miércoles, 20 de noviembre de 2013

Espartero exterminador de monstruos: Capítulo 5

Tras milenios sin actualizar nada, la inspiración no me abandona y Espartero se está escribiendo solo. Vamos con el quinto. Jo, mira que si al final sale algo de aquí...




CAPÍTULO 5: LA FE MUEVE MONTAÑAS
El pobre cura le pone mucho interés, pero entre sus evidentes problemas de dicción, la gesticulación excesiva y los arranques de una tos tan terrible que daría lástima a un tuberculoso, la homilía está siendo del todo inaguantable: “Monadca legítimo” –aspaviento-aspaviento- “Dey defensod de los fuedos! – Tos- tos- convulsión- “El señod edtadá de nuedto lado” – Tos- aspaviento – respiración ahogada – “Pod Diod, la patdia y el dey modidemos nosotdos también” – Gesticulación acompañada de estertores – tos continuada -… Y así lleva unos interminables minutos que solo podrían hacerse más largos en el quinto círculo del infierno.
Por si fuera poco en la iglesia hace realmente frío, pero no el frío agradable y natural que tanto me agrada, el tipo de frío que mora por los bosques y que acompaña al lobo en su cacería, sino el frío húmedo y estanco que se esconde con cobardía en lo profundo de las minas y en casi todas las iglesias y que sierra lentamente las articulaciones, consiguiendo que los hombres más robustos caigan al final, de improviso, como una muralla ciclópea barrenada por hábiles zapadores. Las caras de los parroquianos están enrojecidas por el frío y el fervor religioso, siendo casi imposible discernir a quién le corresponde cada matiz de rojo. Algunos se soplan los dedos que sobresalen tímidos de unos mitones cortados, patean con suavidad el suelo para calentar las piernas y se santiguan a continuación como para pedir perdón por desatender al sacerdote mientras evitan morir de congelación. Sin embargo las ancianas viudas parecen fabricadas con otro material, llevan de rodillas toda la misa encima de unos bancos de madera angulosa, parecen poder soportar todo lo que les va sirviendo la vida en una herrumbrosa bandeja llena de horrores y pesares comiéndoselo todo sin cambiar el gesto. Tan solo manejan con destreza las cuentas de un rosario que debía de ser ya viejo cuando cayeron las primeras piedras del rayo, que es como llaman aquí a las tallas prehistóricas, y musitan sus letanías como si de verdad, sin el menor atisbo de duda, creyeran que al final de todo disfrutarán del paraíso y todo esto no es más que un corto trámite. Muchas veces las envidio.

Detrás del párroco un retablo descolorido que narra el pintoresco martirio de San Cucufate sirve de telón de fondo para una tarde de espanto. Juro que a veces también envidio al mártir. Sobre todo cuando recuerdo que lo peor estará por venir, la velada de chocolate con picatostes que nos ofrecerán a los oficiales, como muestra de dedicación a la causa, las damas de alta alcurnia de la provincia. Cierto es que necesitamos apoyos, suministros, dinero y elementos subversivos dentro de los civiles, pero mientras jugamos a todo esto, Espartero ya debe haber enviado a varios espías al frente y tiene que estar a punto de cruzar el Tajo. No sé si se demorará en Toledo buscando aliados entre los cabalistas judíos o empezará ya a atacar con las fuerzas de las que dispone nuestras posiciones más meridionales y menos atendidas; pero sea como sea, deberíamos dejar estas reuniones sociales para cuando hayamos coronado al rey Carlos y ya pueda enviar a subalternos a sufrir en mi nombre odiseas de este jaez mientras yo disfruto pescando truchas de los ríos de mi propio ducado recién conseguido. 

Como no podría ser de otro modo, la merienda de chocolate es peor de lo que podría llegar a esperarse. He sido torturado un par de veces en diversas guerras y cuando los civiles te dicen sin inmutarse que lo peor de la tortura es la espera es porque no saben ni por asomo de qué narices están hablando y el peor dolor que han sufrido esos bocazas ha sido un uñero. Imaginarme a las beatas comiendo chocolate y hablando con la boca llena era bastante malo, pero sufrirlo no tiene comparación posible. El párroco ha reunido a unas ocho beatas y un par de monaguillos, pero entre todos los asistentes destacan por sus intervenciones o actitudes tres señoras, cuyos nombres olvidé al instante y las renombré mentalmente por sus rasgos similares a animales: Una anciana decrépita y rugosa, la vieja grulla; una jovencita huérfana con sus dos incisivos como los de una ratita e igual de esquiva y una mujer algo oronda con grandes bolsas en los ojos, como el mapache de los bosques americanos.  El pequeño salón en el que estamos reunidos trata de imitar la fastuosidad de un palacio real, pero da más la sensación de estar decorado con todo lo brillante que alguien se hubiera encontrado en una búsqueda  a través de cientos de nidos de urracas. Candelabros capaces de cegar con su pulido, tapices de colores más violentos aún que los martirios que representan, una enorme araña de cristal que casi parece tener que encogerse por no caber en el techo y una mesa con un mantel con bordados de frutas sobre el que descansa un juego de té con motivos de animales, para estar a juego con la fauna reunida.  

-          El señor cura podrá afirmarlo con más autoridad – Dice el mapache mientras levanta una pequeña tacita de porcelana, que en sus manos se empequeñece más aún, y eleva su meñique al cielo en el gesto universal al beber de las personas de alta posición – Nuestro señor Jesucristo, en la Biblia, defiende literalmente los fusilamientos.
-          Tía – Apunta la ratita – No se puede hablar de fusilamientos en la Biblia, faltaba mucho que se inventaran las armas de fuego.
-          ¿No? ¿Seguro?, bueno, pero con arcos y ballestas también se puede fusilar y era eso lo que decía el hijo de Dios cuando vino a este mundo a salvarnos del pecado original. ¿Verdad, padre? – Y gira su cabeza con el poder de un desprendimiento de montañas, haciendo que el párroco, inmerso en la duda teológica de comerse un picatoste más o no, pegue un respingo. Intervendría diciendo que las ballestas tampoco existían en aquellos tiempos, pero es que si digo algo la conversación se alargará y es lo último que deseo en estos momentos. De todos modos seguro que el tema se desarrolla en profundidad…
-          Bueno, hijas, la violencia es un mal menod, no se debe emplead continuamente, como degocijándonos en ella. pedo si es pod una causa justa, Dios no puede menos que apoyadla.
-          Pero también en el santo libro se habla de sufrir en silencio por la fe, ahí tenemos a todos los mártires, ¿no es cierto, padre?- Pregunta la vieja grulla, con la amenaza subyacente de arrancarle el hígado con su pico si no le es dada la razón.
-          Por supuesto, hija mía, una cosa no quita la otda, Dios también apoya cuando se sufde pod él.
-          Podemos entonces fusilar a unos enemigos y dejarnos matar por otros, así agradaremos a Dios dos veces.- La Ratita acaba de ascender al rango de comandante en mi escalafón mental al que voy adscribiendo a la gente que conozco. Su agudeza no parece haber sido debidamente comprendida en esta mesa.
-          ¡Qué gran ejemplo nos han dado los mártires!- Prosigue la vieja grulla sin atender a razones – Su fuerza y entereza ante la muerte son faros de luz para los creyentes.- No tengo corazón para describirle cómo es en realidad cualquier tortura y que la entereza se pierde en el primer minuto.
-          La fe siempre prevalece, lo hizo con los santos mártires y lo hará con las fuerzas carlistas, la fe mueve montañas. – Termina de aseverar el mapache.
-          Mover montañas puede venirnos realmente bien a la hora de movilizar las tropas, ¿no es cierto, general? – Me pregunta directamente la ratita coronel, pero sin darme tiempo a responder – Nos ahorraríamos tener que cruzar los pasos de montaña y llegaríamos a los llanos del norte de Castilla mientras a los descreídos les toca atravesarlas.
-          Pues si nuestro señor quiere mover montañas las moverá, ¿a que sí padre? - Vuelve a preguntar el mapache dando a entender que las montañas se pueden trasladar de sitio, pero su cabezonería es inamovible.
-          Clado, y si no físicamente, de maneda metafódica, el espíditu santo iluminadá al general zumalacádegui y le guiadá pod los mejodes sendedos.
-          ¡Qué fácil lo va a tener! ¡No se queje, general! – Añade la ratita, que ya me está empezando a caer realmente bien.
-          Es lo que tiene luchar por una buena causa, que la mitad de la guerra ya está ganada.- Asevero taciturno, ante lo que todos asienten sin entender la ironía, mientras la ratita se tapa una risita con sus manos.
-          Pero ante la duda, yo me contendría las prisas por llegar a Madrid y coronar al rey y esperaría a que las tropas de Espartero se gastaran por el camino mientras nosotros nos aprovisionamos y pasamos el frío en plazas seguras. La corona no tiene patas y no se irá corriendo.- Y la ratita me da el mejor consejo bélico que he oído en años. Tan bueno que era exactamente lo que tenía pensado hacer.
-          ¡Ay, hija!, ¡No le digas tonterías al general! Dios quiere que el rey legítimo se corone cuanto antes y ya está. – Finaliza la vieja grulla.

Justo cuando la conversación se estaba poniendo interesante, un chiquillo al que había sobornado con un tirachinas, dos lagartijas y unos reales  para que me interrumpiera con una urgencia a mitad de la merienda, elige este momento para hacerlo.
-          ¡Señó Zumalacárregui!- Vocea con la voz impostada que habíamos ensayado.- ¡Señó Zumalacárregui!, le precisan de inmediato.
-          ¿Ahora, galopín? ¿No puede esperar?
-          Si fue usted quien me dijo que viniera a… - Y casi arruina la farsa
-          Quien te dijo que me avisaras si había una urgencia, sí, lo sé. Pero era una velada tan agradable…- Y veo en las caras de todos que realmente se lo creen, no les ha pasado nada más entretenido que esta guerra desde hace mucho y el aburrimiento es evidente. – Pues nada, gracias, chavalín, toma un picatoste por  el esfuerzo y venga, salgamos.

Tardo poco en volver al acuartelamiento a las afueras del pueblo y les pido a todos mis hombres que me dejen tranquilo que debo concentrarme, pero dos interrupciones hicieron que me resultara imposible, la primera fue a los escasos minutos de sentarme y encender una pipa. Un joven soldado insistió en verme y le dejé pasar por su vehemencia.
-          Mi general, perdone que le moleste, pero es que creo que es importante.- Me dice mientras mantiene con bastante eficiencia el saludo marcial.
-          Claro, cuéntame. Y descansa.
-          Verá… ¿Puedo serle sincero? Lo necesitaría para poder contarle bien la historia.
-          Por favor.
-          Pues… Esta tarde unos compañeros y yo nos fuimos a… Esto… a…
-          De putas. Vale. Es normal en la guerra, no sabes cuándo, ni siquiera si, vas a volver a casa y la paga en el bolsillo te la puede robar cualquiera. Prosigue.
-          Bueno, yo estoy prometido y solo fui a acompañarles… Pero… Mientras les esperaba una de las mujeres me dio esto para usted.- Y me entrega lo que parece una moneda antigua de plata.- Insistió en que era vital que se la entregara en persona.
-          ¿Una moneda de plata? ¿Y no se te ocurrió quedártela?
-          ¡Jamás, mi general! ¡Me dijeron que era para usted! ¿Por quién me toma, por un urbano?
-          Has hecho muy bien, estoy muy satisfecho. Muchas gracias. ¿Dieron alguna instrucción más?
-          Nada más, señor, solo quería que usted la tuviera para que le diera suerte y ella no se atrevió a hacerlo.
-          Excelente. Gracias de nuevo,  dile al intendente de mi parte que durante esta semana te doble el rancho.

Una moneda de plata. La miro a la luz de las velas y salgo de mi tienda para hacer lo propio a la luz de la luna. Brilla como si fuera líquida, a pesar de ser muy antigua y tener sus inscripciones y tallas prácticamente borradas. Pero no era la única sorpresa de la noche, la segunda es la llegada del primer enviado del conde. No me esperaba una mujer y menos de tanta belleza. Pero sobre todo no me esperaba que alguien pudiera tener los colmillos tan desarrollados y que su piel pálida brillara a la luz de la luna bastante más que la moneda de plata.

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