La tontería se llamaba "Espartero cazavampiros" y nacía de la imagen del general Espartero matando chupasangres en el norte de España en plenas guerras carlistas, pero como salió al poco "Abraham Lincoln cazavampiros" ya había que cambiar el nombre y ampliar el rango, así que será a partir de ahora: "Espartero exterminador de monstruos" y será una visión pulp y delirante de la España del S.XIX, con algún que otro dato histórico, eso también. Pues nada, vayamos con el inicio de la tontuna, primero una cronología del Espartero ficticio y luego con unas páginas. A ver qué tal queda.
Cronología desconocida del general Espartero.
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27
de Octubre de 1793. Nace Joaquín Baldomero Espartero. Es el octavo hijo del
matrimonio. Como su hermano anterior no era hijo legítimo de su padre,
realmente se trata del séptimo hijo. Su padre también fue séptimo hijo. Un
séptimo hijo de un séptimo hijo nace impregnado por la magia.
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1807
en el colegio Dominico de Almagro consigue el título de Bachiller de Artes y
Filosofía y realiza su primera lectura del Necronomicón, la edición traducida y
anotada que Luís de Góngora realizó a la latina.
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1808.
Saca con vida y con casi toda la sangre en el cuerpo a Godoy de un prostíbulo
regentado por vampiros. Continúa matando vampiros por toda la península con el
beneplácito del Vaticano.
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1809
participa en la guerra de la independencia como ingeniero. Su precisión en localizar
las líneas dragón de la Península Ibérica es clave para ganar la guerra, como
reconoció al mismo duque de Wellington el astrólogo del rey Guillermo IV.
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1823
Es nombrado jefe del ejército del estado mayor de Perú. A pesar de contar con
los poderes místicos de la calavera de Pizarro, nada pueden hacer con las
tropas sublevadas quienes cuentan con el apoyo del Chupacabras, así como de
varias momias incas revividas para la ocasión.
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1824
es hecho prisionero en Ayacucho y el año que pasa en prisión lo dedica a
memorizar conjuros de magia precolombina, grabados en los muros de la prisión
por un mago ejecutado por brujería. Aprende el nombre verdadero de Vichama,
dios inca de la guerra y la venganza.
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1825
Es liberado y al volver a España contrae matrimonio con Jacinta Martínez
Sicilia y con el dinero de su mujer comienza a recopilar los objetos de poder
místico de la historia del reino para salvaguardarlos. No todos los lleva a la
sala segura del Monasterio del Escorial.
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1833
Muere Fernando VII y es encargado de dirigir a los ejércitos liberales en las
guerras carlistas (1833-1839). Son los hechos que se narran en este libro.
ESPARTERO EXTERMINADOR DE MONSTRUOS.
Capítulo
1: Entrevista con las reinas. Una regente y otra ausente
Llovía con bastante denuedo, de manera
firme y concienzuda, tanto, que más parecía tratarse de una lluvia alemana o
británica que española. Las gotas de agua enviadas al frente cumplían fielmente
las órdenes del estado mayor de las nubes de tormenta y así se lanzaban
obedientes por todo hueco que encontraran, desde las tejas viejas de los edificios
más ruinosos de la capital, como por los gabanes empolillados de los transeúntes
que tenían la mala fortuna de verse obligados a caminar por la calles. El
resultado era que todo lo que osara permanecer bajo el cielo gris y nuboso
estaba ya a estas alturas de la mañana empapado y chorreando, como si nunca
jamás hubiese estado seco ni pudiera soñar con volver a estarlo. Mi caballo
piafaba, no dejaba de exudar y de él ascendía un acre vapor que se sumado a la
cortina de lluvia hacía que me costara ver y que me viera obligado a reducir el
paso de una montura a la que le encantaba correr y mostraba coceando el suelo su
enfado ceñudo al tener que refrenarse.
Sin embargo el palacio real permanecía
sereno e impertérrito ante los elementos, al menos a simple vista, seguramente todo
sería mera fachada y las goteras causarían estragos en el interior, allá en las
cocinas, las cuadras y los despensas, lugares en los que decenas de sirvientes
se afanarían en colocar la vajilla más prescindible debajo de las cataratas
formadas, para buscar después los recodos más secos a los que pudieran acceder
para liarse un cigarro, contar los chistes obscenos del momento y, en el mejor
de los casos, tener tiempo a un rápido magreo antes de seguir con sus labores diarias. Al país le ocurría lo
mismo que al palacio, había a quienes la tempestad política venidera les afectaría
y se verían arrastrados por sus riadas y quienes ni lo notarían. Mi trabajo era que las
riadas fuesen las menores, aunque eso supusiera acabar con bastantes vidas de
manera preventiva.
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Quédate
aquí Pollón, espérame que salgo enseguida – Le dije a mi caballo mientras le
acariciaba y le daba a comer una manzana seca que llevaba tiempo ya en las alforjas
como para referirse a ellas por su nombre de pila.
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Perdone,
señor ¿Ha llamado “Pollón” a su caballo? – Me preguntó una joven criada del
palacio que salía de las cuadras con algunas briznas de paja en su pelo
alborotado mientras comprobaba que las riendas estaban bien sujetas.
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¡No!, ¡Claro que no, chiquilla! Decía “Poor John”.
“Pobre John” en inglés. Se lo gané en una apuesta a un mercenario inglés en la
guerra contra las colonias y eso fue lo que repetía sin parar cuando me lo
entregaba. Me hizo gracia y lo bauticé así. ¡Cómo va a ser Pollón! Je, je, je.
– La criada parecía más tranquila cuando dejé las cuadras, aunque seguramente
fuese debido más a que la conversación conmigo solo tenía como fin despistarme
para que su amante se pusiera los pantalones y saliera sin ser visto.
-
¿Sobre
qué trataba la apuesta? – Tuvo los redaños de preguntarme cuando ya me había
dado la vuelta y avanzaba hacia la entrada de servicio.
-
Consistía
en ver quién era capaz de beber más sidra sin parar para respirar – Lo de la
apuesta era verdad, aunque no lo del mercenario inglés. El caballo se lo gané a
la reina de las hadas de la corte oscura, en un claro de un bosquecillo
asturiano, una noche de Walpurgis. Pollón era por lo tanto un caballo faérico,
podía correr como el viento, aguantar encima el peso de varios toneles llenos
de la cerveza más espesa y era bastante más listo que el político español
medio, aunque fuera esa una competición muy poco reñida. Por contra, le
molestaba que le tocara el hierro frío en el lomo, dejaba preñadas a las yeguas
con la mirada y, solo a veces, mordía a los niños rubios, pero por lo demás era
el mejor caballo que un soldado podía desear.
La reina madre y regente, María Cristina
de Borbón, me esperaba en el despacho para tratar un tema de la máxima
urgencia. Sus treinta años no estaban del todo bien llevados, el cansancio ya se
reflejaba en sus rasgos algo gruesos, pero sin embargo la mirada de decisión y
la chispa de la inteligencia asomaban detrás de sus ojos, favoreciendo el
resultado final hasta conseguir un atractivo perdurable en quien la hubiera
contemplado. En esta ocasión no se necesitaba mucha agudeza mental ni un
hechizo de premonición, cosa que por supuesto ya había hecho, para saber que se
trataba de los carlistas. Carlos María Isidro de Borbón, tío de la reina
regente, había encontrado para su causa a varios seguidores, tan cochambrosos
que darían risa si no fuera porque su ejército lo dirigía Zumalacárregui. El
infante Carlos no serviría ni para chirigotas, así como la mayoría de
absolutistas irredentos que le hacían la corte y le seguían por los campos
rezando con aspavientos y reclamando los fueros viejos, pero Zumalacárregui era
otra cosa mucho más preocupante. Era uno
de los pocos que había leído el libro.
María Cristina se encontraba en una mesa
atestada de papeles en una habitación amplia, oscura y fría. Una chimenea hacía
todo lo que podía, pero a pesar de su tamaño, sus troncos en llamas no
conseguían arañar levemente ni la oscuridad ni el frío reinantes. Unas pocas
velas de cera de abeja tampoco hacían gran cosa para evitar que la sala tuviera
un aspecto ominoso y derrotado. Detrás de la reina, y de pie, su hombre de
confianza, Martínez de la Rosa, señalaba con un dedo uno de los papeles en un
gesto escenificado en cuanto yo entré en la habitación y saludé marcialmente.
-
Mi
señora, no he tenido tiempo de presentar mis condolencias por el fallecimiento
de su tío y esposo, nuestro señor Fernando VII, en gloria esté.- Comencé con
cierta sorna.
-
Baldomero,
¡no me jodas! Mi esposo era un malnacido que lo único bueno que hizo en su vida
fue validar la pragmática sanción que permitirá reinar a mi hija.
-
Oí
que el padre Calomarde, en el lecho del dolor de su majestad, consiguió que
firmara lo contrario.
-
¿Y
no oyó por ventura la bofetada que le propiné? Me aseguraron mis doncellas más
fieles que ellas lo oyeron desde el palacio de la Granja. Rompí ese documento.
La pragmática sanción sigue legalmente vigente. Mi hija Isabel es la reina
legítima de España. A pesar de la ley sálica y de lo que digan los levantados
en el norte. Mi hija, pese a su edad, ya ha jurado la corona y aceptado que es
reina de España.
-
Y
ahí debe ser dónde tendré la dicha de apoyar la causa de la reina legítima e
hija suya, ¿me equivoco?
-
En
absoluto. Le necesito mandando los ejércitos cristinos. Sé que usted es liberal
de corazón. Cuando mi hija reine, o yo misma como regente, me encargaré de
gobernar con el apoyo de los liberales y conseguiremos todos juntos que España
se ponga por fin al día con el resto de potencias europeas. De lo contrario, mi
tío volverá a imponer el absolutismo y volveremos a estancarnos en el atraso
sin solución de continuidad.
-
¿Cristinos?
¿Ejércitos cristinos?
-
Los
que me apoyan a mí, a la legítima reina madre, la regente Cristina, sí.
-
La
palabra “liberales” todavía no sonaba muy bien, ¿verdad?
-
No
necesito su condescendencia ni su sarcasmo. Hay otros muchos generales a los
que enviar a la guerra.
-
El
general Narváez por ejemplo es un joven prometedor que ya ha cosechado
victorias importantes.- Terció el consejero de la reina que hasta entonces
había permanecido en un agradable silencio.
-
Podrían
buscar a otro mucho peor, en efecto. Narváez no sería una mala elección.
-
¡Pero
no queremos que sea Narváez, queremos que sea usted! – Levantó la voz la reina
a la vez que se levantaba de la silla. - ¿No puede aceptar el nombramiento sin
más y agradecerme la confianza que el reino deposita en usted?
-
Por
supuesto, majestad, disculpe mi conducta. Soy un hombre de cuartel y los
modales de palacio se me resisten. Pero ¿puedo preguntar el motivo de su
confianza?
La reina se sentó, respiró hondo, miró a
Martínez de la Rosa y me contestó:
-
Manuel
le tenía en alta estima. Me confesó que sería la persona a la que le confiaría
un asunto de vida o muerte.
Asentí. Manuel Godoy. Consejero de
Fernando VII y prácticamente gobernante de España de facto hasta la invasión de
los franceses. Según las malas lenguas, amante de la reina y según las lenguas
malísimas auténtico padre de la que debería ser la futura reina Isabel II.
Godoy, las cosas como son, me debía un favor enorme, yo le saqué de ese
prostíbulo en Badajoz regentado por vampiros. Una vez que le conocías no era
tan mala persona, al contrario que otros muchos sabía beber y convidaba a
menudo, juraba como los paganos y lanzaba los órdagos al mus como un
profesional consumado. Era algo putero y bastante envidioso, pero por lo demás
los había conocido mucho peores.
-
Será
un honor, defender su causa, majestad. No será fácil, eso se lo tengo que
decir. Pero triunfaremos.
-
No
me cabe duda. Nuestra causa es la justa. Encontrará todos los documentos
necesarios en el cuartel – Terminó mientras me despedía con la mano indicando
que me retirara.
-
¿Le
importaría, majestad, que me pasara a ver su hija? Contemplar esa carita me
dará fuerzas para combatir con más resolución.
-
Por
supuesto, está en su habitación con la nodriza.- Me contestó ya sin mirarme
enfrascada de nuevo en los legajos que poblaban su mesa como las ladillas en un
sargento chusquero.
Subí las escaleras con calma, alargando
el momento lo máximo posible. Tenía que hablar con la infanta real y la última
vez que lo hice la situación me puso los pelos de punta. Porque, lamentablemente,
la pobre Isabel tuvo una enfermedad grave al año de nacer y falleció. Un médico
judío se hizo oír ante la reina al instante asegurando que podría devolverla a
la vida. De nuevo lamentablemente, sí es cierto que insufló vida en la pobre
criatura, pero no fue el alma de la cría lo que consiguió devolver al
cuerpecito. Ya había hablado con ella cuando no era más que un bebé en una
ocasión y fue aterrador. Esa primera y única vez dejamos claros los términos de
un acuerdo mutuo favorable para ambos. Ahora, con escasos tres años que acababa
de cumplir Isabel, esperaba que la conversación ya no resultara tan impactante.
-
¡Vaya!
¿Quién está aquí? ¡Si es el general Espartero! – Me dijo la niña nada más
cerrar la nodriza la puerta, como si le importara poco o nada que la oyera.-
¿Qué os trae por mis aposentos? ¿Madre ya ha decidido declarar la guerra a los dementes
de los carlistas? He oído que se han levantado por todo el norte y este de la
península y que será el general Tomás Zumalacárregui quien los comandará. No ha
elegido mal mi tío abuelo, no. – Isabel, de tres años de edad, algo gordita,
pero muy lozana estaba envuelta en un impecable vestido azul de seda bordado,
se atusó el flequillo y las dos coletas con lacitos también azules y avanzó
hacia mí con una evidente complejidad de movimientos, pero sonriendo
sinceramente.
-
No
debería su majestad hablar tan libre y descuidadamente. Cualquiera puede oírla,
ya es malo que lo sepa yo, pero nadie más debería saberlo. La conmoción en la
corte sería inmediata y lo poco que
faltaría para que hasta el más liberal de todos se abrazara a la causa carlista
con lágrimas en los ojos. ¿Por qué no se contenta con decir las palabras que
balbucearía cualquier cría de su edad?
-
Tranquilo,
nadie más lo sabrá. Soy consciente de todo lo que está en juego, pero me agrada
hablar con alguien de vez en cuando. Beber de las ubres de vaca de la nodriza,
comer papillas y defecar en pañales acaba al final siendo aburrido por más
agradable que pueda parecer desde fuera.
-
Su
majestad sabe entonces, como ha dicho, lo que está en juego. No es solo una
guerra más de la que ya hemos vivido muchas u otra sucesión reñida a la corona.
Desde Enrique de Trastámara todos los reyes castellanos son ilegítimos. La
cuestión que me preocupa es que Zumalacárregui ha leído el libro.
-
Pero
vos también y no veo que os haya afectado tanto.
-
Claro,
yo también, pero yo soy capaz de mantener ese conocimiento a buen recaudo.
Conozco el método mnemotécnico de la escuela de Atenas, oculto mis pensamientos
que pueden ser peligrosos en forma de pergaminos enrollados y guardados en las
estancias más alejadas del palacio de mi mente. Solo los abro cuando es vital.
Además, no se trata solo de eso, en el norte contará con más ayuda.
-
Lo
sé, aquelarres enteros de brujas, algún vampiro de los antiguos clanes,
lobisomes y a saber qué más criaturas será capaz de convocar. El mundo rural
aun sabe cómo hacer esos pactos, mientras que en las ciudades lo habéis
olvidado. A mi tío le daría un síncope si llega a enterarse de lo más mínimo. –
De vez en cuando hacía eso, mezclaba el “habéis” como si ella fuera ajena a la
Tierra, cosa que era, con los pronombres en primera persona al referirse a “mi
tío” o a “mi madre”. Resultaba de lo más desconcertante.- No sé cómo
compaginará todo eso con los cientos de curas castrenses y ultraconservadores
católicos que se están uniendo a los carlistas pensando en que con los
liberales el ateísmo se extenderá cual
plaga y los conventos no dejarán ya nunca de arder.
-
Haciendo
que la mano derecha no vea lo que hace la izquierda. Estamos metidos en la guerra
invisible, la que ocurre sin que sean conscientes la mayoría de enviados a los
frentes. La causa final por la que se lucha aunque no se sepa. Su tío no tiene
por qué saber quiénes forman un escuadrón determinado o la razón por la que los
soldados enemigos han enfermado de repente.
-
¿Algo
parecido a lo que le ocurre a mi madre con vos?
-
Algo
parecido, sí. A veces es mejor no saber nada, una vez que se destapa el velo de
la realidad ya no puede volver a correrse. Y eso es malo porque la realidad te
ve también a ti al descorrerlo.
-
Os
adoro cuando os ponéis metafórico. Aunque acertado, debo decir.
-
Entonces
sabréis que precisaré de vuestra ayuda.
-
Y
vos que no puedo hacer nada.
-
Vuestra
raza dispone de un conocimiento que nos sería muy útil. Sería el momento de compartir
algo con nosotros.
-
Mi
raza es de viajeros, nos alojamos en cuerpos de seres vivos y anotamos lo que
vemos, con vistas a llevar lo aprendido a la gran biblioteca. Solo anotamos, no
podemos inmiscuirnos.
-
Este
cuerpo que habitáis morirá, sin duda, si perdemos la guerra. Aún recuerdo
nuestra primera conversación, ¿cómo dijo? “Tengo ganas de crecer ya, voy a ser
la reina más disoluta de la historia de esta bola de barro. Me acostaré con
toda la corte y la mitad de los plebeyos que se me ofrezcan”
-
Era
todo con vistas a disponer de un amplio abanico de experiencias que glosar. Y
tenéis muy buena memoria.
-
Ya
os he hablado de mi dominio mnemotécnico.
-
Hablaremos
en otra ocasión en breve. Cuando ocurra lo del cruce de caminos y suene la
campana de oricalco. Solo entonces veré si puedo hacer algo.
-
Es
menos que nada. Bueno, gracias, majestad, le deseo un reinado largo y
provechoso que, mi persona mediante, empezará hoy.
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