CAPÍTULO
7: EN COMPAÑÍA DE LOBOS.
La contienda ya había estallado y no
quedaba modo alguno, ni tan siquiera un resquicio, que permitiera excusarse
ahora pretendiendo que no se había querido ofender a la señorita, presentar
sinceras disculpas aliñadas con genuflexiones y retirarse en cuanto el criado
te trajera el bastón y los guantes. Una vez que salpica el suelo la sangre de
un joven abatido por otro a quien ni conocía previamente y a quien hasta ahora
no le había deseado ningún mal, tan solo queda tratar de ser del bando que más
alimente la tierra con cadáveres enemigos.
Por su fuera poco tener que lidiar con
Zumalacárregui en el norte, que si bien era cierto que le estaba costando
bastante más hacerse con las grandes ciudades que como se había ido haciendo
hasta el momento con todas las zonas rurales, ahora también otro general, Ramón
Cabrera, se había sublevado por Levante y a un alto mando isabelino
oligofrénico, valga la redundancia, no se le ocurrió otra idea mejor que mandar
fusilar a su madre para demostrar que la traición se paga. Ignoro con qué tipo
de apoyos sobrenaturales contará el Tigre del Maestrazgo, ya habrá tiempo de
enterarse, de momento bastante tengo con ocuparme del norte de la península, del
aquí y el ahora, dónde mi batallón puede empezar a tener problemas serios de
verdad en medio de este valle nevado.
-
Son
huellas de lobo, en efecto.- Me comunica orgulloso el capitán de exploradores,
como si hubiera descubierto una especie de animal desconocida para la ciencia,
cuando es algo que cualquier hijo de pastor aprende a los cuatro años. – Y son
bastante grandes, y numerosas, además. Una manada de lobos de gran tamaño no
debe andar muy lejos de por aquí.
-
¡Qué
haces, insensato! – Le grito mientras le agarro la mano que iba directa a la
boca tras coger un poco del agua que almacenaba la huella más grande.
-
Solo
iba a beber un poco de agua, mi general. – Se excusa casi tartamudeando.-
Siempre se ha dicho que beber agua depositada en la huella de un lobo da
suerte.
-
¡Cómo
va a dar suerte, botarate!, para empezar, ya deben haber bebido de ella todos
los bichos del bosque y algunos hasta habrán marcado el territorio. ¡Lo menos
que puedes pillar es la rabia! – Me abstengo de comentar que además beber
directamente del agua de una huella de lobo es uno de los métodos más fiables
para convertirte en licántropo.
-
¡Mi
general!- Me llama a mis espaldas uno de mis hombres- Hemos encontrado los
restos del batallón perdido, están…
-
Muertos,
sí. Lamentablemente era lo que esperábamos.
-
Pero
es que… Además están…- “devorados”, termino mentalmente la frase mientras le
hago callar con un gesto de mi mano, indicando que lo sé y que ya voy para
allá, que ha dejado de ser su problema. Con ese simple gesto respira aliviado.
Debajo de unos árboles cuyas ramas
sostienen con esfuerzo unas costras de nieve helada, tan rígida como la mortaja
de un leproso, los restos del batallón se extienden por un pequeño claro,
alrededor de una hoguera totalmente consumida. Los desastres de la guerra
pintados por Goya son una estampa de un catecismo infantil comparado con esto.
-
Les
han devorado los lobos.- Sentencia solemne el capitán de exploradores, con su
don innato para señalar la evidencia.- Que el señor les tenga en su gloria.
-
En
su gloria no sé si estarán, pero en el estómago de unos lobos seguro.- Tras
callarme unos segundo, me doy la vuelta para dirigirme a todos- Por eso, cuando
ordeno que no se enciendan fuegos no es por que me guste que se os congelen las
pelotas, es porque las hogueras atraen a los lobos. Y si no tenéis más remedio,
si os digo que entonces queméis raíces de acónito en ellas es porque el olor de
la combustión repele a las fieras, no porque mi familia tenga una herboristería
en la calle cuchilleros.
-
¿Su
familia tiene una herboristería en la calle cuchilleros? – Pregunta, cómo no,
el capitán.
-
Era...
Una forma de hablar.- Seguramente el acónito quemado no haría más que hacer que
los hombres lobo se lo pensaran un poco antes de acercarse a la hoguera ante el
miedo de que realmente tuviesen acónito contra ellos, sobre todo porque lo
dañino para ellos es la flor y no la raíz, pero el humo de una hoguera llega
lejos y por lo menos ocultaría todos los otros olores que lleva un destacamento
militar con ellos y que para los licántropos equivale a la promesa de un
banquete en el Valhalla.- Tengo que comprobar una cosa, mientras que todos los
exploradores salgan a dar una batida y busquen cualquier cosa que os parezca
extraña. Avisadme cuando lo veáis.
-
¿Algo
extraño como qué?, mi general.- En esta ocasión, debo reconocer que la pregunta
del capitán es más o menos pertinente.
-
Lo
sabréis cuando lo veáis. – Porque decir “lo que parecen pieles humanas bien
colgadas de una rama o bien recogidas debajo de unas raíces” no me haría quedar
muy bien delante de la tropa.- El resto, armas a punto, preparadas para
disparar a la primera de cambio. Los lobos pueden volver a atacar en cualquier
momento.
Vengo preparado para casi todo lo que
Zumalacárregui pueda lanzarme, así que saco de mi mochila un gran cirio pascual
consagrado, lo enciendo y, tras esperar un poco, vierto unas gotas de cera
sobre la culata de mi fusil. Es un truco que me enseñó un abad de Normandía y
que suele funcionar con algunos tipos de hombres lobo. Aviso al resto del
pelotón para que vengan a hacer lo mismo, con la excusa de que dará suerte, la
infantería es mucho menos supersticiosa que la marina, pero nadie dice que no a
cualquier cosa que otra persona diga que da suerte, siempre que no suponga
riesgo para la integridad, ni haga quedar en ridículo.
-
Se
acerca el invierno. – Vuelve a sentenciar el capitán mientras tirita.
-
¿Por
qué les ha dado a todos este año por decir esa chorrada de frase? ¡Se ha puesto
de moda hasta en palacio! ¿Qué espera la gente que llegue en noviembre, la
primavera?- Me distraigo solo unos segundos al girar la cabeza hacia él, pero
es lo suficiente para encontrarme un lobo gigantesco en pleno salto y casi al
lado de mi cara en cuanto vuelvo a orientarla hacia donde debería estar mirando.
Mi instinto militar no me falla y disparo
al animal justo en el pecho, un poco por debajo de sus fauces abiertas y negras
como la entrada a un mausoleo. Oigo más disparos que siguen al mío, pero
entrelazados, como en un baile palaciego o en unos tapices, con aullidos de
lobo y humanos. No me quedo a mirar como ha quedado mi lobo y ni siquiera veo
cómo ha caído, le doy por muerto, me giro sin mirar atrás, recargo y continúo
disparando contra el resto de la manada. Los estallidos resuenan por el valle y
hacen que la nieve de las ramas caiga asustada sobre nosotros y de repente la
quietud que vivía feliz aquí se ha tornado en una algarabía frenética. Cinco
lobos han sido abatidos y solo hemos de lamentar dos bajas en nuestras filas,
bueno, yo también lamento que no haya muerto el capitán, pero es una maldad
mía. La enorme ventaja es que los muertos son definitivos y no hay nadie con
mordeduras ni arañazos. Si son el tipo de licántropo que creo que son el
mordisco no convertirá a nadie en uno de los suyos, pero es mejor no correr
riesgos.
-
¡Vaya
lobos más grandes!, ese casi parece un pony.- Ríe un soldado con el nerviosismo
posterior al haber sobrevivido a un encuentro con la muerte.
-
Y
nadie parece volver a convertirse en humano.- Comenta otro de ellos, el que
parece más joven,
-
¿Cómo
dices, soldado?- Le pregunto con un tono autoritario. Con un tono autoritario y
un rango militar por encima de cabo, puedes entrar en cualquier parte y
conseguir que la gente te cuente casi todo. Yo he conseguido intimidar a
secretarios reales y hacer que me trajeran el café y todo.
-
Es
que… verá, señor, sé que son tonterías, pero es que entre la tropa se cuentan
cosas raras. Y además, mi abuela, cuando se enteró que me vendría a los bosques
del norte, me estuvo contando historias sobre lobisomes y brujas.
-
A
las abuelas hay que hacerlas caso siempre.- Y con esta aseveración parece que
se cierra la ronda de preguntas sin que tampoco haya tenido que contar la
verdad, ni que decir tampoco ninguna mentira.
Mis sospechas se confirman cuando al cabo
de poco llegan los exploradores, quienes han regresado lo más rápido que han
podido en cuanto oído los disparos. Como también venían nerviosos por lo que han visto
es necesario un momento de asentar la cabeza, así que tras un cigarro rápido,
juntar entre todos los restos desperdigados de los dos cadáveres para enterrarlos
con posterioridad y sentir como fluye la conexión entre supervivientes creando
un lazo que será difícil de romper, me dispongo a continuar con el trabajo
dejándome guiar hacia lo que ya sé que me voy a encontrar.
Como había predicho, debajo de unas raíces
estaban escondidas unas pieles humanas. Diez en total. Extenderlas en el suelo
fue algo la mar de raro, diez pieles enteras, desde el cuero cabelludo a los
dedos de los pies, con una pequeña abertura en la espalda, lo que parecía estar
dispuestas para ser utilizadas como un disfraz de carnaval o un hábito de
procesión.
-
Lo
mejor será quemarlas.- Dice uno de los soldados sin dar mucho crédito a lo que
está viendo.
-
¿No
tenemos nada grande de plata?- Pregunta el capitán mientras aferra con su mano
derecha un pequeño crucifijo que lleva colgado al cuello como si quisiera
evitar que lo cogiera para meterlo en las pieles al instante. La plata no va a
servir en este caso, pero querría una segunda opinión.
-
¿Qué
decía su abuela de un caso como éste?- Pregunto al joven de la abuela sabia.
-
¿Puedo
ser sincero señor?
-
Por
supuesto. Conmigo siempre. Lo peor que puede pasar es que te lleves una hostia
si es una tontería muy grande, pero te garantizo que al menos te escucharé
antes. Y que, generalmente, las ideas de los soldados son mucho más sensatas
que las de los oficiales. Además, su abuela ya ha demostrado ser una mujer a
quien hacer caso.
-
Mi
abuela dijo, y me parecía que chocheaba cuando lo decía, que si veíamos algo
así lo que había que hacer era echar sal en las pieles y dejarlas dónde
estaban. Pero no sé por qué, ni cómo pudo saber que nos lo íbamos a encontrar.-
Buena pregunta, me la anoto mentalmente para contestarla en cuanto pueda.
-
Ya
le habéis oído, soldados. ¡Sal en las pieles y a dejarlas en su sitio!- Comando.
-
Pero…
¿de dónde vamos a sacar la sal?
-
La
de los huevos duros del avituallamiento.
-
Mi
general, es que un huevo duro sin sal está muy soso.
-
Cuando
volvamos al campamento os daré sal para curar catorce cochinos y, además,
alcohol de los oficiales, que es bastante mejor que el barniz para muebles que
bebéis a mis espaldas.- Y así, entre vítores, evito contestar a la pregunta de
por qué echar sal a las pieles.
Loup-garou. Uno de los tipos de hombre
lobo más peligrosos que existen, porque no son pobres diablos que por una
maldición o un arañazo se convierten en animal cuando brilla en lo alto de la
noche la luna llena. Ellos son lobos, lobos extremadamente crueles e
inteligentes, descendientes de una especie que se pierde en la prehistoria,
cuando el fuego era el único aliado de los primeros hombres y cuando las
leyendas podían salvar más vidas en una tribu que un arsenal de hachas de
piedra. Todas las historias de monstruos en la noche, de criaturas que se
alimentan de los hombres, del terror a la oscuridad y de la necesidad de no
salirse nunca del camino nacen con ellos. Son lobos que se visten con pieles humanas
para caminar entre nosotros, para engañarnos, distraernos, conseguir llevarnos
a su guarida… Y mientras lo hacen disfrutar del olor de la carne y la sangre
que gozarán en breve. Eso significa que por la zona, en algún pueblo, habrá un
grupo de aldeanos que no son lo que parecen. La sal les matará en cuanto
vuelvan a ponerse la piel y de una manera dolorosa. En realidad debería hacerse
al revés, echar la sal en las pieles de lobo y no en las humanas, pero espero
que sirva lo mismo, la magia es como las recetas de repostería, se hacen igual
siempre porque existe el miedo de que el soufflé no salga bien si se realiza
aunque sea un paso ligeramente diferente. La parte negativa es que no creo que
se vistan todos a la vez, así que solo morirán los primeros, el resto se molestarán
mucho, se verán acorralados y seguramente lancen un ataque directo contra
nosotros, pero si nos atrincheramos en el pueblo podremos con ellos, al menos
ya no podrán engañarnos haciéndose pasar por humanos.
Así que enterramos a los muertos, digo
unas palabras de ánimo y, tras mirar el mapa, nos dirigimos al pueblo más
cercano para terminar con esto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario