miércoles, 27 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos, capítulo 6

Con el sexto capítulo quiero terminar la primera parte, que se llamará algo así como "panderetas de guerra". Ya me pondré a revisarlos del todo, añadir alguna cosa que no esté clara y ver cómo se van terminando del todo. Y a ver si me planteo hacer algo serio con ello.
Pues eso, que vamos con ello:




CAPÍTULO 6: LA MÁS NEGRA DE LAS GUERRAS
Del río Manzanares, tan escueto y frugal que sería del gusto de los carlistas mucho más que los ríos del norte, se desenrosca imitando la cautela de una serpiente una espesa niebla con la aviesa intención de conocer a todos y cada uno de tus huesos en el sentido bíblico del término, y no abandonarlos ya aunque tú más adelante quieras pasar más tiempo con una agradable chimenea que los trata mejor. Y lo hace aprovechando la oscuridad de una noche nublada en las que las estrellas se han buscado las muy malditas, poniendo cualquier excusa, otra cosa mejor que hacer para no entorpecer el tétrico escenario y dejar que la negrura lo engulla todo hasta quedar ahíta. Unas huertas tristes y algo anegadas por la lluvia de toda la semana aguantan con esfuerzo el opresivo peso de esta noche tan cerrada, tanto que hasta los trolls de debajo del Puente de Segovia, con los que ya solo hablan los niños abandonados y quienes aspiran pegamento, han preferido atravesar el primer portal que han encontrado a Arcadia. Las pequeñas casas de los campesinos tampoco dejan percibir luz alguna en su interior, así que todos los elementos se han conjurado para que el negro se yerga triunfante en su pedestal esta noche; El efecto conseguido es que en varias leguas alrededor todo ser vivo contiene la respiración para proceder de inmediato a rezar o maldecir, según su carácter, anticipando el desastre venidero. Pero no todo el mérito le corresponde a la noche, ya que todo el paisaje espiritual del el país entero siente como una única criatura la amenaza y se encoge temeroso como los perros ante una tormenta inminente. Zumalacárregui y yo estamos removiendo demasiado las maderas podridas del edificio de la España oculta y las termitas ya comienzan a salir, entendiendo que su banquete terminará en breve de una forma o de otra.

La Quinta del Sordo emerge como un pequeño islote de solidez en el mar cambiante y fluido de la noche, ni siquiera los voraces jirones de niebla consiguen desdibujar del todo sus trazos básicos, del mismo modo que la razón no cambia a un fundamentalista religioso aunque pueda parecerlo. A pesar de todo, un acercamiento mayor terminará por concluir que el edificio no es de tan buena construcción como pudiera parecer en un primer vistazo y los estragos del tiempo, y sobre todo del ahorro en materiales, empiezan ya a hacerse más que evidentes, en forma de vigas de madera hundidas, tejas que prefieren celebrar sus reuniones subversivas en el suelo, en vez de en el tejado y desconchones que aparecen por toda la fachada principal como si una vieja actriz de teatro se desmaquillara una vez que toda la platea se ha retirado y piensa que está sola en el camerino. 

Fue Godoy quien me habló por vez primera de este singular sitio, el lugar donde, antes de exiliarse a Burdeos, se retiró huyendo del mundo Francisco de Goya y en el que ya perdió del todo la cabeza y le dio por pintar en las paredes unos frescos que eran completamente aberrantes. Si consideramos que el término aberrante para Godoy era bastante laxo, tenía que contemplar las pinturas con mis propios ojos. Me impresionaron tanto o más que los grabados originales sobre los desastres de la guerra que ya había visto; Más todavía cuando entendí que Goya estaba encerrando en sus dibujos conceptos de una fuerza terrible, trazando en el papel o en los muros unas jaulas ontológicas para atenuar el impacto de tales conceptos en la realidad. La verdad es que lo hacía sin ser consciente, claro, llevado en parihuelas por los vapores de los barnices para la pintura y la mala combustión de su estufa, pero lo que cuenta al final para la magia es el resultado.  Como voy a necesitar empaparme de estos elementos antes de partir al norte, pensé que una inmersión nocturna en la Quinta era lo necesario. Espero que esta vez el espíritu del pintor no sea tan pesado como la fue la última vez, si no llega a ser porque le mentí diciéndole que fui yo quien exhumó su cadáver en Burdeos para conseguir la cabeza y que estaba en mi poder, esa noche las cosas pudieron ponerse mucho peores. Su cabeza, lo más seguro, as que acabase en el estudio de un frenólogo que no podía pagarse un esqueleto entero como los médicos de verdad.

Voy caminando despacio a lo largo de las tres plantas del edificio, ante cada pintura levanto mi farol y lo balanceo jugando con las sombras para que los dibujos se sumerjan en la nada o brillen a mi voluntad; ilumino a intervalos al aquelarre, a los combatientes a bastonazos, a toda una romería, a unos viejos comiendo sopas… Hasta que veo como otra fuente de luz compite a mis espaldas con mi farol y entiendo que el pintor ha regresado. Su imagen, pese a ser fantasmal, tiene bastante solidez y casi se puede admirar la calidad del fieltro de su sombrero negro rodeado de velas por toda su ala y se podría jurar que la cera caliente que cae goteando hasta llegar al suelo y dejar un blanco reguero es de verdad. Su rostro es inexpugnable ante cualquier intento de interpretar sus emociones, debido tanto a la penumbra como a unos ojos que dan la sensación de haber sido fabricados por un taxidermista ciego al que le dijeron cómo debían ser unos globos oculares, pero sin haber visto jamás ninguno. Un efecto aterrador más es el olor a aceite de linaza y a otros aglutinantes para el óleo que desprenden sus vestiduras y que flota de repente por toda la habitación, que hasta entonces solo contenía el olor más esperable de la humedad en el yeso.

-          ¿Vienes a ver mi obra o decirme dónde guardas mi cabeza? – Me pregunta casi al lado de mi oreja, rozando mi cuello con su ectoplasma, lo que hace que un escalofrío recorra todo mi esqueleto y se quede un rato más justo debajo del cráneo.
-          A ver su obra, maestro, la cabeza, como ya le dije, la enterraré con el resto de sus huesos a su debido tiempo.
-          ¿CÓMO?- Me grita mientras saca una trompetilla dorada de su faja y se la lleva a su oreja.
-          Francisco, en serio, eres un fantasma, cojones, ¡no puedes seguir siendo sordo! ¡Deja de hacer el tonto! Que pareces absolutista.
-          Es la costumbre, no hacía falta ponerse así.
-          No tienes muchas visitas, ¿verdad?
-          La gente, que le da por decir que el lugar está embrujado y que las pinturas son desasosegantes. ¿A ti te lo parecen?
-          Impactantes yo diría más bien – Le miento mientras delante de mis ojos, Saturno devora a uno de sus hijos aplaudido por el ir y venir de las velas del sombrero del fantasma de Goya. He visto pocas cosas más aterradoras en mi vida y eso que conozco un edificio en Madrid que tiene una habitación con una ventana interior que da al infierno.
-          En el más allá están empezando a proliferar las apuestas entre vuestro duelo mágico - Comenta como quien no quiere la cosa.- El general Espartero contra el general Zumalacárregui. La magia de la naturaleza y de nuestros ancestros contra la magia urbana y moderna. Todo es expectación más allá del éter. La verdad es que el carlismo o el liberalismo como ideologías políticas no le interesa a nadie.
-          ¿Y cómo van esas apuestas? Supongo que Tomás ya habrá pactado con algunos aquelarres y eso le estará dando ventaja, ¿no? – Inquiero sin atreverme a preguntarle sobre qué puede uno apostarse en la otra vida.
-          No solo por eso, aunque empezó con ventaja, sí. Pero, ¡amigo!, los objetos de la sala segura del Escorial también cotizan alto. Así que hay ahora una igualdad bastante seria entre los apostantes.
-          Pues ya sabes, si me ayudas un poco y apuestas por mí, el resultado irá a tu favor. – Trato de llevarle a mi terreno, sabiendo que no conseguiré nada, pero aun así hago el intento, como quien se agarra a un bote enemigo del que te acaban de arrojar al agua.
-          Eso no puede hacerse.- Me contesta patibulariamente.
-          ¡Serás el primer fantasma que lo hace!
-          Por eso, porque no soy el primero y sé lo que te pasa si lo haces.- Termina de zanjar, con tanta solemnidad que prefiero no presionarle más.
-          Bueno, pues tranquilo que no te pediré nada, tan solo me pasearé por tu antigua casa, contemplaré con calma y detenimiento tu obra maestra y si quieres te daré conversación, pero no exigiré nada más. ¿Te parece bien? – Trato de terciar.
-          Perfecto- Me dice mientras se lleva sus brazos a la espalda como si fuese a dar un paseo por el parque con un amigo en una agradable tarde de domingo.

 Sin embargo, el espectro del genio de la pintura es mucho mejor compañero de paseos que cualquier ser vivo, de hecho mejor porque no se le oye ni respirar. Camina con paso seguro, se detiene cuando yo lo hago y si le pregunto algún detalle concreto sobre una pintura en particular no se deshace en explicaciones floridas pero huecas como un suflé, de esas que tanto le gusta desflorar a los artistas entre sablazo y sablazo, sino que trata de ser lo más certero posible, por lo que toda la información que me proporciona me resulta del todo útil para mi propósito. Debo alimentarme de guerra, de negrura, debo saber que lo mismo es necesario devorar a mis soldados para continuar yo el avance y asegurarme de terminar el último en pie cuando los cañones se agoten y solo nos quede darnos de bastonazos en los páramos más olvidados de la meseta. Cuando estos conceptos atrapados por Goya en estas paredes me asalten y busquen acomodo en mi interior, podré desatarlos yo cuando no quede otra solución. Aunque tampoco debo excederme, un sorbo de buen brandy reconforta para las largas jornadas, pero si bebes la botella entera solo puede causarte daños irreparables. Y a efectos de las sensaciones físicas que provocan las pinturas negras no son brandy, sino más bien aguarrás.
Así que finalmente llego al cuadro del coloso, la figura imparable que aplasta todo a su paso.

-          Es el símbolo del absolutismo- Me dice lacónicamente.- El gigante que acabará ciegamente con todo sin darse cuenta de si pisa a amigos o a enemigos, porque no quiere otra cosa que no sea aplastarlo todo.
-          Lo sé, Francisco. – Precisamente por eso será la última pintura que veré, me llevaré, así, conmigo parte del concepto de absolutismo para entender su pensamiento y para abusar de él cuando me enfrente a sus portaestandartes.
-          Pues Godoy no lo captó. Dijo no sé qué de Gulliver o de los Titanes o qué sé yo. Y pensar que a mí me parecía un simbolismo bastante burdo y evidente…
-          Nuestro pecado es que comenzamos confiando mucho en la gente y de ahí solo podemos terminar en el extremo opuesto.- Le respondo mientras, instintivamente, le poso una mano el hombro como haría con un camarada, pero mi brazo le atraviesa y hace que su imagen se disperse un poco como las ondas en un estanque cuando los patos lo atraviesan. 

Tras eso la conexión de Goya con este plano parece perder fuerzas y ya cada vez es más difícil poder captar su imagen u oír del todo sus frases. Su ser se va alejando como el eco que rebota en los desfiladeros de montañas, cuando oyes el último retazo ya parece que la voz original había desaparecido hacía mucho. Sin embargo el olor a pintura y a la cera de las velas todavía persiste y se resiste a abandonar la casa.

Cuando me subo a Pollón y hago que empiece a trotar, la niebla ya sí ha conseguido engullir del todo al edificio, así que tengo la sensación de haber salido de una catástrofe a tiempo, antes de que el maelstrom arrastrara a mi barco a las profundidades abisales. Cuando galopa ganando velocidad y avanzamos un buen trecho trecho, la civilización parece haber surgido de la nada. Así que dejando atrás la ermita de San jerónimo, sigo pensando en la esencia del absolutismo como una fuerza imparable que, por definición  no puede ser detenida. Como mucho contrarrestada, pero… ¿Cómo hago para encontrar un concepto que equivalga a un objeto inamovible?

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