miércoles, 12 de febrero de 2014

Espartero exterminador de monstruos. Capítulo 9.

Pues nada, vamos con el noveno capítulo de Espartero. En éste me he atascado un poco y no me convence del todo el cierre, pero es que o lo medio terminaba o me quedaba sin seguir adelante. A ver qué os va pareciendo.



CAPÍTULO 9: EL HOMBRE DE NEGRO.
Las tres brujas, anciana, madre y niña, realizan para mis ojos el espectáculo exacto que cualquiera hubiera esperado y temido. Actúan exclusivamente para complacer a su audiencia y por lo tanto no escatiman en ningún tópico, ni reparan en efectismos. Todo aquello que uno hubiera creído conocer sobre las brujas ahí aparecía. Así como cada pequeño elemento que la imaginación hubiera ido conjurando a lo largo de los años, tras la escucha de cientos de sermones airados, de vívidos cotilleos susurrados por viejas vecinas en torno a un brasero, las terribles imágenes fruto de noches enteras sin dormir por culpa haber oído macabros cuentos infantiles donde los niños se asaban vivos en hornos de leña y a las doncellas les era arrancado su corazón... Todo eso subyace en la escena reproducida delante de mío, con la eficiencia que proporciona la repetición. La misma esencia de la brujería flota ante mis ojos y toma forma mientras tres mujeres desnudas, con su piel cubierta de barro y sus cabezas coronadas por diademas de laurel, remueven con un fémur humano el humeante brebaje de un abollado caldero que burbujea encima de una hoguera, cuyas llamas juegan a alargar las sombras proyectadas en la pared del abrigo rocoso que hacía lo que podía para guarecernos de la nieve.  Las sombras y las mujeres parecían moverse sin embargo de manera independiente, a veces repetían el movimiento algo más tarde, otras lo anticipaban y, en el peor de los casos, realizaban acciones sin nada en común. Seguramente los vapores que emanaban del caldero tenían mucho que ver.
-          Esto es solo una pequeña muestra de nuestro poder para que sirva de demostración, no es un aquelarre, los hombres no pueden participar en un aquelarre -. Musita la madre a la par que con su dedo dibuja espirales en el barro que cubre uno de sus pechos.
-          Podrías, pero para eso deberíamos castrarte antes. ¡CHAS! -. Grita la anciana de repente mientras con sus ensarmentados dedos índice y anular reproducía unas tijeras.
-          Madre te castraría encantada -. Comentó la niña- Después de utilizarte para su disfrute, claro.
Cualquier pueblerino estaría aterrado y excitado a partes iguales, ese es el poder de las brujas, lograr que tus sentimientos y emociones se tropiecen entre ellas y mientras caes de bruces al suelo pueden hacer lo que quieran ante tus ojos sin que te des cuenta de ello.
-          Sin embargo los aquelarres los dirige muchas veces un hombre, ¿verdad? ¿No os visita el hombre de negro y os da su conformidad? -. Pregunto tratando de sonar ingenuo, pero no creo que lo haya conseguido.
-          No necesitamos su conformidad, ni su dirección. El hombre de negro viene cuando le llamamos, es él el que acude a nuestro ritual, no nosotras al suyo -. Apostilla la madre dejando que un atisbo de enfado se entrevea en su ceño fruncido. Decido ver si puedo hacer algo por aumentarlo para ser yo quien tenga el timón en el encuentro. Tanto en una discusión, como en la guerra si te enfadas pierdes.
-          ¿Y lo de besar el culo de un macho cabrío? ¿Tiene que ser un macho también, no vale con una cabra, es que son peores para los aquelarres?
-          La verdad es que nunca se nos ha ocurrido besarle nada a un macho cabrío -. Comenta muy calmada la niña, de una manera tal que por momentos ella parece la más anciana y sabia de las tres -. ¿Para qué íbamos a querer hacer eso?
-          Mi acompañante, el padre Fago, ese cura tan pesado que hemos dejado en el camino de abajo, el que va a todas partes cargado con su escopeta y unas cartucheras, diría que por pura maldad y devoción al maligno.
-          Señor Zumalacárregui…-. Me suspira la madre con aire de una amante defraudada usando tan solo un mohín y una caída conjunta de hombros y pestañas, pero lo hace de una manera tan sensual que si fuera otro me darían ganas de arrodillarme a sus pies y suplicar su perdón –. Pensaba que usted, entre todos los carlistas, sabía de lo que hablaba.
-          Y lo sé, pero si vosotras jugáis conmigo y me tomáis por un labriego ingenuo, ¡qué desconsiderado por mi parte sería no seguiros la actuación!
-          Y le estamos muy agradecidas – Tercia la cría –. Pero, ya que nos hemos tomado tantas molestias para nada… ¿Sería tan amable entonces de bajar y subir de nuevo con el padre o con cualquier otro de su ejército para atemorizar así al menos a alguien? Nos ha costado mucho subir hasta aquí el caldero y preparar el escenario para desaprovecharlo todo en un momento. La reputación lo es todo para brujas y generales.
-          Por supuesto, mis señoras, denlo por hecho –. Termino con una reverencia mientras tengo por seguro que lo que quieren es tiempo para hablar entre ellas porque las he pillado con el paso cambiado. No pasa nada, a mí también me vendrá bien la pausa.

Al dejar la hoguera en lo alto de la colina a mis espaldas y como esta noche es realmente oscura, me cuesta bastantes tropiezos descender por el camino hasta llegar el pequeño claro de olmos donde un reducido grupo de los míos me esperan. Como de costumbre, el padre Fago sigue hablando de estrategias militares peregrinas y de mandar al infierno a los descreídos, llorando vivamente por no tener balas suficientes para fusilar  todos los que se lo merecerían. Tal y como se desarrolla el monólogo, da la sensación de que ha estado hablando sin parar desde que subí yo solo al abrigo de las brujas hace más de una hora.
-          Mi señor – Saluda marcialmente el cura guerrillero – Les estaba contando a estos señores…
-          Lo sé, la lástima que es no disponer de suficientes balas habiendo tantos fusilables como hay en estos días. ¡Desperdicio de frontones, con todos los que hay por estas tierras!
-          ¿Lo ven? – Se gira hacia el grupo que suspiraba aliviado pensando en que mi respuesta le habría cortado. Ingenuos…-. Nuestro general me da la razón.
-          El caso es que nuestras amigas de las montañas quieren hablar con más gente antes de ofrecernos su ayuda -. Zanjo -. En el norte son mucho más afines a discutir las cosas en comunidad, lo prefieren con mucho a dejar que solo los líderes digan lo que quieran representando a todo el mundo. Padre, ¿Querrá acompañarme junto con dos de mis capitanes?
-          Por supuesto, mi general… Pero… Es que… -. Se trastabilla sin atreverse a continuar.
-          Prosiga, mi buen padre Fago. ¿Qué le ronda por la cabeza? -. Le pregunto amablemente mientras le rodeo con el brazo el cuello sabiendo que para él este gesto de camaradería entre ambos vale más que todas las riquezas del Vaticano.
-          Es que no sé la razón de aliarnos con las adoradoras del maligno, mi general. Estas brujas deberían arder en la hoguera como anticipo de las llamas del infierno que les espera.
-          ¡Para que adelantar acontecimientos entonces! ¡Ya tendrán tiempo de arder! -. Río palmeándole el hombro y desmontándole su hieratismo -. Ellas serán el enemigo justo después de que nuestro Rey Don Carlos se siente en el legítimo trono, descuide. Además, no nos valdremos de sus artes oscuras, eso jamás se me ocurriría, tan solo pretendemos que nuestra causa sea simpática por las zonas más agrestes del Norte. Solo con el mero hecho de haber venido aquí a tratar con ellas ya hemos hecho muchos amigos en cuanto se ha sabido, porque me he asegurado que haya corrido la noticia. Apóyese en su fe y nada tema.

Cuando subí por primera vez era una tarde luminosa, así que podía ver sin problemas, por eso al bajar, ya de noche, y al habérseme olvidado portar un farol, me golpeé repetidas veces los dedos de los pies con raíces y piedras. Ahora cada uno de los cuatro valientes, dos de mis capitanes, el padre y yo, llevamos nuestra fuente de luz individual y formamos pequeñas islas de luz, separadas por la oscuridad y los remolinos de nieve que tratan de separarnos y hacer que caigamos por la abrupta ladera de la colina. En una ocasión casi lo hago, y si no fuera porque conseguí agarrarme a una rama hubiera rodado barranco abajo. Tras el susto tratamos de que no se repita caminando algo más juntos y conversando, pero seguimos sin vernos y  nuestras voces aún suenan reverenciales y oprimidas bajo la bóveda del templo natural que forman las ramas de los árboles. Tengo que comprobarlo en cuanto la luz me lo permita, pero creo que he podido ir perdiendo cosas de los bolsillos por haberme enganchado en los arbustos y las zarzas de montaña o cuando apunto estuve de despeñarme.
-          Entonces ¿no es cierto que las brujas vuelen montadas en una escoba? -. Pregunta el padre Fago y, aunque no le distingo del todo en la penumbra, casi puedo adivinar como mira supersticiosamente a un lado y a otro, arriba y abajo antes de hacerlo.
-          ¿Para que iba a nadie a elegir un palo de escoba como un sitio en el que volar? Si al menos fuese una alfombra o un sofá…-. Contesto -. No, no vuelan en escoba. Lo que hacen con el palo de escoba es emplearlo para untarse en la piel bálsamos y ungüentos que hacen que experimenten extrañas sensaciones, de tal modo que sienten como si volaran, pero nada más.
Y continúa con la retahíla de  preguntas durante todo el trecho, pero según avanzamos y la hoguera comienza a brillar con más fuerza al hacerse más cercana, su voz va disminuyendo, hasta cesar del todo. Las tres brujas se recortan detrás del caldero y se mueven como si no estuviéramos o como si no les importara lo más mínimo nuestra presencia, como si su ritual fuera una riada de un río del norte y nosotros unos grillos sentados en unos juncos de la orilla, que seríamos arrastrados sin consideración y sin que las aguas notasen nuestra existencia.

Tardo bastante en darme cuenta de que mis acompañantes no es que se hayan quedado mudos por la emoción y que no se atrevan a moverse. Es que no se mueven. Nada. Se han quedado congelados, algunos a medio paso, con una pierna ligeramente levantada y el padre Fago tratando de girar hacia atrás la cabeza en un gesto de horror. En la pared del abrigo a las tres sombras de las brujas se ha sumado una más. La sombra de un hombre alto, una sombra más negra que las otras.
-          Bueno, está bien, como verá, no solo realizamos teatrillos, también tenemos poder -. Sentencia la madre -. Nos daba la sensación de que necesitaba una demostración. El nazareno prefería que los suyos se convencieran por la fe, pero a nosotros no nos importa mostrar nuestras capacidades. Usa lo que tienes, es el poder que te da la tierra.
-          No me cabía duda de que eran harto poderosas -. Digo mientras trato de mirar, con mucho cuidado detrás de mí para ver si consigo divisar un rastro del hombre que proyecta la sombra, aunque sé que no lo veré. -. Y una vez confirmado. ¿Hablamos de negocios?
-          La pregunta que nos ronda es ¿Por qué debemos aliarnos con los carlistas si son ellos nuestros principales enemigos? Apoyan la inquisición, la quema de brujas y la construcción de ermitas por toda la montaña. -. Pregunta inmediatamente.
-          Porque la triste realidad que ocurrirá si perdemos es que los cristinos os quitarán todo vuestro poder. Vuestra fuerza está en lo desconocido, en controlar a los aldeanos desde las sombras, en que seáis unas leyendas y unos relatos terroríficos, en que las jóvenes se pregunten cómo debe ser bailar desnudas alrededor de un fuego y los mozos se planteen tratar con mucho más respeto a una joven que se sabe suele visitar a su tía abuela en su cabaña de la montaña. El mal de ojo susurrado golpea con más fuerza que cualquier amenaza con un rifle.  Prohibidas sois algo a lo que temer y a lo que envidiar. Si no terminaríais siendo algo parecido a un club de costureras de ciudad de provincias -. Y procuro que tanto “ciudad” como “provincias” riñan entre ellas para ver qué término es más peyorativo.
-          Creo que nuestro querido Zumalacárregui nos ha dado un motivo más que aceptable para que le apoyemos. ¿No creen ustedes?, ¿madre?, ¿abuela? -. Pregunta la niña con una sonrisa de agrado. -. A mí me ha convencido.
-          No le falta razón.-. Asevera la abuela aunque mueve la cabeza de lado a lado como si no estuviese muy convencida.-. Aunque sigo pensando que ha venido a vernos de igual a igual y que desde luego no es un igual nuestro. Eso no es repstesuoso.
-          Desde luego.-. Afirma la madre, quien, por primera vez en el espectáculo, deja de estar en línea con las otras dos brujas y avanza hacia a mí con un brazo extendido, de tal manera que casi puedo oler su acre sudor debajo del barro y a sentir la fuerza y el poder que se desprende de entre sus ingles. No puedo evitar pensar en pecar repetida y salvajemente contra el noveno mandamiento- ¿No creéis que necesita un pequeño castigo? ¿Qué matemos, tal vez, a uno de los suyos para que le sirva de recuerdo y que así la próxima vez que nos pida algo sea más sumiso?
-          Debo disentir con firmeza. Ninguno de mis seis acompañantes será dañado esta noche. Eso no ocurrirá, lo lamento.
-          ¿Seis? -. Ríe la vieja golpeando el caldero con el puño como si fuera una mesa de taberna y hubiese escuchado un chiste verde especialmente jugoso.-. ¿Ya no os enseñan a contar en las escuelas de las ciudades? Sus acompañantes son tres, no seis.
-          Abuela…-. Tartamudea la niña. Se ha dado cuenta.
-          Sé contar. Y también se me da bien hacer teatro, de joven interpretaba autos sacramentales en la iglesia de mi pueblo. -. Digo mientras detrás de mí, tres grandes murciélagos se convierten en tres bellas y pálidas mujeres, las tres enviadas por el conde. Y han debido ensayarlo con él bastante a menudo porque el tempo es perfecto.
-          Bien jugado. – Reconoce la madre mientras retrocede y vuelve a situarse detrás del caldero.
-          Vuestra magia puede que funcione con mis amigas aquí presentes, pero seguramente que requiera la preparación que no habéis hecho. Por mi parte no ha pasado nada. Todo sigue igual, tenemos la alianza hecha y nos ayudaremos mutuamente en la guerra, sin rencores.-. Y contemplo, aliviado, como la sombra del hombre alto ha desaparecido. Ya solo quedan tres sombras en la pared y ahora sí parecen moverse al compás de los cuerpos que las proyectan.
-          Tenemos un pacto.- Dicen las tres al unísono, como si fuera una sola voz con tres tonos distintos.-. Retendremos a Espartero y su ejército. Y a cambio solo os pediremos un pequeño sacrificio llegado el momento.
-          Siempre que sea de alguien del otro bando, concedido.

Cuando parecía que la conversación se había retirado la anciana vuelve a hablar, mientras saca de debajo del caldero un tarro de cristal grande con un contenido muy  desagradable.
-          Hemos oído lo que decía de las escobas y los ungüentos. ¿Desea un poco del bálsamo para volar? ¿El de verdad?
-          No, gracias. Sé cómo se hace.
-          No tiene por qué ser grasa de un bebé, basta con la de un lechoncito.
-          En Segovia tienen que volar casi todos, entonces.- Digo retirándome, sin mirar atrás, mientras las amigas del Conde cubren mis flancos como si fueran la guardia pretoriana. 

Al finalizar la noche, en el campamento, les cuento como fueron hechizados para que no se movieran, pero que conseguí, no sin esfuerzo, que les devolvieran a su estado. Como han estado paralizados no han visto actuar a las tres vampiras que me mandó el Conde para ayudarme, ni han oído nada del acuerdo. Mucho mejor. Si no fuera porque tengo la sensación de haber perdido algo importante en la montaña diría que he tenido suerte. De todos modos tengo otra sensación que me ronda por la cabeza y es que últimamente el número tres parece perseguirme, tres brujas, tres enviadas del conde y tengo la sensación que hay otra triada que se me ha escapado…

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