jueves, 25 de abril de 2013

Palabra de seguridad (III)

Pues, oye, llevo un par de días que me ha dado por retomar el blog con cierto ánimo. Además ya se me ha ocurrido un título para el relato con el que estaba. Trataré ahora de editar las entradas anteriores donde aparecía como "Inicio de historia sin título alguno" por el nuevo: "Palabra de seguridad". Si no puedo, ustedes ya se habrán dado cuenta, seguro.
Y voy a a ver también si cambiando el estilo de fuente se ve de manera más vistosa o al menos se diferencia mejor la presentación del relato.

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“Algoritmo”. Esa era la palabra de seguridad que empleábamos cuando alguna vez los juegos de sumisión se presentaban en nuestras relaciones sexuales. Como las súplicas y quejas son una parte importante del pasatiempo sin que eso implique que haya que detenerse, es necesario escoger con cuidado una palabra que sirva para que nada más pronunciarse se pare de inmediato. Lógicamente esa era una palabra que difícilmente aparecería por sí sola en aquellos contextos y que era bastante más neutra que otras con más carga semántica como podrían llegar a serlo los nombres de planetas, animales o de alimentos. Que luego las palabras se asocian con mucha facilidad y nadie quiere que al oír una palabra cotidiana delante de los jefes te asalten reacciones físicas condicionadas. En recuerdo esa fue la misma palabra de seguridad que programé para que el holograma se detuviera si alguna vez precisaba apagarlo con celeridad. No cabe duda que adoraba volver a tenerla a mi lado, aunque fuese de forma artificial, pero a veces, tanto porque, al igual que ocurría con la auténtica, durante un momento dejaba de ser agradable el nivel de vapuleo, como porque realmente me daba cuenta de que ni era ella de verdad, ni nunca volveríamos a compartir nada, necesitaba salmodiar esa palabra. Cuando aquello ocurría no me quedaba tan solo que musitar “algoritmo” y los ceros y unos que la componían se esfumaban más allá de las barreras de la percepción humana, iban a hibernar a donde sea que habiten los recuerdos de los reyes conquistadores y las crías indefensas de los animales mitológicos.

Acababa de pronunciarlo, pero no con la fuerza vehemente con la que se ejecutaría un exorcismo, ni tan siquiera como cuando al caminar bajo una tormenta sin cobijo a la vista pretendes ahuyentar a los relámpagos con la voz, sino más bien como un ruego desganado y antes de poder siquiera parpadear, el holograma ya no estaba. Por lo menos podría haber dejado ese curioso post-efecto óptico que los fogonazos dejan a veces en las retinas y que brillan bajo los párpados como luces pasajeras en la pantalla de un cine de verano. La de verdad, sin embargo, hubiera dejado un agradable rastro de aroma que se hubiera hecho fuerte en la habitación y habría matado a un par de rehenes antes de arrojarse por la ventana, del mismo modo sus pisadas se hubieran hecho más fuertes y alguna puerta hubiera cometido el terrible error de estar allí parada para poder ser cerrada  bruscamente con elevadas dosis de teatralidad.
Sin la voz del holograma, los sonidos escondidos en la estación salieron poco a poco de su escondrijo, los incansables sistemas que filtraban el aire, el crujir de la estructura de metal enfrentada a la presión y la temperatura del satélite, los cientos de contadores luminosos que mantenían activa toda la base… Ocurría como en la selva, en los instantes de la puesta de sol, cuando la leona dormita y los pequeños animales se atreven a asomarse tímidamente agradecidos de seguir con vida un ciclo más. En esos momentos, bañado por la lluvia de Perseidas de los sonidos a los que había sido sordo hasta hacía instantes, era algo más consciente de que estaba realmente solo, en una base de exploración construida rápidamente por el presupuestario más bajo (lo que tratándose del ejército son palabras mayores) en un pequeño asteroide que no dejaba de dar vueltas obedientemente a un planeta cuya casta guerrera llevaba siglos en el trono y que de mis indagaciones podría depender que entráramos en guerra con ellos o no. Si algo salía mal podría proferir todas las palabras de seguridad que quisiera que no serviría de nada, tan solo podría aspirar, si era lo suficientemente rápido, a una huída a velocidad media en una pequeña nave con poca autonomía y sin capacidad para realizar un salto cuántico.

La dinastía reinante decía descender de una legendaria reina Zagrovia, de la que hay recopilados varios cantares, y habían llegado al trono porque eran numéricamente más y además más bestias que los otros hatajos de nobles que combatieron por él. El lema de su escudo decía algo así como, todavía los volubles matices del idioma se me escapan, “la violencia abre todas las puertas y todos los corazones”. Un hacha y una cerradura plateadas en un campo de calaveras sobre fondo negro. Ya habían conquistado algunos otros planetas, éste era el mundo trono, el centro del naciente imperio, aunque el resto de planetas eran escasos y estaban diseminados por el sistema, no siendo más que unos virreinatos nominales con más independencia que otra cosa. Sofocar rebeliones es un trabajo muy cansado y sacrificado cuando puedes estar matando gente en tu propio planeta sin tener que irte más lejos y gastando menos combustible. Sinceramente yo no acababa de ver el peligro que supondrían para la coalición terrestre, aun en el caso de que entrásemos en guerra, pero tanto los psíquicos como el estado mayor sabrían. En el ejército, aun en el más laxo y autónomo cuerpo de exploradores, no se hacen preguntas si no quieres que te respondan lo que sabes que te van a responder.
-         ¿Me quieres? – Le preguntaba alguna vez.
-         Aborrecerte no te aborrezco, eso te lo reconozco. Y alguna vez, cuando la luz es tenue y estoy de buen humor, me eres hasta simpático. Yo me quedaría con eso como un triunfo a celebrar.- En este caso la respuesta no siempre era la misma, pero solía ser algo muy similar. De nuevo no me importaba, la sonrisa que creía percibir, emboscada detrás de su rostro serio, con el índice en los labios como indicando que me callara, que era una sonrisa secreta, pero que ella no se enterara, valía más que todas las afirmaciones pedestres repetidas a lo largo de la Vía Láctea y bastante más que todas las respuestas ñoñas desde ahora hasta que el big bang se reiniciara de nuevo.

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