CAPÍTULO
4: EL DESCANSO DEL GUERRERO
Otra criada más que se despide sin
esperar siquiera a que le pague lo atrasado. A pesar de que está más que
recalcado que no es necesario que se baje a limpiar la sala cerrada que está en
el sótano, parece ser que para llegar a la bodega y darle un tiento al jerez en
barrica que allí guardamos hay que pasar al lado. La primera vez que se oyen
los sonidos que salen de dentro o ves las luces gatear por la rendija de la
puerta como si quisieran envolverte, éste suele ser el efecto. Mis amigas
protestan todo el rato porque sus esposos coleccionan sin mesura abrecartas,
gemelos, rifles de caza o hasta amantes. Me gustaría decirles que es mucho peor
que guarden al lado de la bodega huesos de santos oscuros, fantasmas atrapados
en cajitas de música o armamento atlante; pero entonces me vería obligada a
tener que explicar muchas de las palabras que emplearía para ello y, además, sinceramente, prefiero tan
solo escuchar y divertirme cuando me hablan con detalle de sus amantes, porque
sacar el tema del cuchillo con el que circuncidaron a Cristo y como mi marido
se lo arrebató en Rabat a un cardenal que lo usaba para automutilarse en rituales
de magia negra suele matar la conversación. Ellas dicen que son muy liberales y
muy poco religiosas, pero a la hora de la verdad son muy escrupulosas con estos
temas y se alteran por cualquier tontería.
De todos modos no viene mal tener un par
de días de relativa tranquilidad en casa, Baldomero tiene que irse a pegar
tiros a unos campesinos chupacirios y pese a que pensará que nunca parte a una
guerra sin tenerlo todo planeado de antemano, desde que me conoce nunca lo ha
hecho sin contar con la protección añadida de la que yo me encargo. Tampoco se
lo digo, claro, él está muy contento con ser considerado el espadón de los liberales y con que
siempre prevé todas y cada una de las contingencias que pueden surgir en
campaña, pero más de una y más de dos veces, mi ayuda mágica ha resultado
salvadora. Los rituales, con las criadas rondando continuamente por la casa, se
realizan con bastante menos tranquilidad y en la magia, como en la repostería,
las prisas son malas consejeras. Aunque en este caso errar con las cantidades
de los ingredientes puede tener repercusiones mucho peores.
Así que me dirijo a una pequeña habitación
donde guardo todos los objetos religiosos que mi madre me ha ido regalando
todos estos años desde que se enteró de que estaba prometida a un militar de
ideas liberales y que ahora siempre enseñamos a las visitas más religiosas para
que se sientan un poco más tranquilas en nuestra casa. Enciendo un par de
velones grandes de iglesia, quemo un poco de incienso traído directamente de la
catedral de Santiago de Compostela y abro un armarito donde reposa una efigie
de la virgen de la Almudena, santa patrona de Madrid según dicen. La única luz
de la sala es la que proviene de las velas, así que, entre las sombras, la
virgen parece sonreír, siempre me da la sensación de que me sonríe cada vez que
hablo con ella, lo que no deja de ser tranquilizador.
-
Ya
sé lo que vas a pedirme.- Me dice, su voz parece surgir de la estatuilla,
aunque ésta no se mueva en absoluto. No la oigo en mi mente, la oigo como si
realmente hablara la virgen, por más que el sonido no pueda provenir de ahí.
-
Seguro
que sí.- Afirmo para terciar y empezar con buen pie la conversación. Las
vírgenes son muy suyas cuando les pides favores y si no comienzas con
zalamerías, luego se hacen mucho de rogar. Y eso que la de la Almudena no es de
las más complicadas.
-
Imagino
tus palabras como si las oyera antes de que las pronuncies. Quieres que ayude a
tu marido en su guerra en el Norte. Pero sabes que a él le apoyan varios
santos, ¿no? De hecho el ejército de Zumalacárregui va cargando con estatuas de
santos por todas las aldeas por las que pasa, para que los pueblerinos las
besen y abracen la santa causa.
-
Eso
dicen, pero seguro que no son tan milagrosos como tú.- Continuaría dorándole la
píldora poco a poco, pero que creo que voy a preferir pecar por exceso.- Y
además, ¡qué solo son santos!, ¡que están a varios peldaños por debajo de las
vírgenes en el escalafón celestial!- Añado con vehemencia- Los santos no son
más que milagreros de barraca de feria que fueron algo más trepas que el resto
de los suyos.
-
Pues
alguna que otra virgen, también apoyará a los carlistas. De hecho me consta que
si os ayudo deberé enfrentarme a alguna de ellas. ¿Es lo que deseas? ¿Verme
riñendo con la virgen del Pilar o con la de Montserrat? Así como en el plano
físico se lucha, que también se haga en el espiritual. Esa es la idea, ¿verdad?
¿La virgen de Madrid contra las vírgenes del Norte en un impactante duelo de rayos
místicos y milagros? ¡Ciudad contra campo también entre las múltiples madres de
Cristo!
-
Sería
un espectáculo muy poco edificante, mi señora. Ellas no le durarían nada.
Además, ¿no sois todas las vírgenes la misma virgen?
-
En
esencia sí, las vírgenes no somos más que avatares o fractales de la diosa
madre, de la señora de la fecundidad. En ese sentido somos diferentes, pero como
fractales mantenemos la misma estructura que el todo cada una de nosotras. En
ese sentido somos lo mismo.
-
No,
no quiero ese combate, ya riñen mucho los hombres como para que también lo
hagamos las mujeres, sean humanas o fractales de esos. Solo pretendía
equilibrar la balanza. Habrá muertos, muchos. Los dioses de la guerra, la
muerte, la violación y todas esas cosas tan de hombres, así como todos sus
avatares camparán a sus anchas, el poder de la masculinidad se hará más y más
fuerte. Las mujeres encontraremos muy debilitada nuestra presencia en el plano
etérico después del conflicto si no hincamos algunos hitos de impacto durante
el avance de la guerra. El ciclo recurrente de la vida con sus nacimientos y no
solo con los óbitos también tendrá que
estar también representado. La luna tendrá que salir después del sol y enfriar
con la mano dulce de las madres o las amantes, los huesos recalentados por el
sol indiferente al sufrimiento.
-
Siempre
me asombra hablar contigo, Jacinta. Tu marido es mucho menos inteligente de lo
que se cree y tú eres mucho más lista de lo que
nadie considera.
-
La
inteligencia es como un arma blanca. Un espadón puede hacer mucho daño, pero si
lo ves descender te apartas. Con un estilete afilado, oculto en ropas de mujer, no tienes esa oportunidad.
-
Un
hombre afortunado es lo que es Baldomero, como lo suelen ser todos los hombres
bien casados.
-
¡Pero
nunca lo reconocerán los muy cabestros! Y, precisamente, algo de fortuna
adicional es tan solo todo lo que querría pedir para él.
-
A la
fortuna, como buena ramera voluble que es, le gustan los militares bizarros y
desprecia a los asustadizos burócratas. Será sencillo ofrecerle al general
cristino un poquito más de la mucha que le correspondería por derecho.
-
No
os pido más, mi señora. Gracias de nuevo.
Apago las velas con sendos soplidos, uso
la campanita de plata para extinguir la brasa del incienso y antes de cerrar el
armarito juro que la vuelvo a ver sonreír. Bien, lo primero está hecho. Lo
segundo es buscar el objeto que Baldomero necesita y que se ha perdido dentro
de la sala segura de nuestra casa. Si los frailes del Escorial llegaran a
sospechar la mitad de los artefactos que guardamos aquí, fallecerían del mismo
susto. No es que todos los que les entrega Baldomero sean falsificaciones, es
que algunos de los más peligrosos piensa él que realmente estarán más seguros
aquí que en manos de una secta secreta centenaria de religiosos que a saber si
por una venganza contra otra secta se va a
poner a usarlos indiscriminadamente.
La llave de plata brilla solamente con
ligereza indicando que en estos momentos hay magia residual ambiental dentro de
la sala, pero el brillo tampoco es muy pronunciado, así que no debería
presentar una peligrosidad que no pueda manejar.
Descuelgo de la puerta y enciendo uno de
los escasísimos faroles que se le han podido capturar a la Santa Compaña y de
esta manera podría alumbrarme en cualquier lugar de la creación y además los
espíritus pensarán que soy una de ellos. No debería haber espíritus sueltos
aquí dentro, los sellos de atadura se renuevan cada mes, pero las almas
malvadas son muy capaces de sobreponerse a los sellos a base de pura fuerza de
mala voluntad.
Los resquicios de magia a veces
chisporrotean y eso hace que los objetos almacenados cambien caprichosamente de
sitio por lo que se pierden con asiduidad. Los círculos de protección consiguen
con eficiencia que no pueda salir nada de su energía de esta sala, por eso
mismo todos los efectos caóticos que ocurran tienen que tener lugar aquí dentro,
traslación de constructos, dobles imágenes, psicoplastias, las voces y las
luces que tanto asustan a una criada tras otra…. Trato de dar con el objeto
adecuado porque la magia tiene sus reglas y un objeto, por muy poderoso que
sea, puede verse sobrepasado por otro objeto de mucho menor potencial mágico,
pero que resulta tener más afinidad con la situación concreta. Es la intuición
la que me ha hecho decidirme por el artefacto que busco, se lo dejé caer en la
comida hará un par de días y hoy, antes de salir para El Escorial, me ha pedido
que lo busque, seguramente pensando que ha sido idea suya. Espero que al menos
se acuerde esta vez de traerme unos dulces del monasterio, es lo único que le
pido cada vez que visita a una secta secreta, su forma de vida puede dar risa,
pero sus dulces suelen ser deliciosos.
Hay muchos objetos a por los que se
lanzaría un mago inexperto, ya que tenemos a lo largo de las estanterías un
buen número de lanzas, espadas, arcabuces, cuerda de horcas, brasas
inquisitoriales que nunca se apagan, extrañas piezas que nos aseguran proceder
de la antigua Lemuria y lo que parece
ser una bomba proveniente de un futuro
sombrío y muy lejano con escritos en un inglés pervertido que nadie ha sabido
traducir y que dice algo así como “Fuck
the commies”…
La guerra al final, según me cuenta
Baldomero, y las cosas como son de esto sabe, se reduce finalmente tan solo al
enfrentamiento de números: De soldados de ambos ejércitos, de suministros, de
mandos bien formados, de kilómetros marchados las últimas jornadas… Así que
tenemos una guerra en la que, solo en principio y apariencia, nos favorece el
número, unas batallas que tendrán lugar en el norte frío y en la que deberemos
asediar para reconquistar bastantes
plazas enemigas. La magia simpática opera mediante iguales, la del caos
mediante contrarios, no hay nada que aterre más a unos generales que el caos,
así que necesitaré un objeto antagónico a la situación, un objeto con la magia
imbuida de un hombre de mar, no de tierra, un gran almirante que lucho en
parajes cálidos, que tuvo que hacer frente a un enemigo muy superior en número
y defenderse de un asedio… Por aquí guardado estaba, solo queda dar con ello,
con el catalejo que mi amor se trajo de Cartagena de Indias y que se fabricó
con la pata de palo de Blas de Lezo.
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