domingo, 5 de abril de 2020

¡VIVA LA QUINCE BRIGADA!


  Hace menos de diez minutos que has dejado de respirar. Y tan solo once desde que dejaste de sonreír. Estabas más atenta de rebajar mi preocupación que de los agujeros de hiperláser que te habían atravesado el pecho y por los que todo lo que habías sido y lo que llegarías a ser se estaba marchando sin ni siquiera sentir la necesidad de mirar una sola vez hacia atrás.
“¡Adelante!” era la única orden que los suboficiales fueron capaces de construir, una vez que ese pulso electromagnético orbital convirtió  todas las telecomunicaciones en algo que, en nuestro tiempo relativo, ya nos parecía una práctica ancestral y olvidada, algo que hacían los shamanes en los tiempos más pretéritos sin repercusión alguna en nuestro presente. “¡Adelante, tomad la colina!”. Era una orden sencilla, fruto de la idea de  que así cualquiera, aunque careciera de un mínimo de formación militar, podría entenderla de inmediato. Ese fue siempre el problema en esta guerra, que los ideales elevados, las buenas intenciones, las consignas y las fervorosas canciones revolucionarias se estrellaron irremediablemente contra el muro de la formación militar más elemental y la superioridad técnica.  Las Brigadas Interplanetarias, aquellas que se unieron soñando con cruzar en fraternidad el Sistema Solar y con que salvarían a Marte de la opresión ultraliberalista, carecíamos por completo de ambas.

¡Hasta los litiolivos están sangrando!” Oí decir a alguien a mis espaldas entre el monzón de láseres que se había desencadenado, la cornucopia de ocres piedras marcianas reventadas, los incesantes gritos agónicos y la sangre hirviendo al cauterizarse nada más salir pulverizada de las aberturas de los cuerpos que las viejas armaduras enviadas por  la comuna anarco-sindicalista de Plutón, reliquias de su revolución, no podían evitar.
La Quince brigada estaba siendo dispersada a lo largo de toda la cuenca Argyre por un enemigo que sabía muy bien lo que hacía. Previamente los bombarderos de la Legión Roc procedentes del tercer Imperio de Saturno habían arrasado con los asentamientos civiles de colonos que tendrían que proporcionarnos combustible y avituallamiento. Más adelante las posiciones estratégicas en lo alto de las colinas fueron tomadas con eficiencia impecable, mientras que las asambleas libres en nuestro bando se dedicaban a discutir sobre la manera más justa de colectivizar las granjas hidropónicas que se iban a liberar a buen seguro. Y ahora, los disparos efectuados desde las posiciones aventajadas estaban causando el número máximo de bajas previstas.  Cuando nos alistamos en las brigadas no estábamos pensando en que podría llegar a ocurrir esto.

Aunque seguro que no se te escapaba que si había un motivo para que yo me alistara, ese eras solamente tú. Primero comencé acompañándote a esas reuniones clandestinas que se celebraban de madrugada en los garitos de realidad virtual de código libre, donde se leían fragmentos de libros editados de nuevo en papel, con la tinta todavía fresca de las imprentas asociacionistas neokraussianas. Se leían en voz alta con sentimiento para nada fingido, se asentía casi con total unanimidad a cada párrafo, se aplaudía en los fragmentos más impactantes y al finalizar, los folletos con los extractos de esos fragmentos se repartían para que de ese modo la fuerza de los memes que se estaban engordando allí con el pienso consistente del intelecto y adecentando con los elaborados perfumes de la ilusión no decayesen. No  nos quedamos en eso, como otros muchos activistas de salón y de fin de semana, nosotros fuimos escalando por la ladera de mayor escarpe la montaña revolucionaria y asistiendo así más tarde a las asambleas selectas, donde los representantes de los neosoviets de las comunas de cada planeta nos hablaban de cómo sería la vida en un Sistema Solar hermanado y libre. Casi sin darnos cuenta saltamos a las escasas y poco eficaces semanas de instrucción en los campamentos anarquistas del cinturón de asteroides de Kuiper y, finalmente, como en un cambio de plano de las películas antiguas que fuera un prodigio de síntesis,  firmamos de manera definitiva nuestro compromiso con las ilusionadas Brigadas Interplanetarias.

Cuando nos embarcamos en nuestra nave de transporte, La Buenaventura Durruti,  viniésemos de donde viniésemos estábamos todos unidos. Y procedíamos de todo el Sistema, de las utopías postfeministas de las lunas de Júpiter, también desde los tecnofalansterios neptunianos, de las minas calvinocatólicas de carbodendrita excavadas en Mercurio y hasta de los ranchos nómadas de holodelfines guía de las tormentosas nubes de Venus. Entre todos nosotros podían contarse prácticamente todas las profesiones y aficiones imaginables, a nuestro lado, enganchados con correas de sujeción a la pared y sentados en el mismo banco teníamos a proletarios virtuales de los cubículos de farmeo para los juegos en línea con más usuarios, xenoarqueólogos dispuestos a ver en las antiguas ruinas marcianas restos que demostraran la existencia de sociedades colectivizadas pre-humanas, había periodistas y blogeros de la temática que quisieras pedir,  nos acompañaban también psicólogos de inteligencias artificiales, recolectores de caucho lunar,  politólogos expertos en la burocracia interna de todos y cada uno de los partidos galácticos, estudiantes universitarios miembros de todo tipo de asociaciones…  Éramos jóvenes cuyos ideales nos impulsaban de manera incesante como el viento solar, post-adolescentes para los que la guerra hasta el momento no había sido otra cosa que un juego en red con el que pasar horas y horas de tu vida mientras se engullían litros de bebidas energéticas que la acortarían considerablemente. Era la causa lo que nos unía. Causa con mayúsculas. Esa causa que en nuestra ilusión compartida brillaba pura, como las promesas de los amantes cuando tras hacer el amor se abrazan mientras los sudores de ambos cuerpos se enfrían al unísono o las de los comerciales de las megacorporaciones tratando de vender hiperacciones a un mercado bursátil que va camino de su quinta recesión semanal. Todo iba a salir bien porque tenía que salir bien. Nos lo habíamos prometido a nosotros mismos.

Pero la causa no protege a nadie de bombardeos, no te ofrece cobertura frente a hiperláseres o te sirve de gran cosa ante la falta del material bélico que hubiera sido necesario hasta para unas maniobras de fin de semana. Nuestros fusiles láseres antiguos fallaban en su calibración y cuando se calentaban, tras unos pocos disparos, emitían un fulgor naranja a través de su rendija de ventilación que podía divisarse hasta desde lo alto del Mons Olympus. Nuestros “naranjeros” eran unas armas que hubieran desechado por inútiles hasta los piratas de la chatarra más ruines. Pero no teníamos otras y pensábamos que si la causa era justa el universo conspiraría para que la consiguiéramos.  No, lo pensábamos de verdad. Éramos idiotas.
No es que yo no creyera en la causa, cierto es que no se me hinchaba el pecho cuando oía a los vocales del ateneo dar los discursos y esas arengas tan ensayadas en su lirismo y plagiadas todas de Shakespeare; tampoco era que sintiera como las lágrimas se me agarraban con uñas y dientes a los lacrimales luchando por no caer cuando se cantaban los himnos revolucionarios, como sí veía que ocurría a nuestro alrededor. Pero a pesar de todo sí que la consideraba una causa justa. Marte había sido la cuna de la libertad, el primer planeta del Sistema Solar terraformado, y el proceso fue tan duro que todo lo que había allí tenía que ser por necesidad de todos. Decían que el trigo marciano era todavía trigo y que allí todo hombre tenía una mano para cuando la necesitaras. Que hace unos años la privatización hubiera terminado con todas las granjas colectivas y las comunas de artistas ya era algo malo. Que un contingente militar marciano hubiera tomado el planeta en nombre del gobierno corporativo solar porque las elecciones no cumplían con sus requisitos de sufragio censitario había sido el desencadenante final. ¡Claro que la causa era justa! Los militares no iban a llegar a la capital San Ray, las brigadas voluntarias y la milicia civil de Marte no les iban a dejar pasar.

Aunque no es menos cierto que hubiera creído en cualquier causa que tú hubieras defendido. Solo quería estar contigo, poder paladear el suave manjar lleno de matices de tu compañía, saber que podía estar atendiendo a cualquier otro estímulo y que al girar la cabeza seguirías ahí, lo más brillante y hermoso que existiría en unidades astronómicas de distancia. Soñaba con poder estar horas seguidas junto a ti hablando de cualquier cosa y viendo esa sonrisa que dejó de existir hace menos de un cuarto de hora. Esa sonrisa que me levantaba de un tirón cada vez que la vida en las brigadas era más complicada de lo que imaginábamos. Literalmente hubiera muerto sin ti y sin esa sonrisa. Y seguramente lo haga. Ya no tengo esperanzas en poder pasar una rotación marciana más.
Decir que me gustaría que estuvieras aquí no hace justicia a lo que siento. Sería como llamar trozo de piedra a un diamante o decir que en el big bang se generó un poquito de energía. Si ahora estuvieras aquí no estaría llorando parapetado tras los cadáveres de unos flamencos rosas de granja, seguramente ya le hubieras dado una colleja al comisario y te hubieras encargado de organizar una retirada ordenada para después, en el campamento, brindar con todos a los que habrías salvado la vida en esa jornada y así se hubiese vuelto a inflamar la llama de la causa en todos nosotros. Tal vez no hubieras salvado a Marte tú sola, pero seguramente a mí sí.

Pero ahora serás tan solo un sedimento más del planeta rojo, un nutriente añadido de unos litiolivos que ojala alguna vez dejen de sangrar. Tu recuerdo terminará siendo un nombre agregado a una lista de caídos que se cantará durante décadas cuando el alcohol y la nostalgia tomen los mandos de los viejos guerrilleros demasiado cansados para pilotar ellos solos su cabeza por esa noche, pero que quedará reducido al final a un simple efecto fonético que tiene que encajarse en una estrofa. La canción no dirá nada de la manera tan encantadora que tenías de morderte una uña mientras estabas pensando, o la cara de fastidio que ponías, como si tus ojos intentaran huir abochornados, delante de aquel que osara decir una tontería; tampoco mencionaría el maravilloso sonido de tu risa o como un olor tan simple como el linimento para el dolor de rodilla, olía distinto en ti. ¿Ves? Si estuvieras aquí ya me habrías levantado y no me hubieras dejado hundirme en este mar helado del dolor de tu ausencia.

Adelante, hay que seguir para tomar la colina. ¡Viva la quince brigada!”. Me parece que alguien ha dicho, me levanto sin pensarlo entre plumas rosas manchadas de sangre, ya no me importa la causa, ni la liberación de Marte, ni nada. Solo sé que soy quien tiene que almacenar tu recuerdo y voy a hacer todo lo posible para vivir ya que llevo en mi cabeza lo más valioso del Universo, la carga más preciada que nunca ha existido, más que cualquier ideal o doctrina igualitaria, te llevo a ti y depende de mí que eso no se pierda. Pero ojala estuvieras aquí conmigo.

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