CAPÍTULO
5: LA FE MUEVE MONTAÑAS
El pobre cura le pone mucho interés, pero
entre sus evidentes problemas de dicción, la gesticulación excesiva y los
arranques de una tos tan terrible que daría lástima a un tuberculoso, la
homilía está siendo del todo inaguantable: “Monadca legítimo”
–aspaviento-aspaviento- “Dey defensod de los fuedos! – Tos- tos- convulsión- “El
señod edtadá de nuedto lado” – Tos- aspaviento – respiración ahogada – “Pod
Diod, la patdia y el dey modidemos nosotdos también” – Gesticulación acompañada
de estertores – tos continuada -… Y así lleva unos interminables minutos que
solo podrían hacerse más largos en el quinto círculo del infierno.
Por si fuera poco en la iglesia hace
realmente frío, pero no el frío agradable y natural que tanto me agrada, el
tipo de frío que mora por los bosques y que acompaña al lobo en su cacería,
sino el frío húmedo y estanco que se esconde con cobardía en lo profundo de las
minas y en casi todas las iglesias y que sierra lentamente las articulaciones,
consiguiendo que los hombres más robustos caigan al final, de improviso, como
una muralla ciclópea barrenada por hábiles zapadores. Las caras de los
parroquianos están enrojecidas por el frío y el fervor religioso, siendo casi
imposible discernir a quién le corresponde cada matiz de rojo. Algunos se
soplan los dedos que sobresalen tímidos de unos mitones cortados, patean con
suavidad el suelo para calentar las piernas y se santiguan a continuación como
para pedir perdón por desatender al sacerdote mientras evitan morir de
congelación. Sin embargo las ancianas viudas parecen fabricadas con otro
material, llevan de rodillas toda la misa encima de unos bancos de madera
angulosa, parecen poder soportar todo lo que les va sirviendo la vida en una
herrumbrosa bandeja llena de horrores y pesares comiéndoselo todo sin cambiar
el gesto. Tan solo manejan con destreza las cuentas de un rosario que debía de
ser ya viejo cuando cayeron las primeras piedras del rayo, que es como llaman
aquí a las tallas prehistóricas, y musitan sus letanías como si de verdad, sin
el menor atisbo de duda, creyeran que al final de todo disfrutarán del paraíso
y todo esto no es más que un corto trámite. Muchas veces las envidio.
Detrás del párroco un retablo descolorido
que narra el pintoresco martirio de San Cucufate sirve de telón de fondo para
una tarde de espanto. Juro que a veces también envidio al mártir. Sobre todo
cuando recuerdo que lo peor estará por venir, la velada de chocolate con
picatostes que nos ofrecerán a los oficiales, como muestra de dedicación a la
causa, las damas de alta alcurnia de la provincia. Cierto es que necesitamos
apoyos, suministros, dinero y elementos subversivos dentro de los civiles, pero
mientras jugamos a todo esto, Espartero ya debe haber enviado a varios espías
al frente y tiene que estar a punto de cruzar el Tajo. No sé si se demorará en
Toledo buscando aliados entre los cabalistas judíos o empezará ya a atacar con
las fuerzas de las que dispone nuestras posiciones más meridionales y menos
atendidas; pero sea como sea, deberíamos dejar estas reuniones sociales para
cuando hayamos coronado al rey Carlos y ya pueda enviar a subalternos a sufrir en
mi nombre odiseas de este jaez mientras yo disfruto pescando truchas de los ríos
de mi propio ducado recién conseguido.
Como no podría ser de otro modo, la
merienda de chocolate es peor de lo que podría llegar a esperarse. He sido
torturado un par de veces en diversas guerras y cuando los civiles te dicen sin
inmutarse que lo peor de la tortura es la espera es porque no saben ni por
asomo de qué narices están hablando y el peor dolor que han sufrido esos
bocazas ha sido un uñero. Imaginarme a las beatas comiendo chocolate y hablando
con la boca llena era bastante malo, pero sufrirlo no tiene comparación posible.
El párroco ha reunido a unas ocho beatas y un par de monaguillos, pero entre
todos los asistentes destacan por sus intervenciones o actitudes tres señoras,
cuyos nombres olvidé al instante y las renombré mentalmente por sus rasgos
similares a animales: Una anciana decrépita y rugosa, la vieja grulla; una
jovencita huérfana con sus dos incisivos como los de una ratita e igual de
esquiva y una mujer algo oronda con grandes bolsas en los ojos, como el mapache
de los bosques americanos. El pequeño
salón en el que estamos reunidos trata de imitar la fastuosidad de un palacio
real, pero da más la sensación de estar decorado con todo lo brillante que alguien
se hubiera encontrado en una búsqueda a
través de cientos de nidos de urracas. Candelabros capaces de cegar con su
pulido, tapices de colores más violentos aún que los martirios que representan,
una enorme araña de cristal que casi parece tener que encogerse por no caber en
el techo y una mesa con un mantel con bordados de frutas sobre el que descansa
un juego de té con motivos de animales, para estar a juego con la fauna
reunida.
-
El
señor cura podrá afirmarlo con más autoridad – Dice el mapache mientras levanta
una pequeña tacita de porcelana, que en sus manos se empequeñece más aún, y
eleva su meñique al cielo en el gesto universal al beber de las personas de
alta posición – Nuestro señor Jesucristo, en la Biblia, defiende literalmente
los fusilamientos.
-
Tía
– Apunta la ratita – No se puede hablar de fusilamientos en la Biblia, faltaba
mucho que se inventaran las armas de fuego.
-
¿No?
¿Seguro?, bueno, pero con arcos y ballestas también se puede fusilar y era eso lo
que decía el hijo de Dios cuando vino a este mundo a salvarnos del pecado
original. ¿Verdad, padre? – Y gira su cabeza con el poder de un desprendimiento
de montañas, haciendo que el párroco, inmerso en la duda teológica de comerse
un picatoste más o no, pegue un respingo. Intervendría diciendo que las
ballestas tampoco existían en aquellos tiempos, pero es que si digo algo la
conversación se alargará y es lo último que deseo en estos momentos. De todos
modos seguro que el tema se desarrolla en profundidad…
-
Bueno,
hijas, la violencia es un mal menod, no se debe emplead continuamente, como
degocijándonos en ella. pedo si es pod una causa justa, Dios no puede menos que
apoyadla.
-
Pero
también en el santo libro se habla de sufrir en silencio por la fe, ahí tenemos
a todos los mártires, ¿no es cierto, padre?- Pregunta la vieja grulla, con la
amenaza subyacente de arrancarle el hígado con su pico si no le es dada la
razón.
-
Por
supuesto, hija mía, una cosa no quita la otda, Dios también apoya cuando se
sufde pod él.
-
Podemos
entonces fusilar a unos enemigos y dejarnos matar por otros, así agradaremos a
Dios dos veces.- La Ratita acaba de ascender al rango de comandante en mi
escalafón mental al que voy adscribiendo a la gente que conozco. Su agudeza no
parece haber sido debidamente comprendida en esta mesa.
-
¡Qué
gran ejemplo nos han dado los mártires!- Prosigue la vieja grulla sin atender a
razones – Su fuerza y entereza ante la muerte son faros de luz para los
creyentes.- No tengo corazón para describirle cómo es en realidad cualquier
tortura y que la entereza se pierde en el primer minuto.
-
La
fe siempre prevalece, lo hizo con los santos mártires y lo hará con las fuerzas
carlistas, la fe mueve montañas. – Termina de aseverar el mapache.
-
Mover
montañas puede venirnos realmente bien a la hora de movilizar las tropas, ¿no
es cierto, general? – Me pregunta directamente la ratita coronel, pero sin
darme tiempo a responder – Nos ahorraríamos tener que cruzar los pasos de
montaña y llegaríamos a los llanos del norte de Castilla mientras a los
descreídos les toca atravesarlas.
-
Pues
si nuestro señor quiere mover montañas las moverá, ¿a que sí padre? - Vuelve a
preguntar el mapache dando a entender que las montañas se pueden trasladar de
sitio, pero su cabezonería es inamovible.
-
Clado,
y si no físicamente, de maneda metafódica, el espíditu santo iluminadá al
general zumalacádegui y le guiadá pod los mejodes sendedos.
-
¡Qué
fácil lo va a tener! ¡No se queje, general! – Añade la ratita, que ya me está
empezando a caer realmente bien.
-
Es
lo que tiene luchar por una buena causa, que la mitad de la guerra ya está
ganada.- Asevero taciturno, ante lo que todos asienten sin entender la ironía,
mientras la ratita se tapa una risita con sus manos.
-
Pero
ante la duda, yo me contendría las prisas por llegar a Madrid y coronar al rey
y esperaría a que las tropas de Espartero se gastaran por el camino mientras
nosotros nos aprovisionamos y pasamos el frío en plazas seguras. La corona no
tiene patas y no se irá corriendo.- Y la ratita me da el mejor consejo bélico
que he oído en años. Tan bueno que era exactamente lo que tenía pensado hacer.
-
¡Ay,
hija!, ¡No le digas tonterías al general! Dios quiere que el rey legítimo se
corone cuanto antes y ya está. – Finaliza la vieja grulla.
Justo cuando la conversación se estaba
poniendo interesante, un chiquillo al que había sobornado con un tirachinas,
dos lagartijas y unos reales para que me
interrumpiera con una urgencia a mitad de la merienda, elige este momento para
hacerlo.
-
¡Señó
Zumalacárregui!- Vocea con la voz impostada que habíamos ensayado.- ¡Señó
Zumalacárregui!, le precisan de inmediato.
-
¿Ahora,
galopín? ¿No puede esperar?
-
Si
fue usted quien me dijo que viniera a… - Y casi arruina la farsa
-
Quien
te dijo que me avisaras si había una urgencia, sí, lo sé. Pero era una velada
tan agradable…- Y veo en las caras de todos que realmente se lo creen, no les
ha pasado nada más entretenido que esta guerra desde hace mucho y el
aburrimiento es evidente. – Pues nada, gracias, chavalín, toma un picatoste por
el esfuerzo y venga, salgamos.
Tardo poco en volver al acuartelamiento a
las afueras del pueblo y les pido a todos mis hombres que me dejen tranquilo
que debo concentrarme, pero dos interrupciones hicieron que me resultara
imposible, la primera fue a los escasos minutos de sentarme y encender una
pipa. Un joven soldado insistió en verme y le dejé pasar por su vehemencia.
-
Mi
general, perdone que le moleste, pero es que creo que es importante.- Me dice
mientras mantiene con bastante eficiencia el saludo marcial.
-
Claro,
cuéntame. Y descansa.
-
Verá…
¿Puedo serle sincero? Lo necesitaría para poder contarle bien la historia.
-
Por
favor.
-
Pues…
Esta tarde unos compañeros y yo nos fuimos a… Esto… a…
-
De
putas. Vale. Es normal en la guerra, no sabes cuándo, ni siquiera si, vas a
volver a casa y la paga en el bolsillo te la puede robar cualquiera. Prosigue.
-
Bueno,
yo estoy prometido y solo fui a acompañarles… Pero… Mientras les esperaba una
de las mujeres me dio esto para usted.- Y me entrega lo que parece una moneda
antigua de plata.- Insistió en que era vital que se la entregara en persona.
-
¿Una
moneda de plata? ¿Y no se te ocurrió quedártela?
-
¡Jamás,
mi general! ¡Me dijeron que era para usted! ¿Por quién me toma, por un urbano?
-
Has
hecho muy bien, estoy muy satisfecho. Muchas gracias. ¿Dieron alguna
instrucción más?
-
Nada
más, señor, solo quería que usted la tuviera para que le diera suerte y ella no
se atrevió a hacerlo.
-
Excelente.
Gracias de nuevo, dile al intendente de
mi parte que durante esta semana te doble el rancho.
Una moneda de plata. La miro a la luz de
las velas y salgo de mi tienda para hacer lo propio a la luz de la luna. Brilla
como si fuera líquida, a pesar de ser muy antigua y tener sus inscripciones y
tallas prácticamente borradas. Pero no era la única sorpresa de la noche, la
segunda es la llegada del primer enviado del conde. No me esperaba una mujer y
menos de tanta belleza. Pero sobre todo no me esperaba que alguien pudiera
tener los colmillos tan desarrollados y que su piel pálida brillara a la luz de
la luna bastante más que la moneda de plata.
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