martes, 23 de abril de 2013

Palabra de seguridad (II)

Hace un tiempo, de hecho un año, en Abril de 2012 comencé una historia que tenía en mente sin título ni nada. Busquen abajo si lo desean releer que ahí está, lo he comprobado. Hoy he escrito un poquito más. Es muy poco, pero a ver si así, poco a poco voy retomando lo de juntar letras y más hoy que es el día del libro.

P.D. Que, la verdad, en el word  parecía algo más, ya lo dejo solo por no borrar la entrada.

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Hay quien dice que las experiencias nos esculpen, que del inerte mármol nacarado, o el rudo granito, según cada caso, pueden sacarnos o La Piedad de Miguel Ángel o un montón de gravilla diseminada por el suelo del estudio o del museo de arte moderno. No es por darle más importancia de la debida en el resultado actual, pero creo que mi experiencia con ella llegó a esculpir casi por completo las líneas generales de la escultura que soy hoy día: Una forma algo abstracta, que no llega a comprenderse al primer vistazo, con bastantes áreas rugosas, abundantes oquedades de las que ya es imposible adivinar a dónde fue a parar el material de origen y, todo sea dicho, alguna que otra zona que ahora brilla con un magnífico pulido, allí donde posó su mano y su sonrisa cinceló la piedra con pericia.
-          Luego entonces ¿consideras que sería más prudente tener más información antes del descenso y el primer contacto? – Pregunté tras un rato de silencio incómodo, algo menos incómodo de lo que hubiera sido con la de verdad porque el holograma no podía mandarte a dormir al sofá cuando decidía unilateralmente que la discusión había terminado y ella había ganado. Lamentablemente en esos casos no existía una organización que velara por los derechos de los prisioneros de guerra y que dijera que privar a alguien de dormir una sola noche abrazado a ella, una noche sin sentir su corazón latiendo tan al lado de ti que podías imaginar como cada latido estaba dando vida a dos personas y sin poder estrechar con los tuyos sus pequeños y fríos pies, que tiritaban como glaciares primigenios que albergaran el secreto de la vida; no había nadie que legislara que quitarle a alguien todo aquello debería estar prohibido por todos los tratados bélicos de las civilizaciones galácticas conocidas por la humanidad.
-          Muy inteligente no sería, así que seguramente hubiera sido el hilo de actuación que hubieses tomado de no haberme preguntado. De nada.
-          Menos mal que te tengo.
-          Pues sí, si no habrías terminado deshidratado y violado en cualquier campo de asteroides hacía ya bastante.
-          Ahora en serio, sí que deberíamos saber bastante más. No quiero ser yo la causa de que entremos en guerra con ellos por un mal encontronazo nada más llegar. La información que ofrecen los psíquicos es lo que tiene.
-          Igual una guerra les interesa y por eso han enviado al más inútil que tenían en nómina.
-          Te quiero – Dije sin haber procesado mucho esa última frase y confiando más en el imperceptible destello de sus ojos que solían ser en la mayoría de las veces el desencadenante de una sonrisa. No lo eran siempre, pero ya llegué a condicionarme cada vez que creía percibir ese pequeño brillo repentino y fugaz detrás de sus ojos oscuros. Pequeños fuegos fatuos en un pantano, capaces de lograr hundir a cualquiera que tratara de seguirlos sin el más preciso de los cuidados.
-          Claro. ¿Cómo no?

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