo que puedas pensar. La pena de muerte era algo que ni las civilizaciones más bárbaras y atrasadas utilizaban ya como medida disuasoria, la privación de libertad dejó de tener sentido una vez que con un sencillo injerto previo en los lóbulos temporales uno podía imaginar que estaba en una soleada playa de aguas cristalinas en lugar de una esterilizada celda individual y las drogas que modificaban la conducta significaban un gasto considerable a los estados que debían proporcionarlas periódicamente a los criminales. ¿Cuál era la solución?, ¿cuál sería una medida humana, barata y que lejos de imposibilitar la vida laboral cotidiana del condenado además le motivara para que no volviese a cometer tales actos una vez que su condena terminara? Efectivamente, astuto interlocutor. La privación de sexo.
La privación de sexo era una técnica cuyo procedimiento no había trascendido, hoy por hoy todavía no se sabe cómo narices se realizaba, pero funcionaba. Al criminal se le dormía y al despertar, la posibilidad de echar un polvo desaparecía como la bruma en un mediodía en el que el sol ha llegado tarde, sin prisas, pero ha llegado al final y para quedarse. No se trataba de drogas, porque no volvían a administrarte nada más, no parecía que fuera cuestión de una intervención quirúrgica invasora o peligrosa, ya que, que se supiese, nadie había muerto en el proceso y, por si fuera poco, todos los intentos de volver al estado pre-condena tanto con hipnosis como con técnicas conductistas se demostraron como fracasos absolutos. Los condenados no volvían a tener sexo durante todo el tiempo que durase la condena, la que podría oscilar entre unos meses o de por vida. Y, sin embargo, al terminar ésta, podrían volver a su vida cotidiana como quien despierta de un mal sueño. De este modo se aseguraban que se cumpliera la pena de la manera menos problemática posible y que se aceptara con resignación, ya que así al final del túnel volvería a aparecer la intensa luz de unos ojos brillando en medio de un orgasmo o de las gotas de sudor perlando una piel pálida. Nadie quería que se le fueran añadiendo años a la condena por mala conducta.

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